La premura extenuante a la que se nos insta desde los estamentos sociales nos invita a plantear algunos interrogantes en relación a la idoneidad de tal aceleración, así como las bases constitutivas que sustentan al sujeto ético de la posmodernidad. La fobia a la decadencia y la supremacía de la inmediatez implican que la temporalidad se haya visto tergiversada, torsión que afecta a los parámetros éticos con los que se conduce el sujeto de la actualidad. Lo bueno, cuestión abordada desde la ética desde tiempo inmemorial, ha duplicado sus bondades en base a la temporalidad: si breve, dos veces bueno. A partir de esta premisa, toda brevedad incrementa las bondades del objeto a ser valorado mediante el acto del cronometrado. Toda aceleración proporcionaría, por tanto, un superávit de bienestar con el consiguiente extra de satisfacción. Reducir el tiempo de espera a la mínima expresión genera en el sujeto la sensación de haber logrado un disfrute añadido por el hecho de vencer a la tardanza, aprovechamiento que aleja a la muerte y reconforta, por el supuesto alargamiento del tiempo de vida que se supone a la velocidad: quedan multiplicadas las posibilidades. La espera, con su renuncia correspondiente, introduce un menoscabo en las bondades. Esperar está desfasado, es anacrónico, un vestigio del pasado a desechar. La angustia que se despierta ante el impedimento que introduce lo no inmediato, atenta contra lo constitutivo del sujeto posmoderno que añora el retorno a un edén sin trabas ni contradicciones.
Ampliar el rango de visión un poco más allá de lo inmediato -lo que no precisa mediación y es por consiguiente más rápido- supone un atentado contra lo que las necesidades mercantiles consideran imprescindible. Si el goce al que el sujeto contemporáneo aspira, precisa de una merma considerable debido a la posposición necesaria para su alcance, la angustia aparece disfrazada de las nominaciones del momento, nuevos significantes surgidos de incipientes formas de relacionarnos con la realidad: comecome, apechusque, FOMO (fear of missing out) que es miedo a quedarse fuera o a perderse algo que pudiera estar teniendo lugar como eventos, conversaciones telemáticas, etc.
Dejar de formar parte queda relacionado con el rechazo, la exclusión social; por contra, quedar adherido a todo tipo de situación relacional aboca a la adicción a las redes sociales de las cuales no nos podremos desprender debido a la continua necesidad de vigilancia que implican. Demora y retardo son sinónimos de ausencia. El paciente es el enfermo. La paciencia es por tanto limítrofe a la enfermedad. Lo ágