Nos encontramos en El Rastro, ese mercado madrileño donde lo nuevo no cotiza y muchos objetos hallan una segunda o tercera vida como tesoros vintage. Fue un flechazo en toda ley. La historia del cuadro potenció la fascinación, claro: los bichos de palabras no somos inmunes a ese encanto.
Un amante de la botánica decide, cuando el tiempo empieza a teñir las hojas de sus álbumes, que quiere reformatearlos. Elige y enmarca amorosamente las páginas que por afinidad o colorimetría mejor maridan entre sí. El resultado le gusta y lo sobrevive. El cuadro viaja de Italia a España, como buscando nuevas aventuras, y recala en la tienda de arte y antigüedades donde lo vi.
Nueve láminas de especies recogidas en Florencia entre 1913 y 1915 por alguien de quien no sé más que esta pasión coleccionista, engalanan ahora la pared en la que termina el pasillo más largo de mi casa. Esa distancia, antes vacía y desangelada, se ha convertido en la cadencia del acercamiento, el pulso que demanda desentrañar lo que la imagen promete.
El pasillo devino la medida justa para resolver la intriga que el cuadro convoca y el herbario colgante luce como razón de ser de un espacio, antes solo de paso, que le da lustre a su prosapia vegetal con aromas de la Toscana.
No hay como la naturaleza para interiorizar los procesos, las mudanzas, los giros que talla el tiempo en las cosas. Eso cuentan las nervaduras y tallos resecos, las flores cuyos tonos desvaídos delatan los años que pasaron entre el campo y el muro. Hablan de paisajes: de la lozanía clorofílica al orgullo de esta regeneración, que hace del cansancio de ciertos materiales una pátina de experiencia aquilatada.
Hay un árbol así de sabio en Un año entero, el precioso libro de Leo Lionni que lanzará en marzo Kalandraka, uno de los sellos más amados por los peques en España. Narra la amistad entre dos ratoncitos y un árbol con el que topan durante un paseo invernal, desmelenado, y al que verán recrearse con cada estación. Se recomienda a partir de los tres años para enseñar la variación, la espera y los matices, que se aprenden mejor sin prisa.
No sé cuántas veces he mirado el herbario desde que lo colgamos, pienso mientras hojeo el libro. ¿Acaso espero que cambie o se encienda cuando la primavera vuelva a Madrid? No, pero caminando hacia él descubro siempre algo antes no visto, sorprendente. “Lo que creemos conocer guarda secretos” podría ser la primera ley de los herbarios. O de la perspectiva.
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