Todo bajo control
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Oigo esta frase dos o tres veces por semana, en los programas de análisis político. Al parecer, una de las razones por las que tenemos este festival de corrupción en la Argentina es que (y cito) “los órganos de control no funcionan, no siempre funcionan o funcionan mal”. Por supuesto, la causa para estos niveles obscenos de desintegración ética nunca está en un solo lugar. Pero hagamos el experimento mental de imaginar que sí, que este aquelarre se debe a que los organismos de control no funcionan, no siempre funcionan o funcionan mal. ¿Qué significaría exactamente eso?
Significaría que la corrupción (o su ausencia) estaría sujeta a la decisión individual de los ciudadanos. Ni es nuevo ni es sorprendente, pero las personas pueden tentarse. Cuando disponen de poder, es probable que la tentación sea mucho mayor. Lo dijo bien el historiador católico John Dalberg-Acton. “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, le escribió en una carta a un obispo anglicano. Por eso no solo son necesarios organismos de control, sino también división de poderes, prensa libre y justicia independiente. En conjunto, son los contrapesos de la democracia allí donde termina la política y empiezan los vicios humanos.
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