Autodestructivos e imprescindibles: dos genios de la música salieron de escena

Autodestructivos e imprescindibles: dos genios de la música salieron de escena

Brian Wilson y Sly Stone murieron esta semana. Los dos tenían 82 años. Sus aportes fueron claves para la música de las últimas seis décadas.

PSICODELIA FUNK. Sly en aquellos gloriosos tiempos de la Family Stone. El amo de un impactante sonido. PSICODELIA FUNK. Sly en aquellos gloriosos tiempos de la Family Stone. El amo de un impactante sonido.

Acto 1: Brian Wilson escucha “Rubber soul”, queda deslumbrado y lo toma como un desafío absolutamente personal: decide derrotar a los Beatles en su propio terreno.

Acto 2: Wilson extrae a su banda -los Beach Boys- de la exitosa zona de confort que habitan por obra y gracia del surf rock y entrega el álbum perfecto. Se llama “Pet sounds”.

Acto 3: Wilson se convence de que no hay (otro) genio a su altura. Pero...

Acto 4: los Beatles contragolpean y alumbran un disco más perfecto aún: “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”.

Acto 5: mientras lo escucha, Wilson va experimentando un desasosiego que se transforma en colapso al llegar a “A day in the life”.

Acto 6: Wilson, convencido de que todo está perdido, se rinde.

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Son las tres y media de la mañana. Es domingo. Llueve. Embarrado, cansadísimo, amenazado por una resaca que ya muestra los colmillos, el público deambula por Woodstock planteándose toda clase de dudas existenciales. Hasta que la epifanía colectiva nace en el escenario y se proyecta como una impactante bola de energía. Los misiles cargados de psicodelia funk le brotan a Sly and the Family Stone: “Everyday people,” “Dance to the music,” “I want to take you higher”. Si la banda no ha entregado el mejor set del festival estuvo cerca. Sly Stone luce en la cumbre de su reinado, aunque la cuenta regresiva hacia su cataclismo personal ya corre a máxima velocidad.

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Sly (Sylvester) Stone murió el lunes pasado. Wilson partió anteayer. Los dos tenían 82 años. Los dos ardieron tan rápido en su propia genialidad que en un puñado de años ya estaban consumidos. Después, cual cometas, aparecieron esporádicamente en el firmamento musical, décadas alimentadas por idas y venidas, falsas promesas de redención y la ilusión de algún regreso heroico jamás consolidado. No hacía falta.

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“Love & Mercy” (“Amor y piedad”) merece figurar a la altura de las mejores biopics si de rock se habla. Es muchísimo mejor, por ejemplo, que “Rapsodia Bohemia”. La dirigió Bill Pohlad y propone una doble lectura de la vida de Brian Wilson: durante los 60, cuando los caminos de la fama y los de los Beach Boys se cruzaron con naturalidad; y durante los 80, tiempos en los que Wilson era manejado a control remoto por su psiquiatra Eugene Landy, el villano de la historia. Al primer Wilson lo interpreta Paul Dano; al segundo, John Cusack (y al terapeuta, Paul Giamatti). La película es profunda, reveladora, tierna y descarnada. A la fragilidad de Wilson, sustentada en una esquizofrenia de base, no le hizo nada bien el cóctel de cocaína y fármacos que empleó para combatirla. Desmoronado, fóbico, Wilson bajó el interruptor y es un milagro que haya superado la barrera de los 80, más allá de la demencia senil que lo acompañó en el último tramo. Lo salvaron, precisamente, el amor y la piedad de la gente que lo quiso, que fue bastante. Y la música, a la que volvió muchísimo tiempo después de la gloria de los Beach Boys para completar su obra.

SURF ROCK. Brian Wilson bajó su mensaje desde California al mundo.

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A Sly Stone también se le quemó el motor. No podía funcionar mucho tiempo propulsado por drogas empapadas en toda clase de alcoholes. Pero más allá de las presiones de la banda y de la discográfica, del ojo avizor de los fans y de sus propios demonios, Sly quedó prisionero de sus elecciones políticas. Lo suyo no fue el discurso pacifista de Martin Luther King, sino la radicalización de las Panteras Negras, relación que no le salió gratis. A Sly le exigían letras combativas en sus temas, posiciones públicas de barricada y, en especial, que se deshiciera de todo lo blanco ligado al grupo, empezando por el manager David Kapralik y los músicos Jerry Martini y Greg Errico. La implosión de Sly en el arranque de los 70 no le impidió desarrollar una irregular carrera solista ni probar nuevas encarnaciones de la Family Stone. Se convirtió además un colaborador/sesionista de absoluto prestigio. Aunque jamás se aproximó al fuego inicial.

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El genio atormentado por la genialidad ajena -Wilson-; el genio afecto a la autodestrucción -Sly Stone-; no dejan de ser un par de clichés. La cuestión es el legado, la invención de un estilo propio sabiamente legado a generaciones contemporáneas y futuras. Wilson no inventó la pared de sonido, pero la perfeccionó y la empleó con una elegancia insuperable. Stone no creó el funk ni la psicodelia, pero al fusionarlas con el soul, con el gospel y con el R&B las dotó de una riqueza que sólo Prince pudo empardar. Las armonías vocales de los Beach Boys, al servicio de la masiva frescura de su pop, llegaron en “Pet sounds” y en el experimento “Smile” a cumbres asombrosas. La máquina sonora voraz e impiadosa de la Family Stone abarca todo el universo Motown y sus satélites. Quitando a Brian Wilson y a Sly Stone de la ecuación no puede comprenderse la música que vino después. Ni habría sido tan buena la música que vino después. Así de fácil.

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Marianne Faithfull y Roberta Flack también se marcharon este año. La ley de la vida jamás dará tregua.

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