Milei negocia con la motosierra en la mano
Casi todo en el Presidente es disruptivo: imposible anticipar su lógica porque no es la de los líderes clásicos; al desconcierto se suma inquietud por lo que viene
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Las resistencias que Milei viene teniendo para avanzar en varias de las reformas que se propone no se explican tanto desde lo más obvio, la debilidad propia de su espacio –una fuerza que se impuso en segunda vuelta y que cuenta con pocos legisladores–, sino por una dificultad que quedó clara durante las negociaciones por la “Ley de bases” aprobada ayer en la Cámara de Diputados: a la Casa Rosada le cuesta encontrar en Juntos por el Cambio, el aliado que le permitió imponerse en las elecciones, una postura unificada para aplicar cabalmente su programa económico.
Lo que se vio esta semana en el Congreso muestra que su gran desafío será convencer al socio. Es la idea que ya venían deslizando en algunas áreas del Gobierno en las que inicialmente habían imaginado otro tipo de respaldo. Es cierto que las críticas de Milei tampoco han contribuido demasiado para consolidar algo semejante a una coalición y que, hasta ahora, el Presidente parece más propenso a entendimientos tácticos según el tema en cuestión. Pero en el Ministerio del Interior, ámbito en que debería lograrse la adhesión más relevante, la de las provincias, y en donde conduce un dialoguista, Guillermo Francos, hay malestar con algunos gobernadores de Juntos por el Cambio. En concreto, con Maximiliano Pullaro, de Santa Fe, e Ignacio Torres, de Chubut. Son descripciones que se oyen en simultáneo con una sorpresa: salvo en los casos de Axel Kicillof y el riojano Ricardo Quintela, encolumnados bajo del liderazgo de Cristina Kirchner, dicen haber encontrado afán de colaborar en muchos peronistas, algunos de los cuales se ofrecen incluso para convencer a sus legisladores de dar quorum y hasta “levantar la mano” en el recinto si hiciera falta.
Era cantado. Juntos por el Cambio implosionó después de las elecciones, y el auxilio a Milei para el balotaje no partió de una decisión institucional sino de determinaciones personales, todas ellas alentadas por Macri al día siguiente del triunfo de Massa en la primera vuelta. Aquel espaldarazo que le alcanzó para ganar no tiene ahora el mismo efecto en la discusión parlamentaria, y es probable que las disidencias se acentúen durante los próximos meses, en el ejercicio del poder.
El primer preocupado por esta debilidad del Gobierno no es Milei, sino Macri. Muy activo en el seguimiento de la discusión parlamentaria, el expresidente sigue siendo el apuntalador más relevante del líder libertario. Su última obsesión, sobre la que insistió días atrás desde Villa La Angostura en conversaciones tanto con radicales como con dirigentes del Pro, reside ahora en darle a Milei gobernabilidad, porque un eventual fracaso de su gobierno, dice, fortalecerá al kirchnerismo. Y no solo: si eso llegara a ocurrir, agrega Macri, la fuerza más expuesta en una nueva crisis sería Juntos por el Cambio. “¿Vos creés que, si no puede avanzar, Milei va a putear a Cristina?”, le dijo a un diputado radical, y adelantó su conclusión: no, porque ella se opuso claramente desde el principio a todas las medidas. “Y los va a acusar a ustedes de haberlo hecho perder el tiempo”, insistió.
Al primer desacuerdo con los gobernadores sobre el proyecto, Milei decidió sacar del texto la parte fiscal. Cerca de Macri creen que sobreactuó, que había una parte del paquete que tenía consenso, y la incógnita es ahora cómo piensa continuar: si, dado el estilo personal del Presidente, el recálculo del proyecto de ley supone efectivamente una actitud más conciliadora o, por el contrario, reforzará en él la convicción de que el único camino posible es el de un ajuste mayor, el que prometía en la campaña, que haría a su modo y sin consultas. La motosierra.
