Una conexión que sigue viva

Abel Pintos y su lazo con Caleta Olivia

El cantante, que este fin de semana se presenta en Chubut y Santa Cruz, guarda un vínculo profundo con Caleta Olivia, donde pasó parte de su niñez y dejó huellas imborrables en quienes lo conocieron de chico.

  • 13/06/2025 • 20:30
Abel Pintos y su lazo con Caleta Olivia
Abel Pintos y su lazo con Caleta Olivia

Aunque su carrera lo llevó a recorrer grandes escenarios y a consolidarse como una de las voces más queridas de Argentina, pocos saben que Abel Pintos guarda un especial cariño por el sur de la Patagonia. Esta noche, el artista se reencontrará con esa parte de su historia durante su show en el Predio Ferial de Comodoro Rivadavia, en el marco de su gira "Cordillera de Mar", la que luego llevará a Pico Truncado y a Río Gallegos.

Nacido en Bahía Blanca, Abel pasó parte de su infancia en Caleta Olivia, Santa Cruz. Allí vivió con sus padres y hermanos cuando su padre, Agustín “Rulo” Pintos, trabajaba en el Banco del Sur (hoy Banco Macro). Fue en ese entonces cuando conocieron a René “Pochi” Rodríguez, quien junto a su esposo entabló una estrecha amistad con la familia, que continúa hasta hoy.

“Lo conocí cuando tenía dos años. Era un divino, siempre cantando, con una sonrisa. Íbamos juntos al campo los fines de semana, compartimos muchas cosas lindas”, cuenta Pochi, emocionada al recordar aquellos años en los que el pequeño Abel recorría los caminos patagónicos montado a caballo, entonando melodías desde una edad muy temprana.

La vida de la familia Pintos también tuvo un paso por Tierra del Fuego, donde vivieron un tiempo en Río Grande antes de regresar al norte. Pero la huella que dejó la Patagonia en Abel fue tan profunda que, según Pochi, le hizo dos promesas que cumplió con el tiempo: “Un día me dijo que si tenía un hijo varón le iba a poner Agustín, como su papá. Y lo hizo. También me dijo que se iba a comprar un campo, y también lo cumplió”.

Una infancia marcada por el afecto y el canto
Pochi, que también es oriunda de Bahía Blanca, recuerda con claridad las tardes en el campo cerca de Fitz Roy, los fogones de verano y las heladas madrugadas rompiendo hielo para las ovejas. “Abel era terrible y encantador. Cantaba todo el tiempo y tenía una energía hermosa. Era un nene muy querido, muy buena persona. Igual que ahora, como se lo ve en la tele”.

La tierra fue vendida y los años pasaron, pero la amistad perdura. “Con Susana, la mamá de Abel, seguimos siendo amigas. Compartimos cumpleaños, meriendas, y nos seguimos queriendo como familia”, dice. (ADN sur / Fredi Carrera)