
Vende de puerta en puerta en EEUU y cuenta lo oculto del sueño americano y del amor: “El dolor se multiplica hasta el infinito”
En Bs. As. tenía dos trabajos, pero no alcanzaba; una propuesta inesperada lo llevó a Texas, Arizona y Colorado, donde descubrió el lado b del país del norte: “Me miraban como si fuera un demonio salido del tercer infierno de Dante”
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En algún momento de su vida, Lucas Lentini decidió que quería sumergirse en el mundo de las comunicaciones y convertirse en periodista. Estudió, se esforzó y halló el camino para colaborar para algunos diarios argentinos hasta que, allá por el 2008, obtuvo un empleo de tiempo completo en una agencia de comunicaciones donde, como suele decir, le pagaban dos mangos a pesar de tener personal a cargo.
Las cuentas pesaban y postergaban, una y otra vez, sus proyectos de vida. Lucas sentía que daba brazadas contracorriente, por ello, cuando un amigo de la familia le propuso probar suerte por unos meses en Houston, Texas, el joven aceptó, aun a pesar de que el empleo propuesto consistiera en tocar puertas y vender sistemas de purificación de agua para las casas: “Yo venía de la comunicación y de golpe me proponían esto, con posibilidad de tener altos ingresos en poco tiempo”, rememora.

Lucas repasó su vida con un sabor amargo en la boca: trabajaba duro para la agencia, pero no era suficiente, y por ello había armado en paralelo un emprendimiento de venta de granolas, budines, cosas dulces, y almuerzos que cocinaba después de las horas de oficina y repartía como podía: “Con todo, las cosas no iban bien. Decidí renunciar e irme a probar suerte”.
A Ezeiza, Lucas llegó con una mochila cargada de incertidumbre y un nudo en la garganta. Su idea era irse por seis meses y tirarse a una pileta que no sabía si tenía agua. Pero lo que realmente le pesaba era dejar a su novia atrás por un tiempo que parecía infinito: “Todavía me acuerdo del llanto de los dos por la despedida, esa presión en la boca del estómago”.
Y así, el joven argentino llegó en abril de 2015 a Houston con su padre, quien se quedó unos días hasta ver a su hijo instado en un departamentito en una zona bastante fea de la ciudad.

Soledad, regresos y fosas nasales en llamas
No era el trabajo con el que había soñado, pero el ingreso era significativamente mayor. Durante los primeros días, Lucas se sintió como un pseudo turista, pero las semanas pasaron y, sin bien compartía departamento con otros argentinos, estaba casi todo el día solo en un piso donde no había cable, computadora, ni Wifi: “Lo cual me permitió no distraerme tanto y apuntar al trabajo”, cuenta. “Muchas veces la soledad era dura. Extrañé muchísimo a mis amigos, a mi novia, las juntadas. Me acuerdo que contaba `cuántos fines de semana me faltan para irme´”.
La estadía concluyó y Lucas supo que todo había valido la pena, tanto, que regresó a su país con el dinero suficiente para emprender una aventura por Europa junto a su novia. Y fue así que, con el apoyo de su jefe -amigo de la familia residente en Houston-, el joven optó volver a Estados Unidos en el 2016 y repetir la experiencia de trabajo. En el 2018, decidió instalarse definitivamente con su novia en Yuma, una ciudad muy pequeña de Arizona, en medio del desierto.
Tal como en el pasado, el joven salía a tocar las puertas y vender. El verano allí tocaba temperaturas de 50° con el cielo permanentemente despejado, ni una nube. Lucas jamás había sentido tanto calor: “Salía al mediodía del departamento y se me quemaban las fosas nasales y hasta las mucosas de los ojos. Sofocante”.

