"Más vale pájaro en mano, que cien volando…" y el hecho de tener algo seguro en medio de tantas posibilidades…

Los refranes, bien desconocidos en estos tiempos, son frases breves que expresan verdades irrefutables con características que orientan hacia la sabiduría.

Hasta hace unos años era común decirlos constantemente para evitar y prevenir situaciones que pusieran en peligro la integridad física, moral, modos de vida, la salud, etc., o sentenciando lo que ya indefectiblemente había pasado.

Los abuelos y los padres de quienes rondamos los cincuenta los tenían como una enciclopedia de vida orientándonos para ser buenas personas, al igual que la fábula, también caída en desuso.

Hace unos días me sorprendieron dos adolescentes, mientras miraban vidrieras sobre Diagonal Sarmiento en el departamento Caucete, a mi lado. Charlaban entre ellos, cuando uno le dice al otro alzando la voz: – ¡Mirá vos!, y siempre es lo mismo: "A río revuelto, ¡ganancia de pescadores!", la verdad -contestó el más joven, – pero ¿qué querés que te diga? "Más vale pájaro en mano, que cien volando"… y se alejaron riendo.

Me sorprendió escuchar esos refranes que ya casi nadie los usa. Me acordé de mis padres, vecinos, parientes, y maestros en mi infancia; ellos tenían fábulas y refranes en sus labios constantemente, hasta diría yo, cotidianamente, para orientarnos, hacemos recapacitar, porque siempre eran de carácter educativo o moralizante.

Entre los que recuerdo están: "Ningún perro lamiendo engorda", "De tal palo, tal astilla", "No por mucho madrugar, amanece más temprano", "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda", "Lo cortés no quita lo valiente", y por último uno de mis preferidos: "El ladrón juzga por su condición".

Días más tarde estando yo, como una gran maestra del saber, contándole esto a unos jovencitos, ellos me responden riendo: "Nosotros también sabemos algunos, no se crea", por ejemplo: "Nadie sabe lo que tiene hasta que ordena su cuarto", "El que madruga, encuentra todo cerrado", "Dios los cría y ellos se contagian" (por la pandemia).

El encuentro fue gracioso y didáctico a la vez, porque entendí que muchos refranes y dichos cambian según la época y otros son eternos. Quizás en la actualidad se usen poco y nada los que aprendimos en nuestra juventud, pero surgen otros adaptados a este tiempo, y todos, absolutamente todos reflejan la esencia humana en cada siglo de vida en esta bendita tierra.

Así que, señores, decirles: "Que el diablo sabe más por viejo, que por diablo", que "A cada chancho le llega su San Martín" y como decía una abuelita española que conocí: "Ama, perdona y olvida. Hoy te lo dice tu amiga. Mañana te lo dirá la vida".

Volver a las fábulas y antiguos refranes me llevó a un tiempo, donde la noche comenzaba: al entrarse el sol, cuando regresaba corriendo de la escuela para ver los dibujitos animados a las cinco y media de la tarde en Canal 8, porque los pasaban un ratito, nada más, y luego escondidos con mi hermano detrás de la casa jugábamos con tierra y barro, hasta que llegaba mi madre diciendo: "Así que, ¡cuando el gato está

 

Por Myriam Fonseca
Escritora