Vivimos en la era del hiperconsumo. Estamos abrumados por la información, las exigencias y las aspiraciones… pero el tiempo nunca alcanza para atenderlas todas. Esta dinámica genera estrés y contribuye a la epidemia de dolores y enfermedades que azotan a Occidente. Se suele creer que los avances tecnológicos vinieron a simplificarnos la vida. Aislados, pueden parecer beneficiosos, pero en conjunto nos arrastran a una parafernalia capitalista que termina por alienarnos. Así como el exceso de placer deriva en sufrimiento, la sobreabundancia de opciones y supuestas comodidades se convierte en una fuente de angustia. La verdadera libertad es mental y constituye la mejor defensa contra la vorágine ideológica que impregna el entorno mediático, mercantil y cientificista en el que estamos inmersos. Para estimular esa libertad, sería necesario un profundo cambio cultural, más humanista. El hombre posee una espiritualidad natural que hoy permanece latente. Deberíamos fomentarla de manera laica y libre, pues en estos tiempos puede ser un refugio frente a la locura cotidiana. En la antigüedad, los pueblos buscaban vivir en armonía con la naturaleza porque creían que así complacían a sus dioses. Hoy, desmitificadas las fuerzas naturales, el mito se ha trasladado a la economía y la rentabilidad. Pero con la naturaleza no se juega: su “furia” no tiene límites. Tampoco se negocia con ella, porque carece de deseos y temores, y es inmune a la corrupción.
Jorge Ballario
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