Lilia Lemoine: el impiadoso brazo ejecutor del oficialismo en el Congreso
La diputada y cosplayer tiene acceso directo al Presidente, integra la vieja guardia libertaria y juega un rol clave en el oficialismo; sus últimas peleas y su lugar en el criptogate
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Lilia Lemoine recorre los pasillos de la Cámara de Diputados con el celular siempre a mano, lista para capturar el momento justo. No es solo su ventana a las redes, donde amplifica la narrativa oficial con fotos, videos y audios; es también su línea directa con Javier Milei, el as bajo la manga que la distingue en el ecosistema libertario.
Como diputada oficialista, dice lo que otros callan y actúa donde los demás dudan. Es la voz en off del Presidente y su brazo ejecutor cuando el debate se vuelve áspero. Patrulla la ortodoxia libertaria dentro y fuera del recinto, expone a los díscolos y da la cara en las batallas complejas. Su estilo es el de una militante sin frenos: desafía, incomoda y enfrenta sin rodeos a los pesos pesados de la oposición, esos a los que otros diputados prefieren evitar.
Su brutal lectura de los hechos de violencia en la marcha del 12 de marzo pasado en el Congreso la describen muy bien. “No podés hacer un omelette sin que se rompan un par de huevos”, dijo sobre el proyectil de la Gendarmería que impactó en la cabeza del fotógrafo Pablo Grillo y lo dejó al borde de la muerte. Y en la misma entrevista expuso una extraña acusación sobre el gobierno de la Ciudad: dijo que autorizó dos obras para que hubiera piedras servidas para los manifestantes.
Lemoine no pasa desapercibida. Es una rara avis dentro del Congreso y no tardó en convertirse en un imán. La oposición primero la subestimó. Antes de asumir ella había dicho, por ejemplo, que su primer proyecto sería una iniciativa de “renuncia de la paternidad”. Dijo: “No es justo que un hombre tenga que hacerse cargo de un hijo que no quiso tener”.
Con antecedentes como este, sus opositores creyeron que la excosplayer era otra extravagancia libertaria, una influencer que funcionaba en redes pero que se desvanecería en la política real. Se equivocaron. Lemoine entendió rápido que, en la era de la política hiperconectada, su voz podía pesar tanto como la de un ministro. Hoy, cada palabra suya se desmenuza con la misma rigurosidad que un documento oficial; cada movimiento suyo se sigue como si fuera una señal de poder.
Entre libertarios, su centralidad genera cortocircuitos. Dentro del bloque oficialista choca con los diputados más autónomos, a los que acusa sin medias tintas de ser funcionales al kirchnerismo y los expone con método. Tuvo un pico de protagonismo cuando, celular en mano, increpó a Marcela Pagano y Rocío Bonacci de aportar el quorum para una afrenta opositora. Lo hizo junto a María Celeste Ponce, parte de su escudería. La escena terminó a los gritos, con insultos y un vaso de agua en el celular de Ponce. Su viralización fue instantánea. Horas después, el episodio ya era material de debate nacional.

Su relación con el presidente de la Cámara, Martín Menem, oscila entre la convivencia estratégica y los chispazos repentinos. Lemoine tiene poder de facto, sostenida por el blindaje de Milei, que incluso le confía la tarea de maquillarlo. Menem, en cambio, juega su liderazgo en términos institucionales y con el respaldo decisivo de Karina Milei, la gran administradora del poder en las sombras que maneja los hilos del partido.
El riojano no intenta contenerla. Reconoce su personalidad volcánica como un activo para situaciones puntuales y se limita a administrar los daños cuando Lemoine estresa al máximo los ánimos en la bancada oficialista. Sabe que la secretaria General de la Presidencia también la sostiene, aunque con menos vehemencia que su hermano. Cuando las miradas de los Milei coinciden, Menem y Lemoine conviven sin sobresaltos. Cuando no, los chispazos amenazan con un incendio masivo.

Lo sabe Pagano, que supo exhibir su cercanía con Milei para presidir la Comisión de Juicio Político, a contramano de Karina. Su caída en desgracia fue una lección para todos: con Milei no basta. En la pelea por el poder, la última palabra la tiene su hermana.
Por eso Lemoine no conoce límites de jurisdicción. No solo actúa en la provincia de Buenos Aires, su distrito, sino que se mete de lleno en la interna de la Ciudad. Jorge Macri es su blanco más reciente, en sintonía con la batalla que da Karina Milei contra el Pro en su propio bastión.
Lemoine juega a anticiparse. Lo hizo cuando Victoria Villarruel amagaba con despegarse definitivamente de la línea oficial, alentada por encuestas que la favorecían. “Se cortó sola y no entiende que es vicepresidente”, dijo a mediados del año pasado. No tardó en atacarla cuando la ruptura fue total, como harían después otros voceros del Gobierno.
Cuando la crisis del criptogate explotó, Lemoine no se quedó al margen. Fue la primera en desmentir que la cuenta de Milei hubiera sido hackeada y desintegró la versión que exculpaba al Presidente de un posible delito. Su mensaje confundió a los propios libertarios. Dos horas después, con el token en caída libre, Milei borró el tuit original. Lemoine había cerrado la puerta a una coartada antes de que fuera oficial.
¿Actuó por cuenta propia? ¿Le dictaron el mensaje? Preguntas que podrían volverse incómodas si la Justicia avanza en la investigación de un presunto desfalco de más de 100 millones de dólares con terminales en el círculo más estrecho del Presidente. Allí mismo, donde ella edifica su poder.
Para que quede claro... no es un hackeo. https://t.co/F0nNTUL08M
— Lilia Lemoine 🍋 (@lilialemoine) February 15, 2025
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