ELOBSERVADOR
Otro grito de guerra

¡Al carajo con la libertad!

Una reflexión sobre la libertad de nuestros días. La compleja modernidad y el poder, la dominación tecnológica y la colonización digital, los enemigos creados, las cadenas, los lazos y la frase de cabecera de Milei (¡Viva la libertad, carajo!) sobre la que se cuestiona: en un mundo que no es viable, la cuestión de la libertad deviene banal.

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Un controvertido filósofo, crítico de la técnica moderna, preocupado hasta la escatología, lanza su sentencia en una entrevista: “solo un dios puede salvarnos”. Tuvo la delicadeza de procurar que la entrevista se publicara después de su muerte. Nos deja entonces, la tarea de volver sobre su elegía, pero bajo nuestras condiciones históricas, es decir, el momento en que el hombre, amo y posesor de la naturaleza, ya nada puede hacer porque se trata de un dispositivo agotado.

“Hombre es el nombre de un dispositivo que supuso un modo de existencia, seguramente colonial, con una base supremacista en perjuicio de la naturaleza y de colectivos específicos de personas, subido al caballo de una tecnificación ilimitada y creyente en una religión de apariencia muy racional llamada progreso. Ese dispositivo que había sustituido a Dios por un sujeto causa sui generis una imagen de la libertad. Una libertad causa sui ser aquella que escapa a toda sobredeterminación (tropismos, deseos, situaciones). Una instancia o entidad que decide y determina los hechos del mundo sin ser, a su vez, determinada.

En el caso de otros dispositivos históricos, la cuestión de la libertad no es en absoluto central. En sociedades animistas o totemistas, por ejemplo, se trata de fuerzas naturales, divinas, corporales, que organizan lo posible. Y todos los rituales, los hitos o la cultura operan en función de equilibrios y ciclos. En el marco de esas ontologías, la libertad tal como la entendió Occidente no tiene sentido.

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A diferencia del tono que el filósof alemám imprimia su propia frase, desde nuestro punto de vista, si solo un dios puede salvarnoses porque ya no hay nada que esperar de ese dispositivo llamado hombre En el marco del dispositivo humanista se establecieron jerarquías que determinaron quiénes se acercan más al cumplimiento del dispositivo (hombres, blancos, europeos o anglo, ricos, etc.) y quiénes permanecen en un lugar subordinado o incompleto (negros, mujeres, géneros disidentes, indios, etc.).

También en el marco del humanismo, la libertad fue asociada a la desobediencia por el ideal emancipatorio. De Spinoza a Marx, no se trata de la libertad individual como unidad de medida de la experiencia, sino de la liberación. Liberarse de pasiones tristes o de mecanismos de explotación no significa, sin embargo, alcanzar la libertad como causa sui, sino seguir la naturaleza de lo que somos, alienarse de manera activa, en acuerdo con la potencia de actuar y conocer, con las capacidades creativas, al punto de participar de las causas que hacen que seamos como somos.

¿Cuál es la idea de libertad que reaparece en nuestra coyuntura y qué relación guarda con lo que más ampliamente llamaríamos la época? La violencia verbal del gobierno de Milei contra la diversidad de género y su correlato en el desarme de las políticas públicas deja ver hasta qué punto su posicionamiento ideológico es conservador. De ahlas críticas que recibe por parte de liberales que con razón acusan el uso amañado que hace de la idea de libertad. Las reacciones de Milei y su séquito ante la marcha por el orgullo antifascista y antirracista Lgbtiq+ los dejan inequívocamente del lado de los neofascismos y los grupos neonazis a nivel global.

Libertad de esta época. Pero quisiéramos detenernos en otro tipo de cuestionamiento. Creemos que la idea de libertad presente en la consigna del partido de gobierno, más allá de su falsedad ideológica o de su doble vara, entraña un problema en sí misma. Se trata, para nosotros, del modo en que esa “libertad” expresa el principal síntoma de nuestra época, no en tanto consigna hipócrita, sino en la sinceridad de su enunciación. Y, de hecho, es en esa sinceridad donde aparece lo más reaccionario, que es la creencia en un individuo causa sui, en una época de la completa desregulación de lo vivo.

Tras la marcha que las disidencias de género organizaron para responder a los ataques de Milei, un diputado del PRO que se presenta como homosexual, pero que, como buen colaboracionista, justificó vehementemente los dichos de Milei y criticó a la manifestación dijo que entre las minorías el individuo es la minoría más pequeña, aquella que el Estado debe cuidar antes que cualquier otra cosa.

