En tiempos de Eliminatorias, copas América y mundiales, las fotos de la selección argentina estaban impregnadas de un tinte épico. Messi, Otamendi, Di María, De Paul y Paredes, entre otros, aparecían en las imágenes con un aura ganadora que se reflejaba tanto en Instagram como en las fotos oficiales.
En muchas de ellas, detrás de los protagonistas, se podía ver a Matías Manna, un santafesino que ha acompañado el proceso de Scaloni desde sus inicios junto con Aimar, Samuel y Ayala. Este oriundo de la localidad de San Vicente desempeña el rol de videoanalista, una pieza clave del cuerpo técnico encargada de desmenuzar los ataques y las defensas rivales antes de cada partido.
A pesar de la importancia de su trabajo, Manna, entrenador y comunicador, siempre enfatiza que los resultados se deben a la inventiva e intuición de los jugadores, quienes imponen su creatividad por encima de la táctica o el análisis trabajados durante la semana.
En la actualidad, el egresado del posgrado en Especialización en Comunicación Digital Interactiva de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR está presentando su primera novela: El tiempo de los árboles.
Es importante señalar que no podemos catalogar esta obra como su primer libro, ya que anteriormente publicó Paradigma Guardiola, un análisis detallado dedicado al famoso entrenador, que nació como blog, pero que luego se imprimió.
En su novela, sin embargo, muchos conceptos deportivos se entrelazan con su trayectoria profesional, rindiendo homenaje a diversas personas y personajes que se cruzaron en su vida.
En la historia encontramos a José Barnechea, un mediocentro que lidera a su equipo junto a Alfredo Peucelle, un entrenador de la vieja escuela. Ambos están a cargo de un equipo que se prepara para una final en una larga concentración en el sur del país, cerquita del glaciar Spegazzini.
En medio de esta preparación, el protagonista enfrenta una situación personal junto a su pareja, además de lidiar con cuestiones tecnológicas que amenazan la unidad del equipo de cara a la final. Como en la vida del autor, la épica se hace presente en el desenlace, otorgando un bellísimo cierre a su obra.
En diálogo con La Voz, el autor comenta que fue invitado a escribir por la editorial Aguilar y negoció con su editor esquivar la escritura autorreferencial dedicada a su rol como entrenador en el cuerpo técnico de la selección. “Hay muchas cosas que dan cuenta de un recorrido de todos estos años, desde cuando empecé a jugar al fútbol. Entonces, en realidad, lo que escribí estuvo siempre latente internamente”, indica. Y precisa: “Básicamente, la editorial me ofreció hacer un libro más teórico sobre mi rol en el cuerpo técnico y mis análisis en el fútbol, pero sentí que no me corresponde”.
Tras la reflexión, continuó: “Entonces, en un viaje, di con el libro llamado El Bosque Birnam y me quedó la idea de hacer una ficción. A los pocos días estuve en el glaciar y ahí terminó de cerrar la idea. Como verás, el libro tiene metodología de entrenamiento, análisis de partido, pero también una historia de amor y compañerismo, bien o mal escrito, siento que hay una historia que puede enganchar”, define.
–Citás a Roberto Da Matta para hablar de la antropología, Rita Segato para hablar de género, Humberto Maturana para la biología... ¿Cómo los enlazaste con el fútbol?
–Aparecen para explicar cosas del deporte, sí. Hay muchísimas referencias más. Soy hijo de la universidad pública y hay muchos autores que los he leído en la facultad y tiene sentido que aparezcan en el libro. Están para explicar cosas, por ejemplo, Rita y la inclusión de la arquera Alma Segato en la final. Aparecen Edgar Morín, saber, y un montón de gente que leo habitualmente y que me gustó muchísimo estar en contacto con ellos o aprender. Y también hay personajes que tienen que ver con gente cercana. El amigo de José Barnechea se llama Ariel Burano, que es el número “10″ del equipo y está inspirado en un personaje de ficción de David Trueba en la novela Saber perder.
–Entre otros conceptos, los personajes se debaten entre la tecnología del fútbol y el potrero. ¿Cómo ves esa dicotomía? ¿Existe?
–Está planteada de una manera que enfatiza que no hay que perder la esencia. Hoy, ante tanta tecnología de tanto dato, solemos perder un poco la esencia del juego y a lo que llama Alfredo Peucelle es a eso: a no inundar de información, no inundar a los jugadores con mucha sobreinformación. Es un canto a la vieja escuela del fútbol sudamericano, pero sobre todo a no perder la esencia del juego. El técnico del libro se sienta arriba de una pelota, no tiene una oficina, ni drones y GPS. Me pareció buena forma de presentarlo: ante tanta modernidad y posmodernidad, un jugador de la década del ‘60 logra imprimir su estilo y pelear el campeonato con sus métodos.
–¿Por qué es un “ecolibro”?
–Es un término que usó Sofía Martínez, la periodista de FM Urbana que cubre la selección, y en una entrevista me lo mencionó así y me gustó. La idea es que lo recaudado sea donado con árboles para plantar en mi pueblo. Es una idea que gesté en Bilbao antes de la Finalissima. Caminábamos con Pablo (Aimar) y compramos una revista llamada Panenka que contenía dos semillas para armar tu propia portería con dos árboles. Nos pareció genial. Me gustaría llenar de árboles San Vicente, mi pueblo en Santa Fe. Para que los pibes y pibas tengan arcos en todos lados.
–¿Qué se siente ser campeón del mundo?
–Primero es haber cumplido un sueño que tuve cuando empecé a relacionarme con el fútbol. Siempre fantaseé con la tercera estrella, ¿sabés? Pensaba qué pasaría si Argentina tenía otra, o cómo se vería pintada en el predio o bordada en la ropa de entrenamiento. Fue muy loco ver todo eso cuando volvimos. Y bueno, particularmente lo que más me gustó fue ver a todos los jugadores y al cuerpo técnico felices con sus familias. Ver a los jugadores disfrutar, eso fue un sueño que no voy a olvidar. Me quedó grabada la felicidad de toda la sociedad argentina.