Leyendas y escalofríos: una noche de terror en el cementerio tucumano

Leyendas y escalofríos: una noche de terror en el cementerio tucumano

El perro familiar, el viejo de la bolsa y los duendes fueron protagonistas de una noche marcada por el folclore y el miedo.

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HISTORIAS BREVES. En pantalla Padre, uno de los cortos de la miniserie Relatos a oscuras HISTORIAS BREVES. En pantalla "Padre", uno de los cortos de la miniserie "Relatos a oscuras" FOTO DE LA GACETA / BELÉN CASTELLANO

“Vamos a vivir una noche de cuentos de terror”, adelantaron los presentadores del evento ante una convocatoria inesperada que superó todas las expectativas. Los tucumanos llegaron en masa a las puertas del Cementerio del Oeste la noche del viernes. “Creemos que hay cerca de 300 personas”, comentó una de las organizadoras.

Durante la velada se proyectaron episodios de Relatos a oscuras, una miniserie del realizador audiovisual Bonzo Villegas. La producción, de seis capítulos de unos 10 minutos cada uno, lleva a la pantalla historias populares que se transmiten oralmente y comienzan con la clásica frase: “le pasó a un conocido…”.

Desde “el viejo de la bolsa” hasta “el perro familiar”, las leyendas urbanas cobraron vida a través de los actores de cortos como La última siesta, y gracias al relato en vivo del narrador Mariano Juri, que provocó escalofríos en jóvenes y adultos por igual.

Apenas pasadas las 21, las luces rojas comenzaron a ambientar el lugar. Entre tumbas y mausoleos centenarios apareció Juri, vestido con una capa negra y una máscara de nariz puntiaguda, similar a las que usaban los médicos europeos durante la peste negra del siglo XVII. Se detuvo frente a una pantalla gigante para contar la historia de tres mujeres: Lucía y sus hijas, Ana y Clarita, cuyos restos yacen en uno de los mausoleos del camposanto.

GRAN CONVOCATORIA. Los asistentes se agruparon en la entrada del Cementerio del Oeste. GRAN CONVOCATORIA. Los asistentes se agruparon en la entrada del Cementerio del Oeste. FOTO DE LA GACETA / BELÉN CASTELLANO

Hacía calor entre la multitud, pero de tanto en tanto una brisa fresca cruzaba el pasillo central para dar alivio a los acalorados. Las hojas de los árboles centenarios se mecían lentamente. Algunos susurraban detalles de los relatos, otros, en silencio, tomaban fotos para guardar el momento o compartirlo en redes sociales.

El público estaba compuesto por parejas de adolescentes, grupos de amigos, matrimonios abrazados, abuelas y algunos niños. Se acomodaban como podían: en sillas insuficientes, bancos de cemento, el suelo o incluso los escalones de los sepulcros donde descansan personajes ilustres de la historia provincial.

Miedos en voz alta

Sentada en un banco de cemento, algo alejada de la multitud, Zulema, de 77 años, vestida con una remera azul y el cabello blanco y corto, escuchaba atenta, aunque no alcanzaba a ver la pantalla. “No puedo estar parada y no estoy apreciando mucho lo que pasa, pero es muy interesante”, lamentó. Había sido invitada por su hija, profesora de Lengua y Literatura.

Cuando se le preguntó qué le daba miedo, Zulema respondió en voz baja: “A esta edad ya me da miedo todo. Me da miedo no estar lo suficiente para mis hijos y nietos. Me pone triste, me hace pensar mucho”, dijo refiriéndose al día en que su alma pase a la eternidad. También aclaró que nunca le temió a los muertos, sino a los vivos: “La maldad de la gente es de terror”, concluyó.

“Te juro que lo vi”

Unos metros más atrás, apoyados sobre un sepulcro alto, estaban Verónica y César. Disfrutaron la experiencia. “Le tengo miedo al perro familiar. Nunca lo vi, no sé si existe o no, pero me gusta escuchar esa historia de terror”, dijo Verónica.

Un cuento profundamente enraizado en el folclore del noroeste argentino. Se refiere a un ser sobrenatural, representado como un enorme perro de pelaje oscuro, con ojos resplandecientes que desprenden llamas, garras alargadas y una pesada cadena de hierro que arrastra a su paso. Se lo considera un espíritu maligno que merodea entre los obreros de los ingenios azucareros, sobre todo en los galpones donde descansan.

Por su parte, César dijo que nada en particular lo asusta, pero compartió una experiencia paranormal: “Estábamos durmiendo una noche y sentí una helazón. Verónica se dio vuelta y me preguntó: ‘¿Sentís?’. También me di vuelta y vi una persona, alta, con sombrero negro y vestido de negro, parada al lado de la cama pero no llegué a ver su rostro. Te juro que lo vi”. No encontró al hombre al levantarse, pero sí le quedó una sensación de frío en el cuerpo.

De niño, temía encontrarse con el duende. “Mi papá decía que lo había visto. Yo no le creía, pensaba que me lo decía para que me duerma. Pero años después de fallecer mi padre, mis tías confirmaron la historia. Ahí le creí", aseguró César.

Pactos y cosechas

Parada junto a su hija, está Adriana, que tiene 60 años. “Soy descendiente de Solano Vera por mi abuela y de chica viví en La Rinconada. 50 años atrás, era todo campo allí y estaba rodeado por cañaverales. Entre ellos, estaban las plantaciones de mi familia. Todos llevaban la caña al ingenio San Pablo, que ahora es la universidad San Pablo T, y se decía en esa época que tenían un pacto con el perro familiar para ser exitosos y para que les vaya bien en la cosecha. Se creía que todos los años desaparecía un obrero, entregado como ofrenda”, relató la mujer.

El monstruo del ropero

Luciana tiene 37 años y es una de las tantas personas que llegó atraída por la propuesta y el morbo del lugar, dijo. Contó que fue con seis amigos mientras los buscaba con la mirada entre la multitud. “Es una propuesta interesante y distinta. Sé que en otras oportunidades se hizo algo similar y esta vez no me lo quise perder”, confesó.

Contó que tiene miedo a la sensación de sentirse observada cuando está sola. De niña le temía al monstruo del armario y evitaba mirar dentro del ropero. “Lo mantenía cerrado”, recordó entre risas.

Le gusta el terror en la literatura, pero no en el cine. Dice que las películas no le hacen justicia a la imaginación.

ENTRE LAS TUMBAS. Juri narra las historias con una máscara particular.

"El niño perdido"

“Soy de Santa Lucía, y la historia que ahí se contaba era la del niño perdido. Se decía que si salías a la siesta te podías perder”, narró Dalma, de 31 años. Fue con su pareja Carlos, de 40. Ambos llevaron el termo y la yerba, sabiendo que el momento se prestaba para compartir unos mates. “A los dos nos gusta mucho el género de terror. Me enteré de la actividad y lo invité yo”, contó mientras lo señalaba con una sonrisa.

El Cementerio del Oeste fue testigo de una noche donde el miedo y la tradición se entrelazaron. Historias transmitidas de generación en generación encontraron en ese escenario inusual una forma de cobrar nueva vida. Fue una velada para estremecerse, sí, pero también para compartir, recordar y, quizás, comenzar a entender de qué están hechos nuestros miedos más profundos.

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