De Carlos III a Vilas: el club fundado en 1888 por residentes ingleses que hizo historia en el deporte y dio nombre a una localidad
Fundado en 1888 por residentes ingleses, el Hurlingham Club se convirtió en referente deportivo de argentina; por sus diferentes canchas desfilaron Guillermo Vilas, Roberto De Vicenzo y el actual rey de Inglaterra
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Hace más de 137 años, en un lugar de la provincia de Buenos Aires en el que tan solo había una desolada llanura, sin un atisbo de población, un grupo de hombres de origen inglés soñaron con fundar un centro para sus encuentros sociales y deportivos, al estilo de los clubes de caballeros de la Gran Bretaña.
Así nació el Hurlingham Club, una entidad que albergó, en sus primeros años, a buena parte de la comunidad británica de la Argentina y que se convirtió, con sus propias canchas, en pionera en el país en deportes como el golf, el tenis y el cricket. Y, por supuesto, el polo. Aquí se disputó por primera vez un torneo de ese deporte en el país, se creó el legendario Abierto de Hurlingham y se forjaron los equipos ganadores de dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos.

Actualmente, esta institución señera, que además le dio el nombre primero a una estación de tren y luego a una ciudad bonaerense, continúa activa y mantiene intacta su impronta británica. Esta puede verse, por caso, en cada uno de los ambientes de su elegante Club House, diseñado en un estilo Tudor, en las reglas que siguen sus socios y también en su frondosa historia, ligada desde los inicios con el Reino Unido.
“Este era un lugar de encuentro para la gran comunidad británica que había en la Argentina a fines del siglo XIX, la mayoría de ellos debido a la construcción de los ferrocarriles”, dice a LA NACION José “Pepe” Santamarina, actual vicepresidente del Hurlingham Club. A su lado, Fernando Kelly, presidente de la institución, añade: “En el club, el deporte fue un medio para generar vínculos sociales. Con esa cuestión del fair play, la camaradería, la cortesía que gira alrededor del deporte, pero no concebido como una actividad competitiva, sino que era un instrumento de socialización comunitaria”.


El origen del Hurlingham Club
Kelly y Santamarina desgranan la historia del Hurlingham Club en una charla en el elegante Pub del Club House, al calor del hogar a leña, en un ambiente generoso en maderas y mobiliario con aires ingleses, donde las paredes están decoradas con fotografías y recortes que retratan la extensa vida social y deportiva de la entidad.
-¿Cómo y cuándo nace el Hurlingham club?
F. Kelly:- Hay dos personas que son factotums del club. Uno es John Ravenscroft, un inglés que tenía una estancia en Puán, y fue uno de los fundadores. El estatuto se hizo el 6 de octubre de 1888 y el 22 de noviembre de ese año lo firmó el presidente de la Nación, que era la norma en ese tiempo, Miguel Juárez Celman. Y la otra persona importante es William Lacey, que era un gran jugador de cricket al que le decían “el Mago”. Apenas se fundó el club, lo trajeron de Canadá, donde estaba viviendo, para que fuera el gerente. Él fue el que lideró todo el proceso de construcción del club.


J. Santamarina: -Ravenscroft vivía en el campo. Fue un visionario que conocía el Hurlingham Club que está en Londres y vino acá con la idea de crear uno en la Argentina. Él fundó una revista deportiva, una de las primeras en Sudamérica, que se llamaba River Plate Sport and Pastime y los clientes que publicitaban en la revista, amigos suyos británicos, terminaron siendo los principales inversores y principales socios del Hurlingham Club.
“Era solo campo”
-¿Cómo eligen el lugar? Entiendo que la ciudad de Hurlingham no existía.
J. Santamarina: -No, ese es un dato importante, el club es el que le da nombre a la ciudad, que llegó después. Lo que existía en esos años era el trazado del Ferrocarril San Martín, que era entonces la Railway Pacific, que se extendería entre Palermo y Mercedes. Un gerente de esa compañía, un tal Mr. Hill, le sugirió a Ravenscroft que buscara una tierra cerca del trazado del ferrocarril. Entonces apareció Scott Robson, un inglés que tenía una chacra en ese lugar, donde funcionaba un tambo. Él puso a disposición para que el club le comprara unas 30 o 40 hectáreas de su campo. El lugar estaba a unos 25 o 30 kilómetros al oeste del centro de la ciudad de Buenos Aires.


