Un único día
En un pasaje de la novela Los galgos, los galgos, de Sara Gallardo, un personaje recuerda una vieja leyenda. Un rey moro bebía cada tarde en una copa distinta. “Mírala bien –le recomendaba la nodriza–. No volverás a verla”. El rey acataba y miraba. “Apreciaba la transparencia de una, la pesadez de otra, que enfriaba el vino con sus lujos, y hasta la sencilla frescura del barro en otra”. Hasta que un día se aburrió de la nodriza, la envió a su aldea, dejó de observar las copas, solo atento al vino, y terminó volviéndose ciego y sordo. “Las copas eran los días –sigue el relato–. Hay que apreciar cada uno. Ya no volverás a verlos”.
La fotografía no existía en los tiempos del rey moro, y es posible que quien haya tomado esta imagen no conozca a Sara Gallardo y su novela. Pero cuando capturó esta luna –este instante–, estaba mirando, con la agudeza de quien se sabe vivo, la copa única de cada día.

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