Hay indicios que obligan al menos a no descartar la opción más dura. “Los voy a dejar sin un peso”, trascendió que dijo Milei sobre los gobernadores no bien aparecieron las primeras diferencias, y el concepto fue repetido en público por varios referentes de la Casa Rosada. Y hay otro detalle gravitante: no bien tomó la decisión de atenuar el proyecto, Milei volvió a hablar de dolarización, una idea que parecía haber quedado postergada en diciembre, con la designación de Luis Caputo. La novedad fue que a la causa se sumó esta vez el propio ministro. “Es una meta de este gobierno”, dijo la semana pasada.
Caputo es uno de los ministros preferidos del Presidente. Hay quienes lo han escuchado últimamente elogiar varias veces su trabajo. No hay tantos funcionarios avalados de modo tan explícito. La lista es corta: Nicolás Posse, Sandra Pettovello, Patricia Bullrich. Pero habría que recordar que el jefe del Palacio de Hacienda era en diciembre, cuando llegó de manera imprevista, algo así como el artífice del viraje del programa económico de La Libertad Avanza, hasta entonces más ortodoxo. Para los libertarios más convencidos, muchos de los cuales habían trabajado con Milei, el de Caputo pasó a ser “el plan de la casta”, un programa que no los terminaba de convencer porque incluía, por ejemplo, aumentos de impuestos. Preferían al Milei que prometía cortarse un brazo antes que hacerlo y que, como ellos, sabe perfectamente que la carga tributaria no hace más que postergar las soluciones.
¿Deberían ahora, como decía la canción del Mundial, volver a ilusionarse? ¿Reaparece, tras los cambios en el proyecto de la “Ley de bases”, el Milei original? Para saberlo habría que estar en la cabeza del Presidente. No alcanza con entrar cada tanto en la quinta de Olivos, ese universo solitario y silencioso que, con la mudanza desde el hotel Libertador, ha cambiado hasta en la oferta gastronómica. Hay que recordarlo: Milei no es aficionado a esa cuestión. En 2022, en una entrevista con el canal de YouTube Doble Mérito, admitió que comer le parecía a veces una pérdida de tiempo y que, si pudiera, lo resolvería como los astronautas, con una pastilla. Ningún invitado debería sorprenderse entonces de que las alternativas para un menú de un viernes a la noche no sean las de la clase ejecutiva de una aerolínea. “¿Bife o milanesa? ¿Puré o tomate partido al medio con orégano? ¿Flan o batata?”, se ofrece ahora. Y para tomar, agua.
Casi todo en Milei es disruptivo. Imposible anticipar su lógica porque no es la de los líderes clásicos. En una provincia que participó de la reunión del martes con Francos sacaban esta conclusión: “A Guillermo lo desautorizan desde la Casa Rosada porque negocia como un político tradicional, y Milei no lo es”. Los otros intrigados son los empresarios, cada vez más interesados en acceder a quien, suponen, más los acerca al pensamiento del Presidente: el jefe de Gabinete. “Posse entendió cómo trabajan los Milei: llama y consulta”, dijo uno de ellos.
Al desconcierto se suma inquietud por lo que viene. En la Asociación Empresaria Argentina, la más consustanciada con las ideas del nuevo gobierno, callan. En la Unión Industrial Argentina también. Hay sectores con caídas de hasta el 40% en la actividad, pero también la tenue esperanza de que, por fin, algunas reformas que parecían inaplicables en la Argentina puedan por fin prosperar. Nadie lo puede asegurar, pero quienes han podido hablar con Milei lo ven decidido. Lo escuchan repetir que no le sirve un ministro que le diga “esto no se puede hacer”, porque lo que espera es que le diga que sí y le dé alternativas.
Pero nadie sabe tampoco cuánto tiempo llevaría poner en práctica lo que sería una verdadera transformación. Cuando se lo preguntan, el Presidente contesta: “Estoy confiado”, y agrega una hipérbole: la Argentina lleva cien años de colectivismo y a las repúblicas de la URSS les llevó décadas normalizarse. He ahí parte del desencuentro: los tiempos de la oposición, incluida la dialoguista, parecen bastante más cortos. No debería sorprender que alguien fantaseara con una revolución en soledad.

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