Racismo, religión, trabajo y recorrer barrios en Estados Unidos: “Me miraban como si fuera un demonio salido del tercer infierno de Dante”
A lo largo de sus diversas experiencias en Estados Unidos, Lucas vivió en tres estados: Texas, Arizona y, finalmente, Colorado, donde reside en la actualidad. En cada uno de sus destinos supo distinguir un racismo a veces sutil y otras marcado. Él, como latino, era white enough y, por lo tanto, recibía mejores tratos que otros pares.
Sentía un profundo agradecimiento hacia su tierra adoptiva, pero los velos rosas cayeron pronto exponiendo defectos que surgían claros. De todos, el racismo, abrió ante él el capítulo más oscuro: “Está muy, muy marcado. En mi caso no paso tanto por latino, pero los que son más racistas te miran raro. En general el racismo viene del `hombre blanco´ pero no del `hombre negro´. Muchas personas piensan/creen/consideran que el afroamericano te va a hacer algo y ¡para nada! Y debajo de esa capa de buena educación y buenos modales de algunos `hombres blancos´ se esconde todo ese racismo y clasismo repulsivo”.

“Después está el tema religión. Acá son extremadamente religiosos, cristianismo a la cabeza y yo soy ateo. Te hablan de la biblia por todos lados y cosas así. En las casas me preguntaban sobre religión, y si les decía que era ateo, me miraban como si fuera un demonio salido del tercer infierno de Dante”.
“Lo que sí debo decir es que por mi trabajo he estado en zonas muy lindas, muy feas y todo lo que pueda haber en el medio, jamás tuve ni un problema. Nunca me intentaron hacer nada, ni unos ni otros, eso me sorprendió mucho. Algunos son lugares a los que ni loco iría en Buenos Aires y acá voy como si nada. Está esa sensación de que al que está trabajando no se lo molesta. No sé cómo explicarlo bien”.
“La calidad de vida de acá en cuanto a la estabilidad y lo material, es buena. El gran problema está en la salud con los costos que tiene, pero hay muchísimas opciones que, a pesar de no ser conocidas, existen. Hay clínicas que te afilias gratuitamente y podés tener atención médica de todo tipo por 10 dólares la consulta y los remedios están a precios muy, muy bajos (según cuáles, 3 dólares). Te atienden de primera, con instalaciones de primera. Si bien no es para urgencias, al menos podés realizarte todos los controles por muy poco dinero. Y en lo laboral, las oportunidades están, algunas buenas, otras no tanto. Pero podés hacer y emprender de muchísimas maneras con relativa facilidad. Siempre y cuando tengas tus impuestos al día, no vas a tener problemas”.

“Otra cosa que me sigue sorprendiendo es que la gente hace todo en el auto, no solo el traslado. Sino que usan el drive thru para comprar todo y no tener que bajarse. Caminar no existe”, continúa. “Es, asimismo, una sociedad en la que es muy muy difícil tener una relación espontánea, el gran problema es que la gente trabaja no menos de 10 horas por día o más. Muchos tienen dos trabajos. Acá la gente vive para trabajar. La vida social es muy poca y sobre todo después de la pandemia”.
Estar lejos con el corazón roto: “El dolor que cualquier persona siente al pasar por una separación se multiplica hasta el infinito cuando estás lejos”
Allá a lo lejos, en el 2018, dejar Argentina definitivamente atrás había sido duro. Sin embargo, para Lucas, el apoyo de su familia y amigos facilitaron el camino, así como el hecho de haber partido junto a su novia, que pronto se transformó en su esposa, lo que suavizó su adaptación y menguó las nostalgias.
Las dificultades que se presentaron en su nueva vida fueron muchas, en especial, la odisea de conseguir la residencia permanente. Lucas se postuló para una visa H1B y compitió contra cientos de miles de personas alrededor del mundo. No quedó, entonces tuvo que tomar la decisión de quedarse o irse. Decidieron permanecer.
“En Argentina no teníamos casa ni trabajo y acá más o menos estábamos con cierta estabilidad. Por lo cual tuve que tramitar unos documentos con los que el IRS te permite ser autónomo aunque no seas un residente legal. Una vez que se hace ese trámite, si te vas del país ya no podés volver a entrar”, explica.
Fue en mayo de 2022, ya en Colorado, que la esposa de Lucas inesperadamente le dijo: te dejo, me voy. Pero no regresó a la Argentina, aunque sí terminó la relación: “Traigo esto a colación, porque el dolor que cualquier persona siente al pasar por una separación se multiplica hasta el infinito cuando estás lejos de absolutamente todas las personas que te conocen de toda la vida. Las personas de acá que te conocen, lo hacen desde hace dos o tres años y no es para nada lo mismo. El dolor que sentí era físico, sentía que me sacaban el corazón”.

