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      La industria de la felicidad

      La industria de la felicidadLa felicidad, uno de los conceptos más debatidos en el mundo. (Foto: Pexels).

      Cada tanto aparecen en la web los resultados de esas encuestas que miden cuál es el país más feliz del mundo. En 2024 el puesto número uno lo ganó Finlandia, por séptimo año consecutivo y en el top ten hubo varios países nórdicos. Claro que la medida es subjetiva, le piden a los encuestados que evalúen sus vidas según seis categorías: ingresos, afectos y apoyo interpersonal, esperanza de vida saludable, libertad para tomar decisiones, generosidad de la población en general y percepción de los niveles de corrupción internos y externos a su país. Para quienes trabajamos con el lenguaje, esas medidas son engañosas porque la felicidad es uno de los conceptos más debatidos en cualquier idioma y una de las emociones más difíciles de ajustar a una sola experiencia.

      Basta que nos preguntemos si somos felices para que el sentimiento desaparezca. Lo que evalúan esas consultoras, en todo caso, es la sensación de bienestar y esa es solo una de las definiciones (o condiciones) posibles de la felicidad.

      Desde el punto de vista del arte, la felicidad es siempre difícil de representar. Una vez leí una entrevista a Elena Ferrante en la que la autora de La amiga estupenda fue terminante: no se puede contar la felicidad, parece que estamos condenados a narrar solo tragedias.

      Para mí no hay emoción humana que el arte no pueda encarar. Si de felicidad se trata, hay unos cuadros preciosos de Auguste Toulmouche que se salen con la suya al mostrar a varias chicas entregadas al dolce far niente. Hay algo misterioso en esas pinturas neoclásicas, como si esas mujeres hubieran sido captadas en medio de una ola de levedad del corazón o de un secreto. La felicidad parece ser eso, incompartible y sin embargo, comunicable.

      Para nuestra época la felicidad es una industria y una obligación. Otros tiempos ni se preocupaban por el concepto. Pero declarar a la tristeza como enemiga (y combatirla con recetas, autoayuda, pastillas o deportes), no implica que la felicidad aparezca por descarte. Al contrario. No se es feliz todo el tiempo ni tampoco eso parece deseable. Se parecería bastante a vivir enajenados.

      Las lenguas tienen muchas palabras para nombrar esa emoción que las encuestas quisieran reducir a algo genérico: no es lo mismo la sensación de alegría contenta que produce el estar en paz con una misma en un instante único de pausa y revelación, que la dicha que produce una buena noticia o el enamorarse. Si vamos aún más allá, la palabra misma contiene su clave: “felicidad” comparte raíz con “fecundidad”. Ser fértil, ser próspero, vivir una vida que dé frutos es el secreto de los “afortunados”.

      Hay un cuento de Katherine Mansfield que cuenta todos los matices de esa emoción (incluso la idea de que cuanto más ignoramos, más felices somos). En cuanto a la poesía, me quedo con la definición de W. B. Yeats. Ser feliz es estar “con ánimo de florecer”.


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      Betina González
      Betina González

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