Las vacaciones son más que tiempo libre: son una chance para desconectar del ritmo productivo y reconectar con uno mismo
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Estamos transitando el verano y, muchos de nosotros, las vacaciones: un momento del año clave para repensar cómo fue nuestra experiencia, cómo administramos nuestra energía y qué cambios podemos y queremos implementar.
Para muchos argentinos, las vacaciones empiezan con las fiestas, Navidad y Año Nuevo, caracterizadas por el ritual de compartir en grupo. En antropología lo llamamos comensalidad. Compartir la comida, conversar, saciar el hambre, discutir, tomar, intercambiar ideas, aprender de los otros, escuchar algo nuevo; saborear el momento.
Durante las vacaciones compartimos momentos de disfrute sin medirlos por su costo económico. Todo esto ocurre en la comensalidad, mientras compartimos los alimentos en la mesa, pero no mientras compramos la comida o producimos el dinero individualmente. Esa sutil diferencia hace que no naturalicemos que experimentar el tiempo con amigos solo ocurre porque tenemos dinero.
Todo ese accionar afectuoso que hacemos al preparar los alimentos para las fiestas los despoja de un valor dinerario abstracto. Nadie cobra los alimentos que sirve o pone un valor de tarjeta para una cena. Sería como cobrar los tomates de la huerta a un amigo o pariente, despojar al alimento de ese valor afectivo por forzar un valor económico. Lo mismo aplica a las fiestas en general; en particular, a las de fin de año, en las que cada integrante aporta a la mesa un alimento para compartir con los demás, sin mediar un cálculo dinerario de cuántos pesos o dólares cuesta: es cuestión de repartir quién lleva qué alimento. Fiambre alemán, tomates rellenos, piononos, vitel toné, bebidas, vino, hielo, ensaladas, postres, pan dulce: cada alimento trae consigo como condimento secreto la calidez, el amor y la magia de quien lo preparó exclusivamente para la ocasión.

El transcurrir del tiempo, en todo ritual de comensalidad, tiene un valor sociocultural que no depende del valor material; asociarlo o reducirlo a este lo desacralizaría.
Es posible sentir y generar bienestar en los momentos críticos del año, si se suelta la presión por producir y se disfruta de los instantes fugaces de interacciones. Hacer las compras durante las vacaciones, por ejemplo, es una escena que se presta al estrés. Los comercios saturados de gente, los proveedores urgidos por vender, los transportes colapsados, las calles llenas. ¿Cómo puede cambiarse esta experiencia? Conversando en los negocios y en la calle, con conocidos que no esperábamos encontrar; ir a pie a los negocios del barrio; tomarse el día para disfrutar de la preparación del ritual y no castigarse por acumular acciones y compromisos. Parecen detalles menores pero, en la sumatoria, impactan en nuestra salud.
Por otro lado, es clave distinguir entre la gestión del descanso y del ocio. Durante las vacaciones, las rutinas dejan de estar condicionadas por los horarios escolares y, si bien muchos de los horarios comerciales se mantienen, la ausencia de horarios para ingresar y egresar de las escuelas genera una alteración de casi todas las rítmicas hogareñas y familiares: movilidad, transporte y trámites.
Estas alteraciones se apoyan en la idea de aprovechar el tiempo y sacarle el máximo rédito, como si se tratara de un bien económico. Entonces, las vacaciones se conciben como “momentos de tiempo libre” que no contemplan, por ejemplo, la sobrecarga de acciones que demandará la convivencia con quienes compartan el viaje.
Diseñar unas vacaciones gestionando el descanso, en cambio, implicaría en primer lugar priorizar un cambio de ritmos que nos distienda respecto al modo productivista en el que estamos cuando trabajamos. Por ejemplo, esperar en la cola de un restaurante, el turno para un servicio turístico, una inclemencia climática, una falla mecánica del auto, no tienen que derivar en problemas de angustia o de resolución rápida si se parte de que toda la escena está inmersa en el proceso de estar disfrutando. Dejar de sentir que el cuerpo es un engranaje más de un sistema productivo acelerado.
La propuesta es, en definitiva, desacelerar: bajar la velocidad y la urgencia con la que se realizan las actividades. Buscar un balance entre descansar y pasarla bien.

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