Hoy la raza humana, desmemoriada, inhumana y deshumanizada, debe cultivar como jamás la visión del alma y someterse a la operación mística del reencuentro en el contexto de Semana Santa. Es tiempo de reflexionar para combatir todos los males que someten la someten. En consecuencia, debemos hacer un alto en el camino, no sólo para adquirir aliento, sino también para tomar conciencia de lo que uno es y representa. Lógicamente, tampoco merecemos hundirnos cuando vemos muchos pueblos, tan desfavorecidos u oprimidos, por la injusta pasividad de sus gobernantes y por la brutalidad de la violencia.

En este sentido, estas circunstancias nos deben llamar a la reflexión como signo de esperanza, que debe comenzar por conciliar miradas para reevaluar las alianzas globales para vivir con dignidad, en democracia y libertad.

Trabajar por la concordia, por la paz y elbien común es fundamental. Que se silencien las armas y dejen de causar destrucción y muerte, es un buen compromiso para reconstruir con valentía y diplomacia espacios de negociación, orientados a formar y a conformar vínculos de unidad.

Tender la mano ante la incertidumbre
Los encontronazos no sirven para nada, sólo para generar división y activar absurdos frentes. Lo suyo es tender la mano y extender el abrazo, ante la inestabilidad y la incertidumbre presente.

Por desgracia, aún no hemos aprendido a reprendernos para compartir con los demás, hasta nuestro propio entusiasmo. Urge, por tanto, que se trabaje por un porvenir más equitativo y fraterno. La desolación, la violencia verbal y física no puede gobernarnos, necesitamos recuperar la alegría de vivir y la satisfacción de desvivirnos por los demás.

En efecto, porque nos falla el amor al prójimo y nos sobran armas, no podemos conformarnos con sobrevivir. Amoldándose al escenario actual y dejándose satisfacer únicamente por objetos materiales, nos corrompemos. Tenemos un espíritu que requiere despertar cada día y hacer generación.

Por desgracia, pasan los años y las décadas, y vemos como ciertos gobernantes nos dejaron en la ruina, al pensar y actuar con maldad, sin amor por sus semejantes. Vemos que los dramas del empobrecimiento están ahí, en cualquier esquina, pueden ser nuestros vecinos quienes tienen hambre. Resulta escandaloso que, en un país y un mundo dotado de avances y recursos, sólo los disfruten algunos privilegiados. De hecho, a la hora de una actuación concreta; los excluidos, que casi siempre son víctimas no culpables, apenas reciben migajas.

Los bienes que hay en tierra son para todos 
Olvidamos que los bienes de la tierra son para el ser humano, no para destruirse unos a otros, sino para dar subsistencia sin exclusiones. Si en realidad queremos hermanarnos, esforcémonos por remediar las causas que originan los calvarios indignos, tomemos esta Semana Santa como reflexión, cancelemos las deudas injustas y saciemos a los hambrientos. Precisamente es esta comunión plena, la que nos acerca a Dios y nos llena de felicidad, aunque estemos surcados por las lágrimas. Dejémonos transportar por esa nueva vida que todos llevamos mar adentro.

La Resurreción de Jesús nos brinda la salvación. De ahí en más debemos vivir sin dobleces, con la libertad de servir y de no servirnos de nadie.

  • “Somos más que hermanos”

Sólo gracias a ese encuentro con Jesús, quien murió en la cruz y resusitó al tercer día, lograremos ser rescatados de lo mundano. Tanto es así, que llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que hermanos, solidarios a corazón abierto, sustentados bajo el aliento del afecto, que indisoluble lo justifica con la compasión, con una eterna novedad transmisora de luz y transformadora de bien. Ciertamente, con la vitamina de la fe, todo se sobrelleva. Es menester cultivarla, ponerse en espera para reponerse, esperando el instante precioso y preciso que aunados demandamos para ese cambio de actitud, que no requiere de una resistencia estoica al sufrimiento, sino que es fruto de un amor, que no es otro que el controlar nuestros instintos y refrenar las malas respuestas, con fe en el Salvador de la humanidad para tener una vida plena.

Por Víctor Corcoba Herrero
Escritor