-¿Cómo era la zona entonces?
F. Kelly: -Era solo campo, estaba rodeada de bañados y no había ni un solo árbol. El tren pasaba por allí, pero todavía no había una estación, para bajar ahí tenías que tener un contacto. El dato de color es que la gente venía a caballo o en carreta, muchos vivían en la zona oeste de Buenos Aires. También llegaba el tranvía rural, pero era solo de carga, tirado por mulas, y pasaba por donde hoy corre la línea del Ferrocarril Urquiza.
J. Santamarina: -Hay una anécdota de cuando llegó de Canadá Lacey. Él conocía el Hurlingham club de Londres y vino con toda la expectativa, con su mujer y sus tres hijos. Cuando llegó acá y vio el lugar, parece que la mujer le dijo: “¡No!”. Era una cosa espantosa, nada que ver con lo que había imaginado. Ahí el tipo tuvo la visión y se convirtió en una persona muy importante, no solo para el club, sino también para la comunidad.


Los primeros deportes
-¿Desde el principio se practicaron los deportes que eran tradicionales en Inglaterra?
F. Kelly: -Sí. El 6 de enero de 1890 se hizo el primer partido de cricket contra el Buenos Aires Cricket Club, mientras que el 16 de mayo de ese mismo año se jugó el primer partido de polo y el 9 de julio se inauguró el hipódromo, con la primera pista para carreras con césped del país.
J. Santamarina: -Fue antes que en San Isidro. La pista rodeaba la cancha de cricket y las canchas 1 y 2 de polo. La llegada era donde hoy están los vestuarios. Duró hasta que en un momento se prohibieron las carreras durante los días de semana porque la gente apostaba, había mucho vago y el lugar se estaba desbandando. A partir de ahí, abrir la pista solo los fines de semana no era más rentable. Entonces se cerró y se abrió el Jockey Club en San Isidro.


-¿El club fue pionero en la Argentina en todos los deportes que se mencionaron?
J. Santamarina: -Claro. Hurlingham Club es socio fundador de la Sociedad Argentina de Tenis, de la Asociación Argentina de Golf, de la Asociación Argentina de Polo y la primera cancha de Squash que se hace en Sudamérica es acá. Eduardo de Windsor, el príncipe de Gales que luego sería el Rey Eduardo VIII jugó al squash acá.
F. Kelly: -En abril de 1893 se jugó además el primer Abierto de Polo de la Argentina en la cancha del Hurlingham Club, que todavía se juega hoy y forma parte de la Triple Corona. Y un poco antes, en junio de 1892, se inauguraron los primeros 9 hoyos de la cancha de golf, que, según leí, es la primera de la Argentina. Y la primera tenista argentina que jugó en Wimbledon, en cancha de césped, también era socia de acá.


Un príncipe en Hurlingham
-Cuéntenme más de la visita de Eduardo de Gales, por favor.
J. Santamarina: -Él vino dos veces a la Argentina, en 1925 y 1931. En el 25 lo había invitado el presidente (Marcelo T. de) Alvear. La crónica cuenta que ese año hizo varias visitas en el país. Lo llevaron a Mar del Plata, por ejemplo, pero donde más se divirtió, donde pasó una tarde agradable, fue en el Hurlingham Club. Acá además conoció a Luis Lacey, hijo del Mago Lacey, el segundo jugador de polo argentino en tener 10 de Handycap. Ahí Eduardo, como amante del polo, se volvió loco, porque imaginate que venís al fin del mundo y te encontrás con el deporte que más te gusta y además con un jugador que hoy sería un Cambiaso, cuando nadie había descubierto a Cambiaso. Además, Eduardo y Luis Lacey se hicieron amigos, a punto tal que el príncipe vino al casamiento del polista, en agosto de 1925, en el mismo Hurlingham Club. Le regaló unos gemelos dorados con la marca de la Corona.


Eduardo VIII no sería el único miembro de la realeza británica que visitaría el Hurlingham Club en todos sus años de existencia. “Los que vinieron a la Argentina pasaron todos por acá”, dice con entusiasmo Santamarina. Pero antes de proseguir con el relato sobre visitas ilustres, el vicepresidente del club que es orgullo del oeste bonaerense explica un poco más acerca del crecimiento de la institución en los años que siguieron a la fundación.
“Cuando los primeros socios se enteraron de que el ferrocarril iba a parar en Hurlingham, el club compró los terrenos aledaños a la estación. Luego, los iban vendiendo para que la gente construyera sus casas ahí, en la naciente localidad. Por ejemplo, todos los gerentes de la Goodyear, que se instaló allí, vivían en esos terrenos. Así se pudo hacer la construcción del Club House y todo lo que vos hoy mirás acá y decís: ‘¿Cómo se construyó todo esto?’“, explica el dirigente.



