Rosa Rojas vivía con sus padres en Catalina, Antofagasta, Chile, cuando irrumpió en su vida un argentino que vivía del otro lado de la frontera, en Quebrada del Agua (3.811 m.s.m), Socompa. Era un treintañero que dos o tres veces al año cruzaba el límite con ganado menor que vendía en pueblos chilenos. Cuando vendía sus animales, regresaba a su querencia que por entonces pertenecía a la Gobernación de Los Andes. Se llamaba Eusebio Alegre, oriundo de Fiambalá, Catamarca y había llegado a la zona a los treinta años. Era ayudante del Ing. Juan Burgoyne que en 1921 hacía relevamientos para el futuro Trasandino del Norte. Su tarea consistía en cuidar un pequeño obrador donde se guardaban herramientas de los técnicos. Pero como por esas soledades casi no vivía nadie, su trabajo era demás aburrido para este hombre lleno joven e inquieto. Y así fue que en medio de tanta soledad y frío se le ocurrió criar ovejas y otros animales. Con ahorros, compró una majada de ovejas que a poco prosperó gracias a las buenas pasturas y la abundancia de agua. Al cabo de dos o tres años el rebaño creció tanto que Eusebio tuvo que comenzar a vender su ganado pues cada vez era más numeroso. Y la venta trajo viajes y arreos hasta los poblados más cercanos que no estaban en territorio argentino sino del lado de Chile.
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Rosa Rojas vivía con sus padres en Catalina, Antofagasta, Chile, cuando irrumpió en su vida un argentino que vivía del otro lado de la frontera, en Quebrada del Agua (3.811 m.s.m), Socompa. Era un treintañero que dos o tres veces al año cruzaba el límite con ganado menor que vendía en pueblos chilenos. Cuando vendía sus animales, regresaba a su querencia que por entonces pertenecía a la Gobernación de Los Andes. Se llamaba Eusebio Alegre, oriundo de Fiambalá, Catamarca y había llegado a la zona a los treinta años. Era ayudante del Ing. Juan Burgoyne que en 1921 hacía relevamientos para el futuro Trasandino del Norte. Su tarea consistía en cuidar un pequeño obrador donde se guardaban herramientas de los técnicos. Pero como por esas soledades casi no vivía nadie, su trabajo era demás aburrido para este hombre lleno joven e inquieto. Y así fue que en medio de tanta soledad y frío se le ocurrió criar ovejas y otros animales. Con ahorros, compró una majada de ovejas que a poco prosperó gracias a las buenas pasturas y la abundancia de agua. Al cabo de dos o tres años el rebaño creció tanto que Eusebio tuvo que comenzar a vender su ganado pues cada vez era más numeroso. Y la venta trajo viajes y arreos hasta los poblados más cercanos que no estaban en territorio argentino sino del lado de Chile.
Y de esta forma, Alegre comenzó cada tanto a trasponer la frontera y recalando en Catalina, uno de los pueblitos donde vendía su hacienda. Como esta tarea le consumía unos días, tomaba una pensión para comer y descansar. Y así fue que en uno de sus tantos viajes y arreos, en julio de 1928, se alojó en la pensión de un señor Rojas, hombre que por esos días atendía el negocio juntamente con Rosa, su hija, ya que por cuestiones de salud su esposa estaba ausente. Fue entonces que el destino quiso que Eusebio y Rosa se conocieran. Después de unos días en Catalina, Eusebio regresó a Quebrada del Agua, dejando la promesa de un pronto regreso. Pasaron casi cinco meses hasta que, casi para fin de año, Eusebio Alegre se presentó en Catalina con un arreo. Hizo lo de siempre, se alojó en la pensión de Rojas, vendió su hacienda y el 2 de diciembre de 1928, repentinamente se casó con Rosa, de solo 18 años. Por lo visto y hecho, Eusebio esta vez no estaba dispuesto a regresar solo a Quebrada del Agua, y Rosa al parecer, tampoco quería que él se vaya solo.
