“¿De qué hablamos la última vez que estuve con Francisco? Sobre todo de la violencia urbana, y no sólo en nuestras ciudades”, responde Marco Gallo, referente de la Comunidad de Sant’Egidio en Buenos Aires, sobre su reunión el pasado 6 de febrero en el Vaticano con Francisco, la última de una larga serie de encuentros que mantuvo a lo largo de los años con el Papa argentino, de quien habla en su recientemente publicado libro Rezar con los Papas (Editorial Guadalupe).
“De ese encuentro –destacó a PERFIL– me llevo su fuerte preocupación por el aumento de la criminalidad en las ciudades, sobre todo en relación con los niños, que a menudo son blanco y, de hecho, también prisioneros, de los narcos. Francisco reiteró el rol clave de la educación de cara a esas amenazas y el trabajo impulsado precisamente en este frente por las ‘Escuelas de la Paz’ de la Comunidad de Sant’Egidio”. Gallo recordó “los tiempos en los que nuestra Comunidad comenzó a trabajar en las villas miserias de las periferias de Roma, misión que luego se fue difundiendo en Europa y en otros continentes. En la Argentina –añadió–, estamos presentes desde el 1987”.
“Lo que queremos difundir con Rezar con los Papas –dijo Gallo refiriéndose a su nuevo libro– son algunas oraciones de los últimos tres pontífices (Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco), invocaciones que están siempre vinculadas a la historia y no a las ideologías”. La obra contiene oraciones sobre diferentes temas, entre las cuales están aquellas que piden por la paz. En una de las mencionadas (“Por los muertos en las guerras”, pronunciada en noviembre del 2017), Francisco recuerda los conflictos bélicos que tienen lugar “por partes”, concepto sobre el que en los últimos años el Papa argentino insistió una y otra vez.
“Creo que la oración es un puente hacia la esperanza”, indicó Gallo que ve una marcada continuidad entre Francisco y su sucesor León XIV, precisamente, en el área clave de la paz. “Sería incorrecto pretender que el Pontífice apenas electo pueda ser un clon de Bergoglio, pero también está claro que León XIV ha destacado la urgencia de ‘construir puentes’ y ha sabido captar el deseo de paz, enorme y urgente, que está muy presente hoy día en el mundo”, afirma.
Gaviotas cosmopolitas
M.R.
Una vez más las gaviotas dieron qué hablar. Los medios de todo el mundo reflejaron el show protagonizado por las aguerridas aves durante la semana que desembocó en la elección del “nuevo Papa”. Salieron por todas partes (redes, diarios, TV) y en mil poses (en pleno vuelo, por los cielos y sobre todo por los tejados del Vaticano).
Lejos de ser una novedad, en Roma son casi una plaga, además de generar mitos urbanos de todo tipo. Hace un tiempo, no muy lejos de la Santa Sede, una pareja de ejemplares había tomado el hábito de rondar constantemente frente a una peluquería pegada a una carnicería, tanto es así que en el barrio las habían “bautizado”: “Él se llamaba Roberto y ella Margarita –contaban los ‘parrucchieri’ romanos–. Andan siempre por acá, como si supieran el horario de apertura y cierre de los carniceros”. Durante la elección del nuevo Papa algunos “gabbiani” –así se llaman en la lengua de Dante– ascendieron al altar de la fama al ser retratados en la célebre chimenea de las fumatas vaticanas.
La causa de su descomunal crecimiento es similar en casi todas las latitudes del mundo. En el caso de Roma, las gaviotas remontan el río Tíber desde el mar hasta la ciudad (unos 40 kilómetros) a la búsqueda de la basura que genera la capital. Algo similar ocurre desde hace años en la Península Valdés: atraídas por la piel y la grasa de las ballenas australes, las gaviotas acosan con sus implacables picotazos a los gigantescos mamíferos.
Las razones de fondo de este fenómeno son similares. En el primer caso los restos de comida han ido aumentando a raíz del boom turístico que vive la “Ciudad Eterna”, en el segundo se han multiplicado, tanto los islotes que se forman con los desechos en el mar, como los descartes de la pesca industrial. Roma termina así pareciéndose a la Patagonia: tanto las gaviotas italianas (pertenecientes a la especie Real Mediterráneo), como sus primas patagónicas (del grupo Cocineras), son inocentes. La responsabilidad es de los humanos de cara al medio ambiente. Algo que, por cierto, no es una novedad.
