“No vayan a andar comiendo moras ahora, en pleno sol. Esperen a que llueva así se lavan”, se escuchaba decir a las madres cuando llegaba la primavera y los pequeños frutos colgaban de a miles en las arboledas de Cerrillos.
Es que, según la costumbre, no debía comerse caliente bajo ninguna circunstancia, por las consecuencias que podían causar en el sistema digestivo. Había que recolectarlas frescas y, especialmente, después de cada lluvia.
“No había cosa más divertida que subirse a los árboles, todavía húmedos, a comer moras. Blancas, moradas, negras o rosadas, no importaba el color. No faltaba el que llevaba una olla o un táper para llenarlo de fruta y después llevarlas a casa para hacer dulce. Volvíamos la boca pintada como el Guasón”, contó Juan Aramayo, vecino de Bº El Huerto.
Hace algunas décadas, las moreras estaban esparcidas por casi todo el municipio. No había prácticamente baldío de Villa Los Tarcos, sin uno de estos árboles y otro de algarrobas. También la zona del INTA era tierra fértil para el frutal.
“Me acuerdo cuando era chico nos mandaban a que atáramos los chanchos debajo de las moreras, porque esta fruta era un alimento bárbaro y le daban un gustito muy sabroso a la carne”, relató el Burro Puppi, conocido productor de Camino a los Vallistos (o de los Vallistos).
El Burro, agregó: “La morera es para nosotros un árbol sagrado. Usamos la madera y los frutos alimentan a nuestros animales. La vaca que come mora da más leche, de no creer. Para los caballos es como un energizante. Y para el gaucho, ni hablar. Salís bellaqueando”.
Tal como lo afirmaba el recordado historiador y profesor del colegio José Manuel Estrada, Antonio Pérez Pérez, el árbol de mora cruzó el océano para llegar al nuevo mundo de la mano de los colonizadores. Según los botánicos, es oriundo de la antigua Persia, hoy Irán.
“Posteriormente llegó a orillas del Éufrates para fructificar en Babilonia. Era una de las ciudades más importantes y ricas de oriente, situada al sur de la actual Bagdad”, detallan. Allí, precisamente, nació a la antigua leyenda de la mora, que era blanca, pero que se volvió roja después de una trágica historia de amor. El mexicano Andrés Morales Osorio cuenta que en esa hermosa ciudad, vivieron Píramo y Tisbe, dos jóvenes que se amaban, pero que no contaban con la aprobación de sus padres. Una noche en la que Tisbe llegó primero a la cita, se topó con un león y al huir, perdió su túnica. Luego llegó Píramo y al ver la túnica en la boca de la fiera, pensó que la había devorado y se quitó la vida. Al regresar Tisbe y ver a Píramo agonizando, decidió hacer lo mismo, tiñendo ambos con su sangre a una morera cercana, motivo por el cual la mora se tronó de color grana.
Esta leyenda inspiró el poema Metamorfosis, de Publio Ovidio Nasón, más conocido como Ovidio, uno de los escritores más prolíficos del Imperio Romano, a principios de la Era Cristiana.
Volviendo a Cerrillos, aún sobreviven antiguas moreras a lo largo de la calle Sarmiento, desde el Bº Antártida Argentina hasta calle Rivadavia; y en la vereda norte de calle Mitre, entre la ruta nacional 68 y Sarmiento. Estos y otros puntos de la localidad, especialmente de la zona rural, conservan celosos décadas y décadas de historia y guardan celosamente las travesuras de los chicos que, en otros tiempos, se deleitaban con sus frutos.
La morera
La morera comienza a dar frutos en primavera hasta marzo o abril, según la región. Su crecimiento es más bien lento y es un árbol que puede vivir 120 o 150 años. Aunque hay ejemplares, que sobrepasan con creces esa edad. Un adulto mide entre 5 a 15 metros. No es muy exigente en cuanto a suelo, por lo que se adapta fácilmente. La morera alberga también al gusano de seda.