Algunos amigos permanecieron, otros desaparecieron luego del divorcio y nuevas amistades emergieron en el camino. Después de la dura experiencia, Lucas finalmente logró encontrar el costado luminoso, abrirse a nuevas personas y experiencias, y junto a ellas, redescubrirse.
“Conocí a Bri, quien hoy es mi esposa. Fue la primera cita que tuve con la primera chica que conocí. Fue algo que parece salido de una novela. Conectamos al instante. Ella es de acá y gracias a Bri es que hoy tengo mis papeles y soy un residente legal. Claro que mis amigos me gastan y hacen todo tipo de chistes, pero la realidad es que todo fue tan genuino y espontáneo que nadie me cree”, dice entre risas.
“Obtener la residencia no fue fácil y tampoco ingresar a la familia. Lo que contaba del racismo está vigente en todos lados. La familia de mi esposa es de Tennessee y cuando me puse de novio con ella, antes de siquiera conocerme, ya me estaban cuestionando por mi origen”.

“Insistir, resistir y nunca desistir”
La historia de emigración de Lucas fue intermitente, salpicada de idas, regresos y revelaciones. En un principio se fue, como dice él, por un mero tema económico, pero desde el primer instante descubrió cómo los pinchazos al corazón comienzan a sentirse con fuerza cuando las raíces están lejos, pero sobre todo cuando el amor falta.
En su camino, la soledad y el dolor lo sacudieron, pero con la misma fuerza surgieron los mayores aprendizajes, entre ellos, el valor del tiempo y la salud, como riquezas supremas: “Son nuestro verdadero tesoro. No importa lo que pase, si no te dejás llevar por la vorágine y recordás esas cosas, está todo bien. El tiempo es lo único que no podemos recuperar, entonces tenemos que usarlo de la mejor manera que podamos y elijamos. Mi trabajo no es fácil y a veces gano más y a veces menos o a veces nada, es 100% comisión, pero manejo mi tiempo a mi gusto y no le doy explicaciones a nadie, eso me da libertad”, reflexiona.

“No es fácil comprender lo que el emigrado vive sin haberlo vivido. En Argentina conocí, como todos, a personas de otros países que habían emigrado y nunca se me pasó por la cabeza pensar en lo que ellos habían pasado. Desde hace un tiempo que lo entiendo muy bien. Las emociones te juegan miles de malas pasadas. Los recuerdos y la nostalgia de un tiempo que pasó y no va a volver son fantasmitas que están siempre con vos. Hace unos años me acuerdo que había leído una noticia x en el diario de algo que había pasado en Núñez, cerca de donde vivía. Puse la dirección en el google maps y me puse a recorrer todo el barrio. No soy una persona de lágrima fácil pero, simplemente, no lo pude evitar. Las calles, los recuerdos, los olores... todo. Fue un rato de nostalgia durísimo que me agarró desprevenido. No estaba triste, solo nostálgico y sobre todo en ese momento en el que no tenía la chance de volver”.
“No sé cuándo voy a volver a Argentina de visita, estimo que en estos próximos años, pero sé que cuando vuelva va ser con la sensación de que, si bien es mi país, voy a ser un extraño allá. Quedarme en un hotel en mi propia ciudad va a ser algo rarísimo, pero soy y seré argentino por siempre. No reniego de mi país y adoro nuestra cultura. Estoy al tanto de la actualidad del país, todo lo que se puede estar desde afuera, leo los diarios de allá, escucho la radio de allá y hablo a diario con mis amigos. Tengo una idea de lo que pasa, pero al no estar... en el fondo no sé nada. Y eso es duro, pero forma parte del todo. Emigrar te hace crecer y entender, no solo otras culturas, sino a vos mismo. Porque, insisto, es durísimo y sobre todo si en el medio te quedás tan solo. Pero todo pasa. Hay que aguantar: insistir, resistir y nunca desistir”.
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