Es un punto nodal de la discusión: justamente, el individuo causa sui es la figura mayoritaria, es en nombre de su universalidad que se erigió toda una forma de dominación; mientras que las minorías son la marca de los cuerpos situados. Su dolor, tanto como su activismo, están territorializados, su potencia, siempre ambivalente pues incluye derivas sectarias tanto como imaginarios democráticos y cooperativos, es una potencia de los cuerpos, los paisajes, los ecosistemas en tanto funcionamiento orgánico.

La libertad que proclaman los libertarios no tiene mayor tradición, pero no sería desacertado ubicarla en el giro cartesiano, ahdonde, en su versión más chata, crea la ilusión de una libertad sui géneris. Sin embargo, Sartre atribuye a Descartes una imagen distinta: “Ser libre no es poder hacer lo que se quiere, sino querer lo que se puede”. Es decir que, aun en la piedra angular de la justificación racional del dispositivo moderno, existe la vacilación que habilita derivas como la de Sartre. Pero la libertad sui géneris de nuestros días queda asimilada tanto a la libertad económica de quienes tienen poder económico como a la completa desregulación de la vida (cuerpos, cultura, subjetividad), a merced de la tecnociencia y las tecnologías digitales (lo que permite hacer de un cuerpo un agregado de moléculas, del lenguaje un cúmulo de información, de un individuo una colección de microcomportamientos).

Se trata, en ese sentido, de la completa confusión entre libertad y positividad y, como consecuencia, la imposibilidad material de distinguir el acto libre de la obediencia. Cuando Milei viva por la libertad no hace más que hundirse y hundirnos en la obediencia. Pero no se trata ya de la dependencia imperialista, ni solamente de la dominancia de las grandes corporaciones, sino del mandato que sobrevuela todas las formas de dominación contemporáneas: funcionar.

Libertad, entonces, significa eliminar toda regulación, toda instancia capaz de problematizar la complejidad en que vivimos y que nos desborda por todos lados. Como en los albores del capitalismo moderno, convertirse en un “trabajador libre” significó quedar librado a la suerte –una “suerte” que tenía dueños y la policía de su lado– la libertad proclamada por Milei nos deja librados a una “suerte” que se llama funcionamiento –y tiene de su lado la proliferación de un conjunto de dispositivos para la optimización de las vidas–.

El punto de vista. Lo único que se opone, retrasa o apenas cuestiona el funcionamiento es la existencia entendida en un sentido orgánico. Una medida para pensar el actuar que, lejos de la libertad causa sui, depende de un conjunto de lazos constitutivos de su sentido. Ni el retorno a la universalidad humanista, punto de vista de ninguna parte, ni la dispersión individualista que incluso desagrega al individuo en partículas de comportamiento, actos consumo o competencias particulares, sino punto de vista situacional. Multiplicidad entre multiplicidades. Sartre pregunta: “A propósito de qué situación concreta ha hecho usted la experiencia de su libertad? De ahí también la responsabilidad en acto indisociable de una libertad que solo puede ser situacional.

De hecho, si rechazamos la libertad sui géneris que tontamente ubica el punto de vista en el capricho individual, es porque creemos que no hay punto de vista del individuo, ya que “punto de vista” es lo que emerge de una situación o de un dispositivo del cual hace parte un sujeto como hacen parte otros elementos o vectores. Son los sujetos quienes dependen del punto de vista y no al revés. El punto de vista individual y la libertad sui géneris son supersticiones que tienen efectos nada liberadores sobre nuestras vidas.

Si el hombre libre de la modernidad es, en parte, producto del propio dispositivo educacional, que forma personas autónomas, con sus saberes enciclopédicos y su conciencia civil, la libertad de hoy es totalmente compatible con la educación por competencias, que desagrega todo interés general y toda singularidad, para entrenar competencias específicas que permitan funcionar.

Desregulación, deconstrucción, desagregación son las operaciones que liberan en un sentido radicalmente contemporáneo. La promesa, por demás metafísica, llega al abandono de todo lo que en la corporalidad, en la psiquis, en la cultura, en el fondo, en la singularidad, pueda obstruir el funcionamiento.

La libertad de Milei. En el fondo hay algo tonto en la libertad que arenga Milei, quien, en ese punto, no parece un león, sino la paloma que, según Kant, creía que podía llegar a ser más libre sin el aire resistente a sus alas. Justamente, el aire gracias al cual la paloma estdeterminada a volar.

