Desde Nueva York, Estados Unidos – Los recientes bombardeos liderados por Israel y Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes llevaron a Teherán a tomar una decisión radical que pone en riesgo más de cinco décadas de diplomacia antinuclear en la región: la suspensión total de su cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y la evaluación de retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), del cual Irán es parte desde 1970.
El ataque estadounidense, que impactó tres puntos estratégicos, marcó un quiebre en la relación de Irán con la comunidad internacional y su compromiso con el TNP. En respuesta, el Parlamento iraní aprobó por unanimidad la suspensión de toda colaboración con la AIEA. Su presidente, Mohammad Bagher Ghalibaf, denunció que la agencia se ha convertido en “una herramienta política” y aseguró que el programa nuclear civil iraní continuará “a un ritmo acelerado”. La propuesta implica suspender la instalación de cámaras de vigilancia, las inspecciones y los informes a la agencia, “a menos que se garantice la seguridad futura de nuestras instalaciones”.
En una conferencia de prensa, Esmail Baghaei, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, confirmó que el gobierno está preparando un proyecto de ley para retirarse formalmente del TNP. Baghaei criticó que, en contraste con Irán, Israel es “el único poseedor de armas de destrucción masiva en la región” y destacó que ese país no es signatario del tratado.
El embajador iraní ante la AIEA, Reza Najafi, sostuvo que las acciones militares provocaron “un daño fundamental e irreparable al régimen internacional de no proliferación” y que el marco vigente “ha quedado ineficaz”.
Robert Einhorn, ex negociador estadounidense con Irán, advierte que “los riesgos de que Irán adquiera un arsenal nuclear son ahora mayores” y que dentro del régimen hay sectores que promueven dar ese paso. Esto indica que Teherán podría apresurar su programa nuclear con la intención explícita de construir un arma como medida de disuasión y supervivencia, siguiendo una estrategia similar a la de Corea del Norte, que abandonó el TNP y protege su programa en secreto. Otra opción sería imitar el modelo de Israel, país con armas nucleares que no es signatario del tratado y no permite inspecciones internacionales.
La historia reciente en la región no ofrece garantías a quienes renuncian a la disuasión: Irak, Siria y Libia vieron sus programas desmantelados por la vía diplomática, sanciones o la fuerza militar. El caso de Libia es quizás el más aleccionador: en 2003, Muammar Gaddafi entregó sus armas de destrucción masiva a cambio de un acercamiento con Occidente. Ocho años después, una operación militar respaldada por la OTAN derrocó su gobierno. Gaddafi terminó arrastrado fuera de un tubo de desagüe, brutalmente ejecutado por sus propios compatriotas.
La estrategia iraní de enriquecer uranio de forma agresiva pero sin cruzar el umbral de fabricar un arma tampoco les ha asegurado protección.
La decisión de Irán también refleja una profunda desconfianza hacia Estados Unidos. Durante la vigencia del acuerdo nuclear firmado con la administración Obama entre 2015 y 2018, Irán frenó su programa de enriquecimiento de uranio, aceptando limitaciones estrictas y supervisión internacional. Pero tras la salida unilateral de Trump del acuerdo en 2018 y la reimposición de sanciones, Irán retomó y amplió sus actividades nucleares. Ahora, con el bombardeo durante las negociaciones encabezadas por la administración Trump, Teherán concluye que ni el TNP ni la AIEA ni la diplomacia estadounidense garantizan su seguridad.
En este contexto, informes de inteligencia israelí y estadounidense indican que Irán trasladó preventivamente al menos 400 kilogramos de uranio enriquecido a ubicaciones no reveladas, lo que ha dificultado la supervisión internacional. La AIEA confirmó la semana pasada que no pudo rastrear el stock debido a los bombardeos y que el uranio, normalmente asegurado en la planta de Isfahan, pudo haber sido movido ante un ataque. Rafael Grossi, director de la AIEA, señaló que tras los ataques “Irán informó que no hubo aumento en niveles de radiación fuera de los tres sitios”, sugiriendo que las bombas no impactaron directamente los almacenes de uranio. Sin embargo, Grossi urgió a Irán a revelar la nueva ubicación del material nuclear y reafirmar sus obligaciones internacionales.
Esta realidad sustenta la interpretación que hacen varios analistas, entre ellos Robert Einhorn: La lección que Irán extrae es que no puede confiar en Estados Unidos y que la única manera de sobrevivir es acelerar la carrera por el arma nuclear.
Aunque el presidente Trump proclamó que las instalaciones nucleares iraníes fueron “completamente obliteradas”, informes preliminares de inteligencia indican que el programa sólo sufrió retrasos temporales y que la infraestructura sigue en pie para retomar su actividad. La AIEA ha reconocido que ya no puede supervisar adecuadamente las reservas de uranio enriquecido y que el daño en las instalaciones subterráneas es difícil de evaluar.
En suma, el ataque estadounidense no sólo ha causado daños materiales, sino que ha socavado la confianza de Irán en la diplomacia y en el régimen internacional de no proliferación, abriendo la puerta a un escenario en el que la disuasión nuclear pueda convertirse en la pieza central de la seguridad nacional iraní.
LT