La única buena noticia para Marine Le Pen y su candidato a primer ministro Jordan Bardella, es que se ahorrarán todo el champán que compraron para festejar su llegada por primera vez al gobierno de Francia. Los boca de urnas les borraron la sonrisa que portaban desde que el extremista Rassemblement National (RN) fue el más votado en las elecciones europeas, y les creció de oreja a oreja cuando la primera vuelta parecía haberla convertido en la primera fuerza política de Francia, además de dejarle al alcance de la mano el despacho principal en el Hotel Matignon.
Parecía imposible que el ballotage revirtiera esa tendencia. Las encuestas confirmaban que la centroderecha se hundiría hasta la intrascendencia y que muy posiblemente el RN tendría mayoría absoluta para convertir a Bardella en primer ministro. Pero el llamado de Emmanuel Macron a unir fuerzas para impedir la llegada de la ultraderecha al gobierno, dejando abierta la posibilidad de un acuerdo de gobernabilidad con el Nuevo Frente Popular (NFP) que aglutinó a la izquierda por iniciativa del populista filo-chavista Jean-Luc Melenchon, se sumó a llamados como el de Kylian Mbappe, movilizando los “banlieues” (barrios suburbanos poblados de hijos y nietos de inmigrantes) así como también a los centristas desilusionados con la derecha gaullista y con el actual presidente.
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Esa conjunción ocurrió de manera vertiginosa. Por ocupar una posición con visibilidad desde todas las clases y sectores étnicos y culturales de la sociedad francesa, el llamado de Mbappe habría aportado mucho. Antes de la primera vuelta, lo que parecía insinuar al advertir que “quedaremos entre extremos” es que había que votar fuerzas centristas. Pero ante el ballotage, con el NFP en segunda posición en las urnas y en las encuestas, el astro del fútbol dejó en claro que, entre un partido de tendencias racistas y autoritarias, con discurso de odio y violencia contra los inmigrantes, era imprescindible votar incluso a la coalición izquierdista, aunque tuviera peso en ella un filo-chavista como Melenchon y otras expresiones de izquierdismo ideologizado.
Si el resultado final hubiera sido acorde a las dos elecciones anteriores y a lo que vaticinaban las encuestas, Macron habría quedado sentenciado a no cumplir su segundo mandato que acaba en el 2027, porque la extrema derecha, empoderada, le habría exigido la renuncia desde el primer día. Lo que falta ahora es que el presidente, quien según la constitución de la Quinta República tiene el derecho a elegir al primer ministro entre los legisladores del partido más votado, elija a Francois Hollande o cualquier otro miembro del Partido Socialista, que es la centroizquierda socialdemócrata dentro del NFP, o a algún miembro del partido verde, pero no al líder del movimiento La Francia Insumisa ni de los pequeños partidos de izquierda marxista que hay en la coalición vencedora.

Con Melenchon como primer ministro, la “cohabitación” del presidente liberal-centrista y el premier izquierdista sería peor que la atribulada cohabitación del presidente socialista Francois Mitterrand con el premier conservador Jacques Chirac entre 1986 y 1988. En cambio con Hollande u otro socialista sería una cohabitación más amable, como la que tuvo Mitterrand con Edouard Balladur en la década siguiente o, al menos, con una tensión más llevadera, como la que mantuvo Chirac desde la presidencia con el socialista Lionel Jospin en Matignon, entre 1997 y el 2002.
Cuando los números del escrutinio terminen de quedarse quietos, Macron sacará cuentas y tomará la decisión. Lo seguro es que, al próximo gobierno, la extrema derecha de Marine Le Pen lo va a mirar desde afuera.