Por siglos, el tarot ha despertado fascinación, controversia y espiritualidad. Para algunos es apenas un juego de cartas ornamentado; para otros, una puerta simbólica hacia el autoconocimiento. Y para quienes profundizan en su estudio, es una herramienta milenaria que refleja las múltiples posibilidades de la vida, sin prometer certezas.
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Por siglos, el tarot ha despertado fascinación, controversia y espiritualidad. Para algunos es apenas un juego de cartas ornamentado; para otros, una puerta simbólica hacia el autoconocimiento. Y para quienes profundizan en su estudio, es una herramienta milenaria que refleja las múltiples posibilidades de la vida, sin prometer certezas.
Según la tradición esotérica, su origen se vincula con la Kábala, esa ciencia mística de los números que se pierde en la noche de los tiempos. Se atribuye la creación del tarot al ángel Metatrón, considerado por la tradición hebrea como el profeta Enoch. Según esta visión, el tarot condensa la sabiduría divina y quedó "escrito en piedra" como legado para los seres humanos.
Los secretos de los Arcanos
El tarot está compuesto por 78 cartas divididas en dos grupos: los 22 Arcanos Mayores, también llamados Triunfos, y los 56 Arcanos Menores. Cada carta es un universo en sí mismo, con símbolos cargados de significados ocultos que, correctamente interpretados, pueden ayudar a comprender procesos personales y espirituales.
Pero ¿es posible realmente "adivinar" el futuro con el tarot? La respuesta depende de cómo se conciba la lectura.
¿Adivinación o lectura de posibilidades?
Para muchos tarotistas contemporáneos, el tarot no es una herramienta de predicción exacta, sino de exploración de posibilidades. En palabras de un lector experimentado: “El tarot no adivina lo que va a suceder como si fuera una sentencia; muestra aquello que puede ocurrir si se mantienen las condiciones del presente”.
Este enfoque propone que el tarot puede ver el pasado (reconociendo patrones), iluminar el presente (mostrando situaciones activas) y proyectar posibilidades futuras. Pero se insiste en un punto clave: las cartas no determinan el destino, sino que permiten observarlo como algo dinámico, cambiante y potencial.
Una de las máximas fundamentales de este enfoque es clara:
"Los sucesos futuros que muestra el tarot pueden cambiarse con una actitud tomada en el presente."
Desde esta mirada, el tarot se transforma en una herramienta de conciencia y no en un oráculo inamovible. Invita a la acción y a la toma de decisiones. De allí su uso terapéutico y evolutivo, en sesiones que a menudo combinan intuición, simbolismo y conocimiento profundo de las cartas.
Una herramienta para el presente
En tiempos donde la incertidumbre es protagonista, el tarot ofrece una lectura simbólica de lo que nos atraviesa. No impone un camino, pero propone uno posible. Y más que dar respuestas cerradas, abre preguntas que interpelan: ¿Qué estás haciendo hoy que puede cambiar tu mañana? ¿Qué aspectos del presente estás ignorando?
Lejos de los prejuicios, quienes practican y estudian el tarot de forma seria lo definen como un lenguaje espiritual y psicológico que, bien interpretado, ayuda a ordenar pensamientos, emociones y decisiones. No es magia: es una forma de mirar el mundo.