Los bailes de gala en el Club House
El predio del club cuenta hoy con unas 73 hectáreas. En sus instalaciones, además de las cinco canchas de polo, 18 de tenis (6 de césped), squash, cricket y el campo de Golf, hay un pavillion con una amplia terraza con vista a todo el club, gimnasios y vestuarios. También está la llamada Casita de los niños, donde los chicos pueden jugar y entretenerse mientras los padres realizan otras actividades, hay dos piletas y, por supuesto está el icónico Club House. Inaugurado en 1894, esta construcción del Club Hurlingham fue diseñada por el arquitecto Walter Basset Smith y, tuvo una segunda etapa de construcción, a mediados de la década del 30, liderada por los hermanos Alberto, arquitecto y Carlo Dumas, ingeniero civil. Su fachada de ladrillos a la vista y techos de tejas es, a la vez, sencilla y elegante. En planta baja cuenta con amplios salones donde se distinguen un comedor principal, un salón de lectura, una sala de billares, un salón oval y también una sala para el juego del bridge.


En el primer piso, en tanto, hay unas 20 habitaciones para socios o invitados que quieran pasar allí un fin de semana. “Muchos ingleses que tenían estancias cerca de las vías del ferrocarril y vivían lejos de Buenos Aires venían a pasar el fin de semana acá al club, que era el lugar de encuentro de la comunidad británica”, cuenta Santamarina.
En los primeros años de siglo XX, además de las prácticas deportivas, en el lugar era muy frecuente realizar, varias veces al año, las Balls, que eran grandes bailes de gala, que terminaban a la hora del desayuno con un menú de huevos con panceta para todos. Incluso, cuando el tranvía rural se electrificó, se reservaba uno exclusivamente para los que regresaran a Buenos Aires después de la farra. Como las fiestas a veces se descontrolaban -una vez alguien entró al salón montado a caballo-, había una regla muy firme: si se rompía algo, se debía pagar “seis veces el valor del objeto arruinado”.

-Si se ve la página oficial del Hurlingham Club es notable como, especialmente en los primeros años, muchos presidentes de la Argentina visitaron el lugar. La lista incluye a Miguel Juárez Celman, Carlos Pellegrini, José Figueroa Alcorta y el general Julio Roca, entre otros. ¿Esto habla de la importancia que tenía el club en la sociedad?
F. Kelly: -Sí, y más adelante, también (Carlos) Menem, que venía a jugar al golf al Hurlingham Club.
J. Santamarina: -Muchos de los mandatarios venían en aquellas épocas porque pensá que asistían al abierto de Polo de Argentina, que se jugó durante 26 años acá. Somos el origen de ese abierto, hasta que se trasladó a las canchas de Palermo. Acá quedamos solo con el abierto nuestro.

El polo, de Hurlingham a las medallas olímpicas
-El polo de Hurlingham tuvo que ver con la llegada de este deporte a los Juegos Olímpicos, ¿cómo se dio eso?
J. Santamarina: -Es muy interesante. En el año 1922, un equipo de Hurlingham, con Luis Lacey entre sus jugadores, decidió irse de la Argentina para jugar contra los mejores, que estaban en Inglaterra y Estados Unidos. Cargaron los caballos en los barcos y se fueron primero al Reino Unido. Allá les ganaron a todos. Jugaron el abierto inglés y lo ganaron muy bien. Y de ahí se fueron a Estados Unidos y lo mismo. Entonces, se dieron cuenta de que tenían una ventaja competitiva enorme y se creó, en 1922, la Asociación Argentina de Polo (AAP). Se dieron cuenta también de que había que mandar un equipo a las olimpíadas de París 1924 para ganar alguna una medalla para el país.
-¿Y ganaron una medalla?
J. Santamarina: -Sí, con el polo se ganó la primera medalla de oro de Sudamérica. Y pasó algo interesante: al crack, Luis Lacey, lo llamaron para que jugara los Juego Olímpicos para los ingleses, cuando él ya había jugado para la Argentina. Pero entonces él dijo: “Tengo demasiados amigos en los dos países, así que no voy a jugar para nadie”.


