Poco se sabe de Bodhi Wind. ¿Es una persona? Si lo es… ¿Cómo luce? ¿Qué significa su nombre? ¿Está vivo? ¿Por qué hay un artículo dedicado a él en este medio? ¡¿Quién es?! La mitad de estas preguntas tienen una respuesta más o menos certera.
La escritora argentina María Gainza las contestó por nosotros en su nuevo libro, "Un puñado de flechas", sacado a la luz hace poco por la editorial Anagrama. Muchos lectores que conocieron a Bodhi Wind a través de ella posiblemente después salieron a cazar información sobre este misterioso pintor. ¿Por qué una de las autoras más talentosas del país le dedicó un capítulo entero de su nueva publicación a la obra de un ignoto?
Vamos por partes. Bodhi Wind era, efectivamente, una persona.
Es inobjetable el placer que uno siente cuando descubre en un libro o una película alguna huella intertextual más o menos escondida. Cómo cuando por ejemplo en la nominada al Oscar El brutalista uno de los personajes hace referencia a Jorge Luis Borges sin mencionarlo o cuando uno descubre a Hitchcock por tercera vez en un cameo de alguna de sus películas y cae en la cuenta de que ese hombre, vaya bromista, lo hace a propósito. Ni hablar del cine de Quentin Tarantino, que inspiró guías de referencias.
La mayor exposición de Bodhi Wind no fue en un museo, ni en una galería: fue en el interior de una película.

Una película. Espacios poco ortodoxos si los hay. Son tres murales encapsulados en un rollito de 35 milímetros. Un genio que solo sale a la superficie cuando algún proyectorista frota su lámpara.
Las pinturas más trascendentales de Bodhi Wind se pueden ver en 3 mujeres (3 Women), de Robert Altman. Una película hippie de 1977 con Sissy Spacek y Shelley Duvall sobre la relación de dos chicas texanas que se encuentran en el desierto californiano y hacen una transferencia psicológica. Bodhi Wind, en ese entonces de 26 años, nunca la entendió.
Como si todo ya no fuera demasiado extraño, los murales que pintó para el largometraje están dos en una piscina y otro, en una terraza. Funcionan casi como actores de reparto. Embriagado de calor, Bodhi Wind trabajó en ellos durante las tres semanas previas al rodaje (que fue de seis). Cuarenta y ocho grados azotaban Palm Springs en el verano de 1977.

La película es producto de un sueño. El realizador de Nashville y Shortcuts llegó a Bodhi Wind porque vio en casa de un amigo un cuadro suyo de unos monos que le llamó la atención y creía que no desentonaba con lo que le había dictado su subconsciente.
Bodhi Wind no tenía idea de su cine; era un alma errante que trabajaba haciendo portadas de discos y ropa para rockeros (¡hasta llegó a confeccionarle un atuendo a Cher!).
El director le dio libertad para que hiciera lo que quisiese. Una decisión a tono con la piedra nodal del proyecto: el sueño. El arte onírico de Bodhi Wind, quien por las noches y para sus adentros veía escaleras al cielo, era adecuado para ello. De la mente al papel, del papel a la película, de la película al libro.
Los comentarios de un artículo de 2013 sobre Bodhi Wind publicado en el sitio rutheh.com por una fotógrafa de Pittsburgh nos dejan ser testigos del camino del artista. Pero ojo, no solo del de Bodhi Wind, sino también del de María Gainza.

“Éramos amigos de la infancia y pasábamos mucho tiempo juntos. Lo recuerdo bien. Era inteligente, divertido y tenía un talento inmenso. Me senté a su lado en cuarto grado y siempre estaba dibujando”, escribió un tal Vincie. “Era complicado, adorable y talentoso”, aportó Michele. Raoul contó que vivió con él en Nueva York antes de su muerte y que tenía la mayoría de sus cuadros en su departamento.
Esos comentarios tienen algo en común: fueron respondidos por Gainza mientras invesitgaba la vida de Bodhi Wind para incorporar su extravagante perfil a uno de los más capítulos más sustanciosos de su nuevo libro.

Algunos creen que Bodhi Wind -que en realidad se llamaba Charles Kuklis- murió poco antes del día de Acción de Gracias del '91. Otros, que fue después de la filmación de 3 mujeres, a finales de los 70s. ¿Lo pisó un auto? ¿En dónde? La única certeza es que pasó a mejor vida siendo muy joven.
Vaya uno a saber qué habló Gainza con esas personas, o si efectivamente lo hizo. Lo cierto es que el libro que en aquel entonces estaba craneando un día se convirtió en publicación y albergó la historia de la encapsulada obra del pintor. "Las imágenes de Bodhi solo sobreviven en la película", se lee en "Un puñado de flechas". Toda una contradicción, ya que ahora es ella quien, de alguna manera, libera a esas pinturas del celuloide.
Una suerte de travesía cíclica sobre el proceso creativo que comprueba que no hay más de seis grados de separación entre las pinturas de un hippie de Pittsburgh, una película de Robert Altman y, más acá en el tiempo, la nueva obra de las escritoras más reconocidas del país.
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