El novedoso término “mediático” alude a lo que es propio de los medios de comunicación; y, referido a determinados personajes, indica a quienes preferentemente se sirven de esos medios para formar su imagen ante la
sociedad.

Utilizar los medios de comunicación como camino preponderante para forjar un concepto ante los demás no sería en sí mismo malo si quien lo hace fuera un trabajador de esos medios, un comunicador; pero cuando se trata de otra profesión, de cualquier otro técnico el que recurre a ese procedimiento para mostrar sus conocimientos o promocionarse de modo reprochable, según veremos, lo hace a partir de frívolas. superficiales y amañadas entrevistas, el método es un engaño a la gente.

No es la vía de la pública exhibición personal el modo adecuado de demostrar capacidad profesional; ella se funda y legitima solamente en la actuación profesional en sí, el esfuerzo invertido para la capacitación, la trayectoria y la autoridad moral; marco mucho más rico que las palabras, gestos y actitudes vertidas ante preguntas de poca profundidad y ante la pasividad del periodista que sabe que le pueden estar mintiendo.

Ponemos el acento en ese afán de publicitarse, porque, evidentemente, la aparición sostenida en la pantalla chica sin otro objeto que responder a preguntas circunstanciales del periodista de turno sobre reiterados aspectos de un caso de moda, no lleva un fin científico o al menos informativo sobre temas serios.

Como profesional, creo que tenemos el deber de preocuparnos por estos casos donde, precisamente, son algunos abogados los que hacen mal uso del medio. La pantalla televisiva capitalina nos tiene acostumbrados a los discursos simplistas y desprovistos de todo rigor jurídico de cinco o seis personajes requeridos por todos los canales porque defienden casos que interesan circunstancialmente a la televisión y, en muchas situaciones -es necesario decirlo- sirven directamente a la obstrucción de la Justicia, ostentando estrategias más cercanas a un encubrimiento o al ocultamiento de pruebas que a la defensa.

Para la persona desprevenida, como lo es el televidente lego y los propios periodistas que generalmente poco entienden de esto, el abogado mediático -arrinconado primero con preguntas que ponen en duda su ética profesional y la veracidad de lo que afirma- sale generalmente airoso, porque se escuda en frases altisonantes cuyo significado el común de la gente desconoce y aparentes argumentos técnicos que el entrevistador no está en condiciones de contradecir.

Sugestivamente, la promoción de determinados episodios de la farándula o algunos casos resonantes que toma la televisión, tienen como defensores a los abogados de siempre. Recientemente, un colega me confiaba su sospecha de que sean estos profesionales los que de algún modo establezcan u orienten la agenda de los casos televisivos.

Los sucesos trascendentes, los que nos marcan la vida, los que escriben nuestra historia, generalmente son ignorados; los grandes temas de la corrupción cotidiana o estructural, los tremendos dramas de la promiscuidad o la desesperación, por cierto mucho más graves e importantes que la carta documento que tiene temor de recibir la diva que se fue de boca, generalmente pasan desapercibidos en los grandes
medios, salvo honrosas excepciones.

Cierto es que la televisión no debe ser, preferentemente, el espejo de los dramas y las malas noticias, su función principal es entretener y formar; pero las ligeras historias derivadas a abogados mediáticos y comunicadores frívolos, a la larga resultan para la salud de un país tan trágicas como sus verdaderos dramas.