
Días de Carnaval
Tardíamente se me ocurrió preguntarme que quería decir “carnaval”; nunca me despertó interés, pero por años, es justo decir, sus feriados siempre fueron disfrutados. La palabra proviene del latín carnelevarium: quitar o retirar la carne. El carnaval es una celebración que tiene lugar antes de la Cuaresma y su fecha, variable sobre fines de febrero o principios de marzo, y la ocasión en que los católicos devotos de antaño se abstenían de comer carnes rojas, casi como un anticipo de las Pascuas de Resurrección.
Sus orígenes también se confunden con fiestas paganas griegas en honor al dios Baco, o las saturnales romanas. Los antiguos egipcios también aportaron con ciertos festejos vinculados al toro Apis. América Latina puso su impronta y hubo fiestas prehispánicas, que se encontraron por ejemplo en Brasil, con las culturas africanas, siendo hoy un testimonio monumental que da lugar al festejo más importante del mundo, según lo sentencia un tradicional libros de récords. Sin perjuicio de que en Oruro (Bolivia) o Veracruz (México) han ido convirtiendo estas fiestas en eventos de color, alegrías populares, música y alguno excesos.
El Carnaval de Venecia dio a la fiesta un sello elegantísimo y misterioso, donde el antifaz con plumas y brillos, sumado a las capas de lujosas sedas y brocados, giraba sobre los puentes de la ciudad, conformando un ballet refinado, pleno de cierta picardía amorosa, que sigue despertando aún hoy curiosidad de turistas y románticos. La Argentina no ha estado distante de estas influencias y, según las regiones geográficas, fue construyendo su propia identidad. En Jujuy, el Carnaval de la Quebrada Humahuaca y sus tradicionales carnavalitos es parte del acervo nacional, como el desentierro y entierro del diablo o Pujallay, representado por un muñeco, que simboliza la liberación de los deseos reprimidos.
Entre Ríos creó su propia identidad con el Carnaval de Gualeguaychú, que moviliza a unos 50.000 turistas, donde las carrozas alegóricas recorren las calles de la ciudad, con una altura de más de 12 metros y otros 12 metros de largo; mitos, alegorías, leyendas, actos heroicos o deportivos, muestran ante los ojos asombrados del espectador cuerpos esculturales cubiertos de plumas y brillos, generando un clima de alegría, ensueño y magia.

Corrientes también aporta, habiendo construido un corsódromo con capacidad para más de 30.000 personas; son famosas sus comparsas de AraVera, Sapucay y Copacabana, con miles de integrantes, que casi por 12 meses imaginan las temáticas, cosen sus trajes y ornamentan sus carrozas, en una competencia de genio y talento. Con las coreografías, los correntinos no dejan de competir entre pasos y espléndidas contorsiones, danzando por horas incansablemente.
Buenos Aires también se sumó a los carnavales, y según los períodos y sectores sociales tuvo diferentes expresiones. En tiempo de la colonia los sectores populares participaban en bailes de máscaras en el Teatro de la Ranchería; los sectores más pudientes elegían reunirse en la Casa de Comedias. En épocas del virrey Vértiz, los bailes se limitaban a lugares cerrados y reservados en las grandes casonas y palacetes de la ciudad. El toque de tambor y alguna otra ruidosa manifestación de la población africana que habitaba la Aldea, en aquellas épocas, estaban prohibidos y solían reprimirse con algún azote o cárcel.
Sarmiento, después de un viaje en el que visitó diversos países, quedó asombrado por los disfraces elegantes de Venecia en Carnaval; sumado a un hecho fortuito del cual dejó testimonio en Viajes, decía: “El día de mi llegada a Roma, la campana del capitolio empezó a tañer a golpes redoblados pasado el mediodía. Y un murmullo respondió de todos los ángulos de la ciudad a una señal impacientemente esperada como la voz del ángel del placer que llama a los muertos, a una vida febril. Era la apertura del Carnaval”. Tan fuertemente impactaron esta imagen y toda esa simbología, tanto religiosa como pagana, que lo llevó a institucionalizar el primer corso oficial de la ciudad de Buenos Aires en 1869.
En el siglo XX, la fortísima influencia de la inmigración italiana y española reforzó el Carnaval. Aparecieron los grandes bailes de los clubes como el Centro Gallego, el Centro Andaluz, Unione e Benevolenza o Gimnasia y Esgrima, que hicieron historia con sus encuentros danzantes, por noches y noches, donde la competencia de orquestas típicas y cantantes de tango y algún otro ritmo sonaban sin parar hasta muy avanzado el amanecer. En ese marco se fueron sumando el Pasaje de las Comparsas, el candombe y las Murgas, estas con impronta más porteña.
El papel picado, el pomo de plomo con agua florida, las serpentinas, las bombitas de agua, las matracas y algunos cornetines constituían con las máscaras y antifaces parte del folclore de esas fiestas. Sin olvidar las batallas campales que se libraban entre los diferentes barrios, recorridos con furgonetas o camioncitos llenos de parroquianos con baldes, bidones o toneles de agua, y donde mojar por sorpresa era un deporte, a la hora de la siesta caldeada por el verano, balsámico e invasor, pero habitualmente bien recibido.
Cabe a la música habernos aportado en la voz de Alberto Castillo el tradicional “Siga el baile” o la inolvidable voz de Carlos Gardel en el tango con letra de Francisco García Jiménez, estrenado en 1926, reclamándole a la mascarita que se quite el antifaz. En 2010 se oficializaron los feriados de lunes y martes de Carnaval, pero no alcanzó para salvar tan ancestrales festejos, fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires. El turismo fue más fuerte, y la gente prefiere celebrarlo con algún viaje y dejar este melancólico ritual en el baúl de los olvidos. Es un festejo que sirvió para divertir a nuestros ancestros. Hoy no deja de ser una languideciente historia pasada. ß

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