Natalia Guiñazu: la científica de Neuquén que investiga cómo los microplásticos afectan la salud
Es una línea de investigación pionera en el valle.
“Esto que está acá es una mesa de flujo laminar”, dice la científica de Conicet y doctora en Ciencias Químicas Natalia Guiñazu. Enfrente tiene una cabina, grande, con un vidrio impoluto. Presiona un botón y prende una luz interna. En ese momento se revela lo que parece ser una gran pecera para hámsteres. “Esto nos permite trabajar en un ambiente controlado”, sigue, “podemos poner un pedacito de placenta y ver cómo reacciona a algún componente”.
El lugar es pequeño y las máquinas grandes. Natalia está en una de las salas del laboratorio del Centro de Investigación de Toxicología Ambiental y Agrobiotecnología que funciona dentro de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo). “Después de la mesa de flujo laminar lo pasamos a este otro aparato”, hace solo un par de pasos y señala otra máquina con aspecto de horno, “esto es una estufa de 37 grados centígrados con atmósfera de 5% de dióxido de carbono que simula las condiciones de nuestro cuerpo”.
Desde ese laboratorio, Natalia Guiñazu y su grupo de científicos a cargo, llevan adelante una investigación pionera en la región: buscan saber, cómo impactan los microplásticos en nuestras vidas. Son piezas clave para la producción del conocimiento desde la Patagonia.
Natalia tiene 24 años de científica. Dos hijos. Uno está en 6to año de una escuela técnica y el otro en la carrera de Ingeniería Química. También tiene una huerta, con tomates, acelga, albaca y ajíes. Y su propio compost. En la comisión vecinal donde vive, en Valentina Sur, hace “Trampo”, una especie de funcional sobre camas elásticas. “Soy bastante queso”, dice, “cuando la profe va a la derecha, yo voy a la izquierda”. Tiene un hábito: la lectura. Últimamente está atrapada entre crímenes y suspensos. Hace una jornada laboral, como muchos otros, de 8 a 16. Cuando no coincide con su pareja, para ir en auto, toma el 22 o el 21. Y tiene, además, la voluntad de hacer trabajo extra y donar todo lo que cobra para que las líneas de investigación que dirige no se caigan.

“En este laboratorio investigamos principalmente la exposición humana a diferentes compuestos químicos”, dice ahora sentada en el laboratorio de Toxicología en Humanos. Por un lado, investigan los niveles de plaguicidas que las personas que viven en el Valle de Río Negro y Neuquén tienen en sus cuerpos. Y por el otro, los niveles que las personas tienen de Bisfenol A, un componente que se encuentra en los plásticos. “Esta línea es muy interesante porque nos permite estudiar a qué nos exponemos en diferentes actividades cotidianas, sobre todo cuando ingerimos alimentos o bebidas. El Bisfenol A es un componente que se encuentra en los plásticos y que cuando uno calienta la comida, por ejemplo, en microondas en un contenedor de plástico o tiene una botella con agua mineral que dejó en el auto y que se calentó, generalmente este componente se desprende del plástico hacia el agua o hacia el alimento y de esa forma lo ingerimos”, explica y suma, “este componente es un disruptor endocrino, es decir, puede alterar en alguna parte de su funcionamiento las hormonas que tenemos en el cuerpo. Estos estudios son muy importantes porque nos permiten conocer a qué niveles estamos expuestos y si son peligrosos para la salud”.
Esta investigación que dirige Natalia Guiñazu, surgió como iniciativa de una estudiante de maestría, Eugenia Soto, que le interesaba el compuesto Bisfenol A. De hecho, la semana que viene ya larga los primeros ensayos porque lograron poner a punto la técnica.
Lo particular de los estudios que llevan adelante es que lo analizan en la placenta de personas gestantes. Allí, con placentas donadas por las propias embarazadas – a través de un protocolo aprobado por el Ministerio de Salud de la provincia y en acuerdo con la Clínica San Agustín – pueden determinar los niveles de exposición a distintos componentes que están las personas en el Valle.
Impacto del recorte presupuestario del Conicet en la producción de conocimiento
Natalia Guiñazu y su equipo tenían previsto el uso de determinadas proteínas en sus estudios, pero por la falta de insumos, de presupuesto y de cumplimiento de los compromisos por parte del Estado Nacional, tuvieron que adaptar. “No están habiendo llamados a proyectos nuevos, tampoco están pagando los proyectos que ya están aprobados. Por eso, no podemos comprar algunos reactivos que son muy caros. Y ahí es donde tenemos que salir a hacer planes B. En nuestro caso, hacemos actividades que por ahí no haríamos normalmente para que nos generen ingresos y comprar esos reactivos y adaptar la investigación”.
Natalia, además de sus horas en el laboratorio, dirige la especialización en “Higiene y Seguridad en el Trabajo” que se dicta en la UNCo y también da capacitaciones a empresas petroleras. “Todo lo que genero lo dono al laboratorio”, cuenta, “todo trabajo que hago de servicio, lo usamos para poder comprar reactivos”, cuenta.

Según un informe publicado por el Centro Iberoamericano de Investigación en Ciencia, Tecnología e Investigación (CIICTI) el Conicet sufre el peor retroceso de los últimos veinte años. Según este estudio, el Conicet tuvo una pérdida de 1055 trabajadores durante el Gobierno de Javier Milei. El número incluye a 598 investigadores e investigadoras de carrera, 457 becarios y becarias y personal administrativo.
Y para el 2025, según el proyecto de ley de presupuesto de esta gestión, el Conicet recibirá cerca de un 40% menos de fondos en comparación a 2024.
La falta de presupuesto determina el desarrollo en las líneas de investigación que ya están aprobadas. Pero, además, impacta en la producción de conocimiento situado. En el equipo que dirige Natalia Guiñazu una becaria decidió renunciar e ir a trabajar al sector privado. “Nos dijo que renunciaba por la incertidumbre que hay en el sistema científico”.
Pero, también rompe con el círculo virtuoso de formación que tiene la comunidad científica argentina. “Además de investigadores, somos formadores de personas y de investigadores con sentido crítico. Yo empecé en un laboratorio, me formé como investigadora y ahora, como adulta, formo a jóvenes investigadores. Pero, el desprestigio que el gobierno instaló, que nos llamen ñoquis cuando en realidad somos empleados del Estado, que no nos compren sillas, ni computadoras, ni la tinta de la impresora, hace que los jóvenes no elijan la carrera científica”. Y cierra: “Ese círculo de formación en el que un becario después se transforma en investigador, se corta. Ahora una vez que esa persona está formada enseguida es captada por las empresas privadas y se va”.
“Esto que está acá es una mesa de flujo laminar”, dice la científica de Conicet y doctora en Ciencias Químicas Natalia Guiñazu. Enfrente tiene una cabina, grande, con un vidrio impoluto. Presiona un botón y prende una luz interna. En ese momento se revela lo que parece ser una gran pecera para hámsteres. “Esto nos permite trabajar en un ambiente controlado”, sigue, “podemos poner un pedacito de placenta y ver cómo reacciona a algún componente”.
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