“Doña Violeta”, como la llaman con cariño en Nicaragua, gobernó entre 1990 y 1997. Fue quizás el momento culminante de una vida que es el símbolo de un país castigado no solo por la pobreza, sino también por el enfrentamiento político, que pasó de una dictadura a un régimen que existe consenso en ser caracterizado como autocrático.
Aristocracia y tragedia. Violeta Barrios nació el 18 de octubre de 1929 en Rivas, en el seno de una familia adinerada de ganaderos. Estudió en colegios católicos y luego en Estados Unidos, donde adquirió una visión liberal que contrastaría con el entorno revolucionario de su futuro. En 1950, se casó con Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, director del periódico La Prensa y feroz crítico de la dictadura somocista.
La muerte de su esposo en 1978 –asesinado por paramilitares afines a Somoza– cambió su vida para siempre. Pedro Joaquín se convirtió en mártir de la oposición, y Violeta, reluctante a la política, heredó su legado. Aunque inicialmente apoyó el derrocamiento de Somoza por los sandinistas en 1979, pronto chocó con el autoritarismo creciente del FSLN.
De aliada a enemiga. Tras la revolución, Violeta formó parte de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, pero renunció en 1980, denunciando la deriva marxista del sandinismo y la censura a La Prensa, que ella dirigía. El periódico se convirtió en el principal medio opositor, sufriendo clausuras y ataques.
En los años 80, mientras Nicaragua ardía en una guerra civil entre sandinistas y contras, Chamorro emergió como voz crítica. Aunque rechazaba la violencia de ambos bandos, su posición antisandinista la llevó al exilio en Costa Rica y Estados Unidos, donde tejió alianzas con sectores conservadores y el gobierno de Reagan.
En 1990 sorprendió a todos cuando, en un giro histórico, Violeta Chamorro –candidata de la UNO (Unión Nacional Opositora)– derrotó a Daniel Ortega en las elecciones de 1990. Su promesa de paz y reconciliación convenció a un país agotado por la guerra. Como presidenta, desmovilizó a la Contra, recortó el ejército sandinista e impulsó reformas económicas, aunque mantuvo a algunos sandinistas en instituciones claves.
Su gobierno, no exento de crisis, logró estabilidad macroeconómica pero dejó heridas sociales sin sanar. Para sus seguidores, fue una pacificadora; para los sandinistas, una herramienta de la derecha, lo que demuestra que la grieta política es un mal endémico de todo el planeta, aunque en algunos lugares adquiere ribetes específicos.
Doña Violeta sigue siendo un enigma: una mujer de élite que lideró un cambio democrático, una opositora al sandinismo que evitó una vendetta política. Hoy, con Nicaragua nuevamente bajo el autoritarismo orteguista, su figura resurge como recordatorio de que las transiciones son frágiles. Su muerte en el exilio también es símbolo de una crisis permanente y una herida que no se cierra.
Un triunfo histórico y una oportunidad perdida
R.P.
El partido político que llevó a Victoria Chamorro al poder se llamó UNO, Unión Nacional Opositora, un nombre que de por sí define a su posición política.
Se trató, sin dudas, de un triunfo histórico: Con el 54,7% de los votos, Chamorro (1990-1997), viuda del héroe nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, venció en las elecciones del 25 de febrero de 1990 al sandinista Ortega, que buscaba entonces la reelección y quien desde 2007 es nuevamente presidente de Nicaragua.
Para el dirigente exsandinista Eugenio Sáenz, “el 25 de febrero de 1990 se abrió una oportunidad de cambiar la trágica historia de Nicaragua, que lamentablemente naufragó”.
“Si estaban la UNO, el gobierno norteamericano y la Resistencia (Contra) en la acera de enfrente, ¿por qué el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) conservó tanto poder? ¿Fragmentación frente a unidad? ¿Qué lecciones podemos aprender?”.
La figura de la expresidenta y su acción en el gobierno con los años constituyeron un mensaje para todas las democracias continentales. Se convirtieron en referencia de toda la región latinoamericana.