-¿Después llegó otra medalla dorada?
J. Santamarina: -Sí. En los Juegos de Berlín de 1936. También con jugadores del Hurlingham Club. De hecho, los únicos jugadores de la Argentina que tienen dos medallas de oro olímpicas son Javier Mascherano, en fútbol, y Juan Jack Nelson, en polo, que fue jugador del Hurlingham Club.
Felipe de Edimburgo y el actual rey de Inglaterra
-El polo del Hurlingham Club atrajo a figuras de la realeza británica, como el mencionado Eduardo VIII, pero también hubo otros.
J. Santamarina:- Sí, en 1966 vino Felipe, duque de Edimburgo, el marido de la Reina Isabel II. Estuvo como un mes acá, donde jugó la Copa Sesquicentenario, un torneo que tenía un limite de 30 goles de handicap. Vinieron jugadores ingleses, australianos e indios para competir. A Felipe, que jugaba bastante bien, lo invitaron a competir en un equipo de argentinos, conformado por dos de los hermanos Heguy (Alberto Pedro y Horacio) y Daniel González. Ese equipo llegó a la final, que se disputó con un equipo de Hurlingham.

-Carlos, el actual rey de Inglaterra, ¿también jugó al Polo acá?
J. Santamarina: -Sí, muy loco, porque 30 años después de la visita de Felipe llegó Carlos, su hijo, que vino en 1999. Él jugó en la cancha uno, la misma que su papá, y también jugó con dos Heguy, que eran los hijos de los que habían jugado con Felipe. Carlos venía con una recomendación de su padre. Él mismo nos contó: “Cuando le dije a papá que veníamos para la Argentina y se enteró me dijo: ‘No dejes de ir a Hurlingham’”.


F. Kelly: -Y también pasó por el Club, el príncipe Harry, el hijo de Carlos, en 2003. En realidad él vino a Hurlingham para hacerse unas botas en la casa que tiene acá el mejor botero de polo, que se llama Fagliano, pero no dejó de pasar por el Club.
-Fuera de la realeza británica, pero siguiendo con personajes de la nobleza, hay algunas fotos de la visita de la entonces princesa Máxima de Holanda y su marido el príncipe Guillermo al club. ¿Cómo se dio eso?
J. Santamarina: -El padre de Máxima, Jorge, era socio y jugaba al polo acá. Nosotros queríamos hacer un torneo de polo de mujeres y se nos ocurrió algo que nos parecía bueno para seguir con el tema de la realeza: le pedimos permiso a la embajada de Países Bajos y le pusimos Copa Princesa Máxima a la competencia. En 2005 vinieron acá ella y el príncipe Guillermo y entregaron la copa.


Socios de Hurlingham en las guerras mundiales
-Muchos socios del Hurlingham Club, de sangre británica, pelearon en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Hace poco falleció Ronney Scott, que fue socio del club, un hombre que conoció aquí al príncipe Eduardo y años más tarde se enroló como piloto naval para luchar contra el régimen nazi.
F. Kelly: -Sí, tenemos muchos casos. Sin ir más lejos, el propio Luis Lacey peleó en la Primera Guerra y después volvió. Y él tiene un hermano, otro hijo del “Mago” Lacey, que también fue a la guerra y falleció allá. Muchos socios participaron de la Segunda Guerra también. Es que acá la mayoría eran hijos de ingleses, primera generación de argentinos descendientes de británicos, y todos se sentían llamados a pelear por la Corona.

J. Santamarina: -Te puedo contar del papá de mi suegro, de apellido Eddy, que ya tenía 30 años cuando estalló la Segunda Guerra. No tenía obligación de pelear, pero fue igual. Dejó acá a su mujer y tres hijos y se fue. Allá aprendió a volar y le dieron para pilotear un avión Lancaster, que eran pesados y lentísimos. Los bajaban como moscas. Sin embargo él llegó al récord de vuelos con esa nave: el número 32. Pero en ese último vuelo, en Bélgica, le dieron al avión y él pudo aterrizar. Se conectó entonces con la resistencia belga, se fue a París y recién dos meses después llegó a Inglaterra. Poco antes de despegar en aquel último vuelo, le avisaron que su señora había tenido familia (el bebé era mi actual suegro), pero él salió igual a su misión porque pensaba que volvería pronto, en pocos días. Sin embargo, regresó dos meses y medio después... te cuento esta historia porque la conozco. Como él, hubo muchos socios del club que fueron, pelearon y volvieron.
Mantener el “mood”
-¿Actualmente continúa ese vínculo tan fuerte en el club con la comunidad británica?
F. Kelly: -Ha ido decreciendo. El desafío es mantener la tradición, las características del club para una población heterogénea, que cada vez va teniendo un vínculo si querés más lejano con Gran Bretaña, porque son los nietos o bisnietos de ingleses, que están más mimetizados con la Argentina que con Inglaterra. No obstante, creemos que es un atractivo para distintos perfiles mantener las costumbres, lo que en inglés se llama el “mood”, la personalidad o el carácter británicos.


