Algunas señales indican que América Latina está en la mira de la nueva administración del presidente Trump. Así lo indican sus anuncios de las personas nominadas para ocupar máximas posiciones de política exterior; y así lo anticipan sus sorprendentes declaraciones recientes, que bordean el agravio y el bullying (amenaza, intimidación) de aliados, socios y vecinos (Canadá, México, Panamá).
Entre los nominados, figuran individuos de ascendencia “latina” (cubana en su mayoría), hispanoparlantes y con conocimiento y vínculos políticos en América latina. Entre ellos, el senador Marco Rubio, nominado nada menos que para Secretario de Estado, y el ex embajador de Trump en México, Christopher Landau (que hasta habla guaraní), nominado como segundo de Rubio.
Por primera vez los dos principales funcionarios del Departamento de Estado son “latinoamericanistas”. Acompañarán la cúpula otros expertos, cercanos a Trump, como Mauricio Claver-Carone, ex controvertido presidente del BID, nombrado como Asesor Especial para la región.
El ex embajador ante la OEA, Carlos Trujillo, que se visualiza como posible Secretario Adjunto para el Hemisferio. También ha nombrado a Richard Grenell, como encargado de Venezuela, que supuestamente negoció con un enviado de Maduro en México su alejamiento del poder, sin éxito.
También compone este grupo el nominado para dirigir el Consejo de Seguridad Nacional, Mike Waltz, excongresista de Florida, que en su momento propuso una ley autorizando la incursión militar a México para liquidar a los cárteles de la droga.
Este equipo de “halcones” presagia una línea dura en el tema migratorio, tanto en la contención de migrantes ilegales en la frontera con México, como en su deportación drástica a sus países de origen. Pero además todos perciben la penetración china en el hemisferio como el principal desafío a la seguridad norteamericana.
Por ello el grupo se enfocará en América Latina con la doctrina Monroe bajo el brazo (doctrina concebida para contrarrestar la injerencia de imperios europeos del siglo XIX, y luego en el XX para contener el nazismo y el comunismo). Ahora es China la que se avizora como la principal amenaza en el hemisferio.
No habrá más desatención, ni abandono benigno --la principal crítica a la política de EE.UU. hacia América Latina de los últimos años. China además es el máximo adversario que EE.UU. enfrenta en la emergente Guerra Fría entre el mundo democrático liberal y el mundo autocrático estatista y dictatorial.
El bullying es la táctica de presión que Trump emplea para avanzar los intereses geopolíticos de EE.UU. vis a vis China en el continente. Su propósito es la contención o reducción de su presencia en el mismo, y así fortalecer la seguridad y prosperidad de EE.UU., como lo ha prometido con el lema MAGA (Make América Great Again).
Sus diatribas contra sus vecinos son parte del bullying. Trump ha amenazado a México con imponer aranceles de un 25% a sus importaciones si su gobierno no contiene la avalancha de migrantes que pasan por su territorio y agregaría un 10% a los productos de origen chino que son re-exportados a EE.UU., y hasta advirtió incursionar con fuerzas especiales para acabar con cárteles de drogas (fentanilo mayormente) si el gobierno mexicano no los controla.
El mismo aumento de aranceles prometió contra Canada si su gobierno no detiene la inmigración ilegal en la frontera, y además agravió a su pueblo sugiriendo que Canadá debería convertirse en el estado 51 de la Unión.
Por otro lado, Trump anunció que exigirá la devolución del Canal de Panamá. Según él, la vía inter-oceánica es un recurso estratégico vital que nunca debería haber sido “regalado” (Tratado de 1979) a Panamá; además imagina que el peaje a los barcos norteamericanos es una estafa y que la influencia de China alrededor del Canal es una amenaza a la seguridad norteamericana. Trump inclusive ha insinuado que podría usar la fuerza militar para recuperar el Canal.
La cuestión ahora es si el bullying de Trump apuntará a la dictadura de Maduro en Venezuela, para restaurar la democracia, según lo demandan sus seguidores “cubanozolanos”, como la congresista Salazar que ve al régimen como una amenaza a la seguridad nacional. O si, al contrario, negociará con Maduro para extender licencias de exportación petrolera a compañías (Chevron), como lo sugirió el senador) Berni Moreno, a cambio de recibir deportados.
El presidente de Argentina, Javier Milei, por lo contrario, ha recibido elogios del presidente Trump, por sus políticas des-regulatorias y anti-inflacionarias, y hasta ha sido invitado a su inauguración. Pero lograr un acuerdo de libre comercio como pretende Milei es dudoso.
Su cruzada contra el déficit fiscal y por la libertad de mercado y comercio chocará con el anunciado proteccionismo de Trump. Milei también tendrá que balancear la significativa presencia de China en Argentina (deuda, comercio, inversiones, estación espacial) con la presión geopolítica de Trump vis-a-vis ese país.
El bullying “trumpiano” es una suerte de intervencionismo disruptivo y contraproducente: genera conflictos innecesarios y enajena aliados y socios, cuyos ciudadanos simpatizan con los valores y hasta los intereses geopolíticos de EE.UU., y ven en él un amigo, socio o aliado, o un líder y protector del mundo democrático liberal contra el mundo autocrático dictatorial comandado por China y Rusia.
Cabe ver si ese bullying intervencionista tiene una versión “virtuosa”, de presión máxima, anti-dictatorial y pro-democracia para terminar con las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
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