Muchos amigos se reúnen periódicamente asegurando que el bailar tango es como una nueva filosofía de vida con beneficios insospechados. Que para nada es trivial, intrascendente o fútil. No tengo duda de que debe ser verdad. Me gusta el tango arrabalero, su compás y su música. Seguramente de tango, amigo lector, usted sabe mucho más que yo, pero no es que esté pensando en silbarle uno, o cantar, sino sólo recordarle que sobre su origen cada cual es dueño de tener su teoría, pero para mí ninguna es muy satisfactoria que digamos. Hay quienes dicen que así se llama porque en latín tango significa toco (del verbo “tangere”, tocar). Otros recuerdan que la palabra primero se conoció en México y en Cuba, pero que su origen podría ser africano del idioma de los esclavos. Tampoco falta quien pretende un origen español, pues el flamenco tiene tangos y tanguillos. Pero la verdad el tango es argentino. Parece haber acuerdo en que la música es una variedad de la habanera, avivado un poco su compás de 2 x 4. Pero es curiosa una teoría que lo supone francés. Según las memorias de Flechier, en el siglo XVIII, con la base de la “goignade”, tomando la soltura de la “bourrée”, surgió en la Auvernia una danza que fue prohibida, que se complace en tomar las figuras más indecorosas, tanto que puede decirse que es la danza de la gente libertina. Los danzantes se aproximan uno al otro, se tocan, se abrazan de un modo tan descarado que no cabe duda que se trata de una imitación de las danzas de las bacantes o descocadas. ¿Usted no lo nota indecoroso? Mejor no lo digamos, porque alguien que nos oyera podría atribuirlo a no tener en claro qué es el decoro. Si le hacemos caso al memorioso Flechier, que el tango viene de las bacantes o libertinas griegas, con un pasito más nos llegaríamos a Adán y Eva. Pero viniendo al tango argentino podemos ver que tuvo la suerte de triunfar, popularizarse y difundirse justo en el momento oportuno, cuando se habían inventado el gramófono, la victrola y luego la radio, que lo llevaron a todo el mundo. Su música encarnada en la melodiosa voz del zorzal Carlitos Gardel, que no se limitó a cantarlo, sino que afianzó su triunfo aportando su bien porteña pinta de galán. Para esa conjunción de música, danza, voz armoniosa y pinta gardeliana se precisó inventar el cine sonoro. Siete películas filmó Carlitos con libros de Le Pera en el extranjero. La primera película sonante que se realizó en el país, se llamó “Tango”. En mi compulsa sobre el tango me entero, con María Kodama que, a Jorge Luis Borges también le gustaba el tango relacionado con la milonga, que tiene poca letra y mucha música, que viene de los suburbios, de la mala vida… “Escuchen mi compás, yo soy el viejo tango que nació en el arrabal…”. Pero al igual que quien escribe, me surge que mi tocayo con bastón en mano tampoco bailó un tango, pero se lo imaginó. “Te acordás, hermano; ¡qué tiempos aquellos! / Veinticinco abriles que no volverán, / veinticinco abriles, volver a tenerlos, / ¡si cuando me acuerdo me pongo a llorar!”
Jorge Bernabé Lobo Aragón
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