J. Santamarina: -Sigue siendo parte de la identidad del club. De hecho, el embajador británico en la Argentina es socio honorario, entrega la Copa del Abierto de Polo de Hurlingham todos los años. El lugar trata de ser referente de costumbres no tan fáciles de mantener. Por ejemplo, en la cancha uno y dos de polo es obligatorio jugar con pantalones blancos, o en el tenis de pasto se juega todo de blanco. Por supuesto que cuesta, no es fácil, pero trabajamos para que las tradiciones se mantengan.

Guillermo Vilas, socio honorario
-Hablando de tenis, las canchas de césped del Hurlingham club tienen también su historia interesante.
F. Kelly: -Sí. De acá salió la primera jugadora argentina que compitió en Wimbledon. Era Dorothy Booadle, que le decían “la Nena”, que era socia del club y jugó en ese torneo de césped del Grand Slam en 1907, 1910 y 1913. La segunda fue Gabriela Sabatini, a mediados de los ‘80, para que te des una idea.
J. Santamarina: -Por las características de las canchas, los tenistas argentinos que van a competir en Wimbledon pasan por acá: estuvieron, en su momento, Sabatini, Guillermo Vilas, (José Luis) Clerc, (David) Nalbandian -que llegó a la final de Wimbledon en 2002-, (Juan Martín) Del Potro. El año pasado, entrenaron (Sebastian) Baez y (Francisco) Cerúndolo.


-¿Cómo era la relación de Vilas con el Club?
J. Santamarina: -Venía y entrenaba. Entrenaba para Wimbledon. Si bien no ganó ese torneo, ganó dos veces Australia, cuando en Australia se jugaba en pasto. No hace mucho, en 2012, nos dio una clínica. Él inventó “la gran Willy” (pegarle a la pelota entre las piernas y de espaldas) copiando la propaganda de un polista que estaba pegando un backhander. Entonces, cuando vino acá, le regalamos un taquito de polo. Además, él es uno de nuestros socios honorarios, junto con, entre otros, Luis Lacey, Juan Carlitos Harriot y el maestro del golf, Roberto De Vicenzo.


-¿De Vicenzo jugaba acá?
J. Santamarina: -Jugaba mucho acá. Hay una foto muy linda dentro del vestuario, que él se estaba cambiando y había unos polistas, que se cambiaban. Ellos lo saludaban con admiración y le decían “Maestro”. Pero él les dijo: “Lo que yo hago es una pavada, la pelotita está ahí, no se mueve. Lo que ustedes hacen es difícil”.
“Siento que estoy de vuelta en el colegio”
El club cuenta hoy con unos 1200 socios que disfrutan de las actividades del lugar. “Hay unos 400 golfistas, después le sigue en cantidad el tenis y después el polo, pero también está toda la actividad social y cultural”, describe Kelly. El presidente de la institución dice que siguen teniendo un convenio de reciprocidad con el Hurlignham Club de Londres.


-Cuando viene alguien del club londinense aquí, ¿qué es lo que les pasa?
F. Kelly: -Se sienten sorprendidos de que exista en la Argentina un lugar tan británico.
J. Santamarina: -Con respecto a eso te cuento algo: cuando llegó el príncipe Carlos acá, bajó del helicóptero y subió para su cuarto para prepararse para el partido de polo. Lo primero que dijo fue que, de entre todos los retratos de la familia real que hay acá, faltaba uno de su abuela. Dijo que nos iba a mandar uno. Pero después, cuando subió las escaleras, sintió que había un olor muy particular por la madera y dijo: “Siento que estoy de vuelta en el colegio pupilo al que me mandaron. Es el mismo recuerdo de estar ahí”. Es que a veces pasa, que las comunidades se van de su lugar de origen y mantienen en el nuevo destino algunas cosas tal como estaban allá.

Al salir del lugar por el camino de piedra que está la frente del Club House, es posible contemplar los canteros de flores y los jardines que son otro clásico del Hurlingham Club. Todo está cuidado con esmero. La impronta de los fundadores se percibe en cada sitio, que se conserva con el esfuerzo y el cariño de sus actuales asociados. Para orgullo de todos ellos, 137 años después de su fundación, el Hurlingham Club sigue funcionando con la misma vitalidad de sus orígenes.
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