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26 de Abril,  Salta, Centro, Argentina
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Menjunje y la historia secreta de nuestra voluntad

La agrupación nuevamente sacude la escena contemporánea de Salta, su música explora sonidos y posibilidades creativas.
Martes, 26 de noviembre de 2024 12:49
Menjunje y la historia secreta de nuestra voluntad Menjunje y la historia secreta de nuestra voluntad

Por Flavio Gerez, Dr. en Física y músico, miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina

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Por Flavio Gerez, Dr. en Física y músico, miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina

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El arte contemporáneo busca ser un reflejo de la realidad social, cultural y política de su tiempo. A través de diversas formas y medios, los artistas contemporáneos intentan provocar el pensamiento crítico, representar la identidad y diversidad, romper con las convenciones y, en definitiva, contribuir a escribir la Historia. En particular, la música contemporánea canaliza este intento a través de la experimentación sonora, la expresión emocional y narrativa para reflejar esa realidad a la que me refería y, cómo no, la innovación en la producción musical mediante el uso de técnicas digitales que amplían las posibilidades creativas y desafían, de manera no sutil, las estructuras tradicionales.

El pasado miércoles 20 de noviembre, en el Teatro de la Usina Cultural, la agrupación Menjunje una vez más sacudió las aguas de la escena contemporánea salteña con su propuesta de metaconcierto. Menjunje es un colectivo de seis compositores, activos desde hace algunos años en el medio artístico local, y que, por la extraordinaria calidad de sus producciones, cuenta con colaboraciones de lujo, como las que concurrieron en esta ocasión. El metaconcierto, un formato que más allá de la mera experiencia musical se erige como un manifiesto artístico y filosófico, presentó un programa de seis composiciones que, con una interesante diversidad estilística, transitaron desde lo introspectivo hasta lo desbordadamente conceptual, explorando temas que abarcaron la existencia, la creación, la trascendencia y la fragilidad humana con un poderoso mensaje que no dejó indiferente a ninguno de los que tuvimos el privilegio de asistir.

La noche abrió con "Surgir" de Diego Vázquez (1978), una pieza que, fiel a su propósito de preludio, propone un viaje desde lo simple hacia lo complejo. Las cuatro extraordinarias voces, tal vez las mejores del momento, de la soprano Magdalena Soria, la contralto Ana Issa, el tenor José Velárdez y el barítono Javier Yáñez y un ensamble instrumental formado por los mismos compositores y otros notables músicos entre los que destacan el polifacético y talentoso clarinetista español Raúl Traver y el percusionista Darío Balderramo, convergen en un canto primigenio que se transforma paulatinamente en un tejido polifónico de gran densidad. El germen melódico inicial, austero y casi introspectivo, se ramifica en un despliegue técnicamente impecable, que cuidadosamente elude toda acumulación tímbrica. Como obertura, cumple su propósito de sumergirnos en el enigma del Ser en una invitación clara al programa. Paréntesis para referirme al impecable programa de mano, disponible, como es costumbre desde la pandemia, a través de un código QR que ofreció al público el tan necesario marco contextual y, al mismo tiempo, una valiosa herramienta para formarnos como espectadores informados, críticos y apasionados.

Inspirada en textos quechuas y en un relato de Juana Manuela Gorriti, "Jark'ay" de César Vilte (1984) aborda la muerte de Atahualpa desde una perspectiva que mezcla lo histórico con lo mítico. La obra se construye en torno a tensiones rítmicas y sonoridades que evocan el lamento y la resistencia. El lenguaje quechua le otorga una carga dramática sobresaliente. La fusión de elementos tradicionales con un lenguaje musical contemporáneo otorga una riqueza sonora notable, y aunque para el espectador novel el resultado final podría parecer más comprometido con la idea de homenaje que con una narrativa musical definida, prevalece esa riqueza sonora con una resultante destacada.

Sin duda, "El ser evanece" de Germán Mercado (1989) fue el punto más ambicioso del programa. Mercado utiliza una combinación de improvisación, plegarias corales y declamación para abordar la alienación humana en la era de la información. El mensaje de Platón, Freud, Levinas y Byung-Chul-Han resuena en una obra que abarca lo que, a priori, parece inabarcable. Como bien señala Schopenhauer, "la música narra la historia secreta de nuestra voluntad", lo que implica que cada obra puede ser vista como una reflexión sobre el ser mismo. En este sentido, la intención filosófica es encomiable y la pieza lejos de percibirse sobrecargada consigue mantenerse independiente de su aparato conceptual, para lograr una conexión emocional genuina. Tal vez, la poderosa componente visual, austera y equilibrada, prevista por los directores de escena Andrés Araya García y Dalmiro Zabala tenga algo que ver en el éxito de la forma en la que ésta y el resto de obras transmiten el mensaje.

"Luzbel" de Franco Abán (1994) propone un sincretismo entre lo autóctono, lo popular y lo contemporáneo. La combinación del quenacho, interpretado por el propio Abán, y la incomparable voz de la extraordinaria soprano Magdalena Soria, enriquecida con pedales de efectos, genera una paleta tímbrica tan interesante como sobrecogedoramente inmensa en su desarrollo. La obra logra momentos de gran belleza y su insistencia en el simbolismo, lejos de desviar la atención de lo estrictamente musical, consigue sumergirnos en un universo sonoro de auténtica unicidad.

Con "Ajeno a la vida", Federico Fernández (1985) incursiona en un territorio no poco explorado: la intersección entre la música y el género de terror, pero desde una perspectiva de reflexión y análisis. La obra, un poema musicalizado, invoca imágenes perturbadoras mediante armonías disonantes y declamaciones. Su intensidad dramática, que evoca, en lo tímbrico y lo estético, al Ligeti de los años '60, aunque consigue que la pieza se erija como una experiencia que se antoja operística, pero con autonomía de vuelo propia.

La velada cerró con "Como un puente es el hombre" de Pablo Herrera (1971), una obra que combina voces y ensamble instrumental en un intento de sintetizar la historia de la música. Basada en un texto de 1920 de Rudolf Steiner, la pieza transita desde lo barroco hasta lo contemporáneo con guiños estilísticos, que, con el gran sentido del humor, propio del compositor, provee una imagen irónica de cada uno de ellos. La ambición de Herrera de condensar tanta riqueza simbólica y musical en una sola pieza es loable, austera en lo estructural y con un impacto artístico tal que es digno de un cierre.

No tengo duda alguna de que Menjunje seguirá destacando como una ambiciosa fuerza creativa que se atreve a experimentar en la vanguardia del arte contemporáneo. Su metaconcierto plantea preguntas cruciales sobre el lugar de la música en nuestra comprensión de la existencia. ¿Es el arte un puente hacia la trascendencia, o una reflexión sobre nuestra propia evanescencia? Es justamente en la tensión emotiva que provoca esa pregunta donde reside el verdadero valor de su propuesta.

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