Viaje de boda
Al día siguiente del casorio, el flamante matrimonio inició su cabalgata nupcial hacia la Quebrada del Agua. Para ello, Eusebio le había comprado a Rosa una montura aunque la novia nunca había subido a un equino. "Viajamos -recuerda Rosa- 12 días, más o menos, descansando unos tres. Mi marido nos trajo por el Abra Dos Naciones, al pie del Llullaillaco. ¡Qué cerro majestuoso y nevado!". Como al quinto día de marcha me enfermé, me dolía la cintura, no daba más del dolor por el andar del caballo y esa noche no dormí. Al amanecer Eusebio me dijo "bueno, a levantarse que hay que seguir viaje". "Yo no salgo de aquí, estoy enferma", le contesté. Y él insistió: "tiene que salir, ¿qué vamos hacer aquí?". Y no salí, pues estaba enferma. Así que ahí descansamos dos días y como llevábamos remedios pronto mejoré. Y le perdí miedo al caballo, pues al principio iba bien amarrada a la montura con el poncho pero después que le perdí miedo me decía: 'estos animales no caminan, ahí nomás, ahí nomás' y las sendas tan largas….
Cuando por fin llegamos a Socompa después de doce días de marcha –sigue Rosa- me alegré mucho y cuando vi la laguna me dije: ¡Ah, por fin una cosa buena! Después nos fuimos a la casa donde había una vega muy linda y con pastos tan altos como la altura de un hombre". Rosa ni sospechaba que había llegado al lugar donde viviría casi medio siglo, 29 junto a su esposo y el resto como Dios quiera.
"Por esos años de 1928 –cuenta Rosa- era más fácil ir a Chile a comprar cosas. Antofagasta de la Sierra era lejos y San Antonio de los Cobres más lejos aun y estéril, mientras que para Chile había mucha agua y también más plano. Por entonces mi marido tenía como 6.000 ovejas, 500 cabras y muchas llamas y burros". Y allí se instalaron Rosa y Eusebio. Ella como toda joven, estaba pletórica de vida y dispuesta a afrontar todo, junto al hombre que la había escogido como compañera para compartir aquellas soledades. Y lo hicieron.
El presagio de la mula
Y allá arriba, en las alturas de la Quebrada del Agua, Rosa tuvo que afrontar en 1929 las alternativas de su primer parto ya que su marido ignoraba, al igual que ella, la inminencia del alumbramiento. Pero lo que son las cosas, Eusebio que por un arreo debía regresar en ocho días, por su mula volvió antes. "Yo perdí mellizas -rememora Rosa- en mi primer embarazo. No sabía que iba a tener familia por perder la cuenta y así fue que una de las chiquitas me duró hasta el amanecer y la otra se me murió entrándose el sol. Y yo quedé en paz porque yo misma las bauticé a las dos. A una le puse Gregoria y a la otra Saturnina y ese día me quedé en cama y recién al otro día me levanté. Me fui a lavar la ropa y lo más bien que estaba lavando me caí y me mojé toda. Después hice pan cuando de repente regresó él antes de tiempo porque la mula en el camino se le volvió a la casa y lo había dejado a pie. Yo estaba bien, pero todo fue que lo vi a él y me largue a llorar…. Esto fue en 1929, en que perdí a mis dos guagüitas, y también hasta la fecha (1991) les hago poner corona".
La maestra
El semanario "Los Andes" que editaba el padre Marcenaro (Ambrosio) en San Antonio de los Cobres, publicó una nota en 1946 titulada: "Una escuela que no conoce el Ministerio de Educación". Decía: "No tiene nombre ni número, ni aula apropiada, ni pupitres adecuados y no tiene vacantes en su personal pero muchos niños han pasado por ella. Su registro adolece de vacíos, pero ello no ha sido óbice para que muchos pequeños aprendieran a leer, escribir, sumar y restar. La directora y maestra carece de título, pero ha sabido inculcar orden y disciplina a sus educandos. Faltan cuadernos y textos, pero los alumnos egresados, al formar parte de otras escuelas han dejado bien asentada la calidad de la enseñanza recibida. Hace muchos años que la conocemos y no escribimos estas líneas bajo la impresión de un día. Se trata de la anónima escuelita que en Quebrada del Agua tiene doña Rosa Rojas de Alegre. Con un empeño admirable y con una dedicación que es apostolado, y de los buenos, doña Rosa ha enseñado las primeras letras y las cuatro operaciones aritméticas, con algunas nociones bien cimentadas de historia y geografía argentina, a un numeroso grupo de niños y niñas a quienes no podían llegar los beneficios de las escuelas nacionales y provinciales. La esposa de Eusebio Alegre, el viejo poblador de Socompa, chilena de nacimiento, no solo ha enseñado a sus dos hijos (Pascual y Petrona) las primeras letras sino que por su escuelita (démosle ese título, pues se lo merece y mucho), han desfilado muchos niños argentinos".