Así entiende Milei la inteligencia artificial, tal como los transhumanistas la desarrollan y la venden. El sueño de liberarse de toda determinación, de tropismos e impulsos nos encuentra con la pesadilla de la sobredeterminación tecnológica. Es que para los tecnófilos que alimentan el equívoco de llamar “inteligencia” a un mecanismo probabilístico, la IA es la nueva figura de la causa sui. Una nueva raza, que no es otra cosa que un nuevo dispositivo, que se proclama superior, más lejos que nunca de aquel chimpancque Darwin ubiccomo eslabón evolutivo.

Tal vez, en este punto se encuentren el conservadurismo de los Milei con el último sueño de una humanidad que deja de ser tal: el supremacismo. Una “humanidad aumentada” significa, paradojalmente, una humanidad sin cuerpo, sin determinaciones, sin esa molesta condición que es el ingobernable deseo que, para colmo, puede volverse deseo de ser ingobernable.

Elon Musk sabe lo que hace cuando coquetea con el saludo nazi. No es ingenuo en apoyar a los neonazis, ¡nada menos que en Alemania! No se trata del nazismo una vez más, de uno que vuelve como farsa. Es posible conjeturar que Elon Musk busca en los más retrógrados nazis y fascistas de la hora una disposición supremacista que él puede capitalizar. Pero tampoco se trata de Elon Musk, sino de una tendencia epocal que cuenta con su propio “hombre nuevo”, el híbrido perfecto, la víbora digital que deja tras de ssu última piel orgánica para, ahora s ser libre.

Lo que nosotros llamamos hibridación es el verdadero terreno de disputa. O bien logramos marcar una tendencia en que predominan nuestros proyectos y deseos territorializados en situación, o bien la colonización digital nos pone a funcionar de acuerdo a su potencia, que desterritorializa en permanencia funciones que sumisamente delegamos.

Un nuevo individualismo que prescinde de las profundidades personales y reconstruye nuestros comportamientos y nuestros gustos en un perfil. El perfil no es causa sui, en tanto perfiles ni siquiera probamos la libertad prometida por Milei. Pero la tristeza de la vida convertida en perfil tiene que ver con su poca capacidad de adherencia y, en consecuencia, su escasa vitalidad.

Ni siquiera el fanatismo de Milei y de sus seguidores es muy creíble... Solo los sostiene el rechazo a enemigos que inventan; un rechazo fundado, finalmente, en el odio a los cuerpos y su torpeza, el odio a la vida y sus lazos sutiles.

Spinoza, un moderno contra los modernos, denunciel peligro de oponer libertad y necesidad, y hoy vemos más que nunca que es causa de destrucción. Romper los ciclos, los ritmos y ritos vuelve el mundo inviable. Los límites son entendidos como barrera a superar, mientras que el sabio Kant enseñaba que los límites protegen la vida. La regulación forma parte de la naturaleza misma del organismo como composición de relaciones antes que sumatoria.

Por eso, hoy no se trata tanto de romper cadenas, como de afirmar lazos que nos constituyen. De hecho, todo cambio protege algo de lo que queda, mientras que el cambio y la desregulación totales y permanentes no son viables porque no dejarían rastros de mismidad. Hoy se usa la metáfora informática del reseteo que, en algunos casos (como la biología molecular o la biomedicina), no es tan metafísica.

El punto es que la nueva casa tecnológica no promete ni un mundo escabroso como el que vislumbraban Pinochet y Videla, ni puede esperanzar a nadie con fantasías revolucionarias ni confortablemente burguesas. Simplemente, se trata de la no viabilidad de un mundo. Y en un mundo que no es viable, la cuestión de la libertad deviene banal. ¿Una nueva banalidad del mal?

Necesitamos investigar nuevas alianzas, formas de vivir, y vincularnos en el marco de la hibridación existente. Asumir la nueva casa tecnológica en la que vivimos, donde no podríamos vivir de acuerdo a una libertad causa sui, sino aprender de fuerzas que nos exceden, acompañar las tendencias que nos encuentran territorializados, alimentar las composiciones que nos devuelvan sosiego, como en un nuevo animismo, donde la cuestión de la libertad ya no tiene tanto sentido. Por eso, no podríamos sino responder a la consigna sintomática de Milei con nuestro propio grito de guerra: ¡Al carajo con la libertad!

*Doctor en Neurofisiología, filósofo, psicoanalista.

**Ensayista, docente e investigador de Unpaz, UNA, IEF CTA A. Juntos publicaron La inteligencia artificial no piensa (el cerebro tampoco) y Del contrapoder a la complejidad (con Raúl Zibechi).

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