Hay arte profético. Contumaz, anuncia un destino que, aunque no querido, se termina imponiendo. Dávalos y Leguizamón fueron proféticos por mucho tiempo con la minería, en su zamba de los mineros: "tiene solo dos caminos, morir el sueño del oro, vivir el sueño del vino". Por años, a pesar de nuestra historia metalífera que viene desde los incas, a pesar de la geología bendecida y única de nuestra Cordillera, optamos cuando no por el olvido vergonzante, cuando no por abrazar modas tan extranjeras como ajenas a nuestra idiosincrasia: matamos el sueño del oro.
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Hay arte profético. Contumaz, anuncia un destino que, aunque no querido, se termina imponiendo. Dávalos y Leguizamón fueron proféticos por mucho tiempo con la minería, en su zamba de los mineros: "tiene solo dos caminos, morir el sueño del oro, vivir el sueño del vino". Por años, a pesar de nuestra historia metalífera que viene desde los incas, a pesar de la geología bendecida y única de nuestra Cordillera, optamos cuando no por el olvido vergonzante, cuando no por abrazar modas tan extranjeras como ajenas a nuestra idiosincrasia: matamos el sueño del oro.
Pero la historia da sorpresas. Nietzsche recreó la metafísica con lo que llamó el pensamiento de los pensamientos: el eterno retorno de lo mismo. Contrario a la vulgar interpretación popular, el filósofo poeta sostenía que entre pasado y futuro está el instante, punto central del tiempo, en el que uno determina qué del devenir futuro se repite. Es aquí y ahora que uno da vida o no a las posibilidades que abre o cierra. En esa instancia estamos con la minería. En plena transición energética, el mundo necesita como nunca los minerales de nuestra madre tierra. Es una posibilidad única, un camino claro que se abre para nuestro futuro.
Pero así como uno elige el devenir futuro, debe aprender del pasado. Lo mejor sale de ese encuentro entre el ayer y el hoy. Un futuro luminoso con la minería, de la mano de la implementación de tres ideas esenciales.
La primera es el federalismo. Constitucionalmente los recursos naturales son de las Provincias. La Nación puede establecer el marco, pero la decisión de qué hacer con ellos, cómo y cuándo, es provincial, es nuestra. Pero no es cualquier federalismo el que precisa la minería: las unidades de medida son tan grandes, tan extensas, que se requiere de un federalismo de concertación entre todas las provincias cordilleranas, con acuerdos amplios que permiten avizorar una forma política que recupera nuestra esencia histórica más profunda, que reniega del centralismo porteño y propone que los Estados fundantes de la Nación se empiecen a hacer cargo de lo suyo, de sus recursos y su gente, de su presente y su futuro.
La segunda es el Rigi. Hay un gran economista del desarrollo, Walt W. Rostow, que sostuvo un concepto central en su teoría: el "impulso inicial" o "take off". Eso es el Rigi: el dispositivo jurídico que ofrece enormes beneficios (impositivos, cambiarios y aduaneros) por 30 años, y que tiene por propósito último poner en marcha áreas fundamentales para el crecimiento del país. No deja de ser un llamado a la acción privada, que en el caso de la minería es consustancial con su desempeño: los mineros hablan del "hallazgo", que resulta de una búsqueda arriesgada, corolario de grandes inversiones que por definición implican riesgo, y del grande.
Es una gran noticia para el sector, que tiene el exitoso antecedente de la ley de estabilidad, que por años sirvió de marco para la primera gran etapa de desarrollo minero en el país. Estamos en la verja de la segunda. Pero para eso necesitamos que el Rigi deje de ser simplemente una ley, para convertirse en una institución. La diferencia la explicaba Gilles Deleuze con simpleza: las democracias son aquellas en las que hay muchas instituciones y pocas leyes; en los autoritarismos es al revés, con muchas leyes y pocas instituciones. Lo primero es lo que necesitamos, que la seguridad jurídica y el respeto a la ley como principio, no sea algo ordenado por una norma sino algo que abrazamos desde la costumbre. No es casualidad que el premio Nobel de Economía haya sido otorgado a tres estudiosos del impacto de las instituciones en el sistema económico.
Lo tercera es un fondo soberano intergeneracional. Esto tiene que ver con el destino de las rentas de los recursos de nuestra madre tierra. Hay otro gran economista, John Hartwick que desarrolló esta idea allá por 1977. Es fácil: estamos ante recursos no renovables. El peor error que podemos cometer es repetir lo que hizo, por ejemplo, Bolivia con sus recursos gasíferos, dilapidados. Es menester, desde el federalismo de concertación, considerar un fondo intergeneracional con los recursos que resulten de la explotación minera. Que sus intereses, no su capital, sean destinados responsablemente a dos ítems centrales para el desarrollo: infraestructura y educación. Presente y futuro.
Hoy conmemoramos el día del trabajador minero. Que el arte sea arte y no profecía. Que la zamba de los mineros nos acompañe en peñas y festivales, pero que no sea una premonición de nuestro destino. Por una minería responsable, que sea el pilar de un gran futuro para Salta y todas las provincias cordilleranas. Y por muchos trabajadores mineros más.
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