
En las viejas redacciones periodísticas se solía decir que existían temas sobre los que habían corrido “ríos de tinta”. Era una manera de decir que acerca de un tema se habían escrito innumerables crónicas, reportajes y entrevistas ya fuese por su relevancia o bien porque, a pesar de la labor periodística, no se había logrado un cambio que beneficiara a la sociedad (en el caso de se estuviese hablando de algún tema problemático). El Camino del Perú cabe en ambas categorías.
Sin dudas, es una cuestión sobre la que corrieron ríos de tinta y, si bien nadie niega que se trata de un inconveniente gravísimo, las soluciones de fondo no aparecen. Además, a medida que pasa el tiempo adquiere más relevancia: de ser una zona periurbana o semi rural, las viejas fincas de limones están siendo reemplazadas por barrios de todo tipo: emprendimientos del Instituto de la Vivienda, countries, loteos e inclusive, asentamientos. Además, las industrias adquieren cada vez más protagonismo: a las clásicas citrícolas que funcionan en las inmediaciones de Tafí Viejo y Villa Carmela, hay que sumar una poderosa cerámica que produce miles y miles de ladrillos por día, y cuyos pesados camiones se volvieron protagonistas de este camino cada día más colapsado. Si seguimos enumerando, nos vamos a encontrar con colegios y escuelas, predios de comunidades religiosas, iglesias, la sede de la Sociedad Rural, supermercados, estaciones de servicio y un larguísimo etcétera.
No hay que confundirse: el problema no es que una zona se desarrolle, la culpa del caos vehicular no la tienen las industrias ni los comercios ni los vecinos. El gran inconveniente acá es que ocurre lo mismo que en muchos otros lugares de Tucumán: el crecimiento no es acompañado -ni mucho menos anticipado- por un plan urbanístico que vaya adaptando la infraestructura para contener el desarrollo. Si nos remontamos en el tiempo, el último gran ejemplo de esto puede haber sido la avenida Perón, en Yerba Buena, que se trazó muchos antes de que la zona se edificara. Es decir, primero se hizo una gran avenida y luego, el crecimiento urbano y comercial se desarrolló a su alrededor. En el caso de Camino del Perú, es al revés, con todos los problemas que eso implica.
Esta especie de calle, avenida y ruta de la que nos ocupamos forma es parte -valga la redundancia- de una ruta, la provincial 315, que nace en la intersección del Canal Sur con la avenida Jujuy, al sur de la capital, y se dirige hacia el norte a lo largo de 22 kilómetros. Entre las avenidas Roca y la zona de El Cristo se llama Alfredo Guzmán; luego, Camino del Perú hasta Tafí Viejo. Y, desde allí, se comunica con la ruta 9 bajo los nombres de las avenidas Roca y Constitución. Hoy vamos a poner el foco en el tramo que va desde el cruce con la Belgrano-Perón hasta Tafí Viejo, porque desde hace un par de décadas, allí se produce un crecimiento urbano que no responde a ninguna lógica.
También desde hace décadas se vienen sucediendo los anuncios que prometen obras que podrían aliviar el tránsito. En algún momento se llegó a hablar inclusive de hacer una autopista similar a la que se extiende por la diagonal Leccese, que une la capital con Tafí Viejo. Pero hasta el momento, solo se observa a operarios de la Dirección Provincial de Vialidad (DPV) tapar baches muy de vez en cuando y a inspectores de Tránsito de Yerba Buena y de Villa Carmela que intentan ordenar la circulación en los cruces más complicados. No mucho más que eso. Ahora se viene hablando con fuerza de la avenida de Circunvalación Oeste, que permitiría unir la Perón con la ruta 9, lo cual ayudaría a descomprimir este sector. Habrá que esperar: todavía es un proyecto.
Sin dudas, lo que ocurre en este sector responde, entre otras cosas, a una clara falta de visión metropolitana. El Camino del Perú representa la división entre distintas jurisdicciones: San Miguel de Tucumán, Yerba Buena, Tafí Viejo y Villa Carmela. A eso se suma la DPV, por la ruta en sí, y la Dirección Provincial del Agua (DPA), por el mantenimiento de los canales. Como ya hemos dicho muchas veces, al ser una zona con tantos “dueños”, al final termina siendo de nadie. Sería importante que el Gran San Miguel de Tucumán, con todas sus complejidades, se empiece a pensar como un todo y no como una suma de jurisdicciones. Puede ser un primer paso para empezar a mejorarles la vida a sus habitantes.