Zoología salvaje: las clases de pulpo

Zoología salvaje: las clases de pulpo

Zoología salvaje: las clases de pulpo

Los tucumanos sabemos poco sobre la vida de los pulpos, algo que seguramente es recíproco. La imagen que nos llega desde la literatura y el cine sobre este molusco es mayoritariamente negativa: son los monstruos por antonomasia. Todos recordamos cuando en  20.000 leguas de viaje submarino de Julio Verne el Nautilus es atacado por una de estas criaturas (aunque en realidad se trata de un calamar, pero da lo mismo). Victor Hugo, en Los trabajadores del mar (1866), contribuye a su mala fama con frases como: “No hay nada más espantoso que un pulpo aferrando a un hombre... Es el abrazo del abismo”.

Pretender aprender sobre los pulpos basándonos en lecturas como la de Victor Hugo es tan absurdo como querer ser zootecnista leyendo Platero y yo. Pero son conceptos que quedan en el imaginario. Hasta la llegada de la película Tiburón de Spielberg, los “krakens”, es decir, los pulpos gigantes, fueron los monstruos marinos por excelencia, y aún conservan un lugar importante en el género de terror pasado por agua.

Pero no hay tesis sin antítesis: con el tiempo ha surgido una corriente revisionista, una especie de mirada woke pro-pulpo. Podemos mencionar dos trabajos audiovisuales que forman parte de esta reivindicación: el documental ganador del Oscar Mi maestro pulpo (My Octopus Teacher) y la película La llegada (Arrival). Entre ambos se da una irónica inversión de roles: el film de ciencia ficción tiene una mayor voluntad de comprender a estos animales que el bellísimo documental.

En Mi maestro pulpo, un hombre en crisis existencial decide que la mejor terapia no es ir al psicólogo ni enfrentar sus problemas, sino acosar, hacerle stalking submarino a un pulpo. Así es: en vez de ir a Piombino y pedir un helado de banana con dulce de leche, el documentalista Craig Foster se obsesiona con un octópodo que, en su infinita paciencia (o indiferencia), le deja creer que han formado un vínculo especial. Si la historia hubiera sido contada desde la perspectiva del cefalópodo, el título no sería Mi alumno humano, sino algo más parecido a Eso. El protagonista, Pennywise para los pulpos, nos vende la idea de que el animal es su “maestro” porque observa su comportamiento y proyecta en él su propia búsqueda de sentido. Mientras tanto, el pulpo simplemente sigue con su vida: camuflándose, cazando y evadiendo tiburones, sin necesidad de introspecciones filosóficas.

Aquí surge una duda escéptica: ¿cómo sabe Foster, o cómo sabemos nosotros, que es siempre el mismo pulpo? Recuerden que para filmar Las aventuras de Chatrán usaron como quince gatos, ocho solo para la escena en que Chatrán enfrenta a una víbora. En este caso, la situación es moralmente más compasiva (salvo por el acoso), pero plantea el mismo problema sobre la unidad del personaje. Al fin y al cabo, los pulpos cambian de forma y color a su antojo. Me los imagino sorteando turnos para entretener al monstruo humano.

El clímax llega cuando el pulpo muere (como todos), dejando al hombre con la sensación de haber recibido una gran lección sobre la vida, el amor y la conexión con la naturaleza. Lo que realmente aprendemos es que los humanos somos especialistas en romantizar hasta a los cefalópodos, y que el verdadero maestro aquí es efectivamente el pulpo, que nunca necesitó a Craig Foster para nada.

El otro caso es mucho más interesante. Todos recordarán La llegada (2016), donde los extraterrestres son una especie de pulpos (heptápodos, según la novela original) cuyo lenguaje, al igual que sus tentáculos, no sigue una dirección fija, lo que desafía la estructura secuencial del pensamiento humano. Ahora bien, esta idea no carece de sustento teórico y además evoca una comprensión distinta del pulpo.

En Other Minds (2016), el zoólogo marino Peter Godfrey-Smith sugiere que los pulpos son lo más cercano a una inteligencia alienígena que podemos encontrar en nuestro planeta. Evolutivamente, humanos y cefalópodos se separaron hace más de 600 millones de años; no hay ser inteligente más lejano a nosotros. A diferencia de nosotros, los pulpos tienen dos tercios de sus neuronas en los tentáculos, que son en realidad unos labios altamente sensibles que pueden tomar decisiones sin esperar órdenes del cerebro central. Su inteligencia  se demuestra en su extraordinaria capacidad de camuflaje y simulación, un rasgo que sin dudas compartimos. También usa la tinta para confundir y esconderse.

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