
La batalla cultural del liberalismo
El concepto de batalla cultural es omnipresente en el escenario internacional y en la política argentina. En general, se atribuye a Antonio Gramsci (1891-1937), intelectual marxista y miembro activo del Partido Comunista italiano, la autoría de ese concepto, aunque en realidad nunca utilizó la expresión “batalla cultural”, sino otra, “hegemonía cultural”, que es más amplia: según Gramsci, lograr la hegemonía cultural es la estrategia que utiliza una clase social dominante para imponer sus normas culturales y valores, sin necesidad de apelar a una dictadura.
En la visión de Gramsci, la burguesía conserva su hegemonía a través de la cultura usando como herramientas la educación, los medios de comunicación, el arte, etc. Por esa razón, atribuía un rol fundamental a la incorporación de los intelectuales a su causa. Conquistar la hegemonía cultural era la estrategia política adecuada para derrotar a la burguesía por las clases populares y posibilitar la instauración de regímenes comunistas. La estrategia gramsciana llegó a su fin con la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS. Sin embargo, la búsqueda de la hegemonía cultural se mantuvo como un objetivo de primera línea de las fuerzas políticas de izquierda, asimiladas a la democracia, pero dispuestas a imponer una agenda política, social y económica contraria a los principios del liberalismo. En la Argentina, ese experimento de adoctrinamiento cultural fue desarrollado durante las últimas dos décadas, bajo el paraguas del progresismo, y trajo más pobreza, más inseguridad y más corrupción.
Actualmente se está dando una batalla cultural frontal contra ese pasado, y para ello, se está siguiendo, paradójicamente, un postulado de Gramsci menos conocido. Escribe en sus Cuadernos de la cárcel: “¿Puede haber reforma cultural, o sea, elevación cultural de los elementos deprimidos de la sociedad, sin una previa reforma económica y un cambio en el nivel económico de vida? Por eso, la reforma intelectual y moral está siempre vinculada a un programa de reforma económica, es más, el programa de reforma económica es el modo concreto como se presenta toda reforma intelectual y moral” (Cuaderno 13, 1932-1934).
En este sentido, para ganar la presente batalla cultural en materia económica, no es necesario apelar a doctrinas libertarias que, más tarde o más temprano, generarán poderosos anticuerpos sociales: es suficiente con defender los postulados del liberalismo, que defienden la iniciativa privada, el control de la inflación, el mecanismo de mercado para establecer precios, el equilibrio fiscal, la desregulación y reducción del Estado, la apertura del comercio, la seguridad jurídica y el fomento de las inversiones, entre otros puntos clásicos. Estos principios hoy están internalizados por la sociedad argentina y son la llave maestra del futuro. Pero la cuestión no se limita a la economía. Para quienes defendemos los valores políticos y sociales del liberalismo, la batalla cultural es la batalla por afianzarlos a largo plazo. El liberalismo es sinónimo del Estado de Derecho, de independencia de los poderes, de derechos civiles de acuerdo con las preferencias personalísimas de cada individuo, de libertad de prensa, de transparencia en los actos de gobierno. Estos principios también son reivindicados por la sociedad argentina. Su vigencia incluso nos permite afirmar que estamos en presencia de una nueva trayectoria histórica.
A mediano plazo, superada la etapa más aguda de la lucha contra las fuerzas corporativas, una lucha implacable y en la que la menor concesión al pasado pone en riesgo la posibilidad del progreso, el equilibrio doctrinario que propone un liberalismo moderno será la mejor garantía de un éxito perdurable. Y solo entonces se podrá decir que se ha ganado la batalla cultural.ß
Últimas Noticias
Ahora para comentar debés tener Acceso Digital.
Iniciar sesión o suscribite