Argentina frente al desafío tecnológico: tres claves para transformar el potencial en liderazgo regional
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Vivimos en una época donde la innovación tecnológica no es sólo una ventaja competitiva: es una condición de supervivencia para países, empresas y personas. La velocidad con la que cambia el mundo nos obliga a repensar cómo nos preparamos, cómo producimos y cómo nos vinculamos.
En este contexto, la Argentina tiene una oportunidad enorme, pero no garantizada: la de convertirse en un actor relevante en la industria tecnológica de América latina. El talento está. La creatividad también.
El ecosistema emprendedor ha dado muestras de lo que puede hacer, y hay empresas que ya juegan en las grandes ligas. Sin embargo, si queremos pasar de las buenas noticias puntuales a una estrategia nacional sólida, hay cosas que todavía nos faltan. A continuación, comparto tres ejes que creo fundamentales para ese salto que necesitamos dar como país.
1. Un Estado que lidere con visión, y un sistema de alianzas que lo potencie.
El desarrollo tecnológico no ocurre por arte de magia, si algo nos enseña la historia reciente del desarrollo tecnológico a nivel mundial es que los grandes cambios no se gestan en soledad. Detrás de cada polo de innovación fuerte hay una combinación clara: un Estado con estrategia y un ecosistema dispuesto a trabajar en conjunto.
En Argentina, muchas veces se cae en una falsa dicotomía entre Estado y mercado. Pero la innovación no se trata de elegir entre uno u otro: se trata de hacer que ambos trabajen juntos. El Estado debe generar las condiciones para que el sector privado pueda innovar: estabilidad, incentivos, infraestructura, y sobre todo, visión de largo plazo. No alcanza con programas aislados: hace falta una estrategia nacional que alinee esfuerzos y recursos.
Ahora bien, ningún Estado, por más claro que tenga el rumbo, puede hacerlo solo. La innovación surge en la intersección entre sectores. Por eso, es fundamental reforzar los puentes entre el sector público, las universidades, las empresas, las organizaciones de la sociedad civil y el sistema financiero.
Las alianzas público-privadas no deben ser solo slogans o mesas ocasionales. Tienen que transformarse en espacios permanentes de trabajo, donde se escuchen todas las voces y se coordinen esfuerzos reales.
Y para que eso funcione, hay que fortalecer algo que en el país suele estar debilitado: la confianza y la colaboración entre sectores. Necesitamos más alianzas público-privadas reales, no solo en los papeles. Que universidades, empresas, gobiernos y organizaciones trabajen en conjunto en proyectos concretos, con impacto productivo y social.
Las cámaras empresarias, los polos tecnológicos y los clústeres pueden cumplir un rol clave en este proceso. Pero deben estar alineados con una visión país, no solo con intereses fragmentados. La colaboración es la clave: en un mundo interdependiente, competir es colaborar mejor. Los países que logran dar este salto no lo hacen solos. Lo hacen en red. Si Argentina quiere liderar en tecnología, tiene que liderar también en colaboración.
2. Educación: el punto de partida para todo lo demás
La innovación nace en la cabeza de las personas. Por eso, si hablamos de futuro tecnológico, tenemos que empezar por la base: la educación. Hoy más que nunca, el conocimiento es el capital que tiene un país.
Pero ese capital no se construye de un día para el otro. Empieza en la infancia, se fortalece en la adolescencia y se consolida en la adultez. Si queremos que Argentina sea un país innovador, tenemos que formar ciudadanos curiosos, críticos, con pensamiento lógico, habilidades digitales y capacidad de adaptación.
Eso requiere revisar todo el sistema educativo, desde el nivel inicial hasta la universidad. Necesitamos una escuela que enseñe a aprender, no solo a repetir. Que forme en programación, en resolución de problemas lógicos, en trabajo en equipo. Que combine ciencia y arte, técnica y humanismo. Y al mismo tiempo, una universidad que se conecte más con el mundo del trabajo y con los desafíos del presente.
No se trata sólo de sumar tecnología a las aulas. Se trata de redefinir qué significa educar en el siglo XXI. Porque sin una buena educación, todo lo demás —las inversiones, los planes, los acuerdos— pierde sentido. El verdadero cambio empieza ahí.
3. Liderazgo para un tiempo nuevo
Así como el trabajo está cambiando, también lo está haciendo la forma de liderar. En un contexto de transformación acelerada, no alcanza con saber de negocios o tener experiencia técnica. Hace falta un nuevo tipo de liderazgo, capaz de leer el contexto, guiar equipos en la incertidumbre y tomar decisiones que tengan impacto más allá del Excel.
El liderazgo del futuro, o mejor dicho, del presente, es empático, flexible y estratégico. No se basa en la autoridad formal, sino en la capacidad de inspirar, de conectar, de construir comunidad. Es un liderazgo que valora la diversidad, que escucha antes de hablar, que pregunta y que se anima a cambiar lo que no funciona.
Este tipo de liderazgo tampoco surge por generación espontánea. Hay que formarlo, entrenarlo, acompañarlo. Las empresas, sobre todo las tecnológicas, deben asumir el compromiso de invertir en el desarrollo de sus líderes. Y el sistema en su conjunto, estado, educación, organizaciones, tiene que promover espacios donde ese nuevo liderazgo pueda florecer. En momentos de cambio como los que vivimos, las personas que lideran hacen la diferencia. Y por eso este punto no puede quedar fuera de la conversación.

El futuro del trabajo y la inteligencia artificial: entre la oportunidad y el desafío
Uno de los temas que más inquieta es cómo la inteligencia artificial va a transformar el mercado laboral. La respuesta es que ya lo está haciendo. Aunque no sabemos con exactitud cómo será ese impacto en cada industria, sí hay algunas certezas.
Los trabajos más simples, rutinarios o de bajo valor agregado son los primeros que serán automatizados. Eso plantea un riesgo muy concreto para miles de personas que hoy viven de ese tipo de tareas. Pero también abre una oportunidad: redirigir el trabajo humano hacia lo que las máquinas no pueden hacer, al menos por ahora: crear, imaginar, innovar, liderar.
Para que eso sea posible, hay que actuar hoy. Pensar en reconversión laboral, en formación continua, en políticas públicas que acompañen esa transición. Y también en cómo las empresas asumen este proceso: no sólo como un ahorro de costos, sino como una responsabilidad con sus equipos y con la sociedad. La inteligencia artificial no es buena ni mala en sí misma. Depende de cómo la usemos. Y ahí es donde necesitamos conciencia, ética y estrategia.
Un llamado a hacernos cargo
No podemos esperar que el futuro se resuelva solo. Lo que está en juego es demasiado importante. Y si queremos una Argentina con más oportunidades, más innovación y más desarrollo, tenemos que involucrarnos todos.
Desde el Estado, generando condiciones. Desde la educación, formando personas. Desde las empresas, invirtiendo en liderazgo y talento. Y desde cada uno de nosotros, entendiendo que el futuro no se espera, se diseña entre todos. Tenemos el potencial. Es tiempo de convertirnos en protagonistas del futuro que queremos construir.
(*) Director general ejecutivo de ITR.