La vida humana no tiene un sentido intrínseco; somos nosotros quienes lo construimos a partir de nuestras experiencias, emociones y vocaciones. Las máquinas, en cambio, carecen de esta capacidad, ya que no poseen sentimientos. Siempre estarán al servicio de propósitos humanos, incluso cuando parezca que actúan con autonomía. En esencia, son una extensión de nuestras habilidades, como la calculadora lo es para el cálculo. Aunque más avanzada, la inteligencia artificial sigue siendo una herramienta diseñada para potenciar nuestras capacidades. A diferencia de la mente humana, la inteligencia artificial destaca en la resolución de problemas bien definidos, procesando grandes volúmenes de datos con rapidez y precisión. Los humanos, por nuestra parte, sobresalimos en situaciones complejas y ambiguas, donde la información es limitada y predomina la incertidumbre. Además, contamos con recursos únicos, como la percepción emocional, crucial para la toma de decisiones. El miedo, por ejemplo, actúa como un detector de peligro, ya sea de manera consciente o inconsciente. Otro recurso es la intuición, esa capacidad de captar algo automáticamente, sin necesidad de razonarlo explícitamente. Esta habilidad nos permite tomar decisiones basadas en patrones de experiencia y emociones, algo completamente inaccesible para las máquinas. Por último, el temor a que la inteligencia artificial se vuelva en nuestra contra refleja un rasgo profundamente humano: tendemos a asociar la inteligencia con la astucia y la bondad con la ingenuidad.
Jorge Ballario
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