El primer tren
El 20 de febrero de 1948 llegó el primer tren a Socompa. Ese día se inauguró el Ferrocarril a Chile o el Trasandino del Norte y ahí estaba doña Rosa de Alegre: "Yo estaba, pero mi viejo –cuenta- que tantas ganas tenía de presenciar el arribo del tren, estaba en Antofagasta. No creíamos que iba a llegar, pero ese día venia ligerito y la máquina echaba humo. Iba a ir el presidente Perón, pero no pudo y fue un señor Pistarini (Juan, ministro general-ingeniero). Llevaban ropa y calzado para la gente. Y llevaban muchas cosas de doña Evita y de Perón; había mucha gente boliviana trabajando y decían: 'Dame mejer de Perón, no quero yo Perón; yo quero mejer de Perón, la bonita que está la foto', pedían los peones bolivianos".
Los remeseros
Doña Rosa contó a la "Revista" en enero de 1991, que por su casa de Quebrada del Agua habían pasado muchos remeseros, hombres que antes del tren (1948), arreaban ganado a Chile por el paso Socompa. "Eran muchos los remeseros que pasaban con 250 o 300 toros…. Los traían de Rosario de Lerma; el camino venía por Salar de Arizaro, pero no siempre, a veces venían a Socompa por Salar del Diablo y de ahí seguían a Chile, todo de a pie. Cruzaban la frontera y llegaban a estación Monturaqui donde los tenían en bretes hasta que embarcaban el ganado en el tren chileno. Una vez vino una nevada tan grande que cuando fueron a ver los animales en el brete (corral) todos estaban muertos. La nieve alcanzaba la altura de una mesa. Después de dos o tres días de nevar llegaba el viento que levantaba la nieve. Era el temido viento blanco. Así como estamos nosotros conversando ahora, con el viento no nos podíamos ver ni oír, y eso desorienta y uno no sabe para donde arrancar.
"Por la Quebrada del Agua pasaban muchos remeseros, hombres que antes del tren (1948), arreaban ganado a Chile".
En Socompa con mi marido además de criar chinchillas, atendimos tres remesas: la del señor Durand (Alberto), de De los Ríos (Luis) y otra que no recuerdo. Toda la gente que iba de Salta o de San Antonio de los Cobres, llegaba a nuestra casa que tenia 25 piezas. Ahí llegó don Alberto Durand (senador nacional en 1946) con la señora y su hija, y dejó olvidado el bastón y la manta de vicuña que después se la enviamos. Ellos mandaban ganado a Chile. Después pasó con los remeseros Joaquín Durand, era jovencito. Una vez, don Alberto Durand me dijo: 'Rosa, tenga un libro y a todas las personas que pasen hágalas firmar". Qué voy a estar haciendo eso me dije yo, pero cuanto me hubiera servido ahora… Tanta gente que ha pasado por nuestra casa…".
En Salta
El matrimonio de Rosa y Eusebio tuvo cuatro hijos. Además de las mellicitas perdidas en 1829, nacieron Pascual Celestino Alegre en 1931 y Petrona Eulalia Alegre en 1933, ya fallecidos. Don Eusebio murió el 10 de septiembre de 1958 en Chuquicamata (Chile) cuando trabajaba en la mina, y fue sepultado en Calama. Doña Rosa Rojas de Alegre le sobrevivió 33 años y falleció en la ciudad de Salta el 11 de noviembre de 1997, a dos décadas de haber dejado por razones de salud la Quebrada del Agua y donde había vivido 49 años. La sobreviven sus nietas Anita y Milagro y un fiel hijo del corazón, Alberto Muñoz (77).
El famoso paso de Socompa
El paso Socompa une la región de Antofagasta en Chile con Salta, en el departamento Los Andes y es para el tráfico de mercancías por ferrocarril, únicamente.
El paso Socompa, a 3876 metros sobre el nivel del mar, se encuentra a los pies del volcán Socompa (6.031 metros). Da paso al ramal del Ferrocarril General Belgrano del lado argentino que une la ciudad de Salta con el gran puerto chileno de Antofagasta, sobre el océano Pacífico.
Este es un sector clave que si se comienza a utilizar con más frecuencia servirá para tener un mayor intercambio y para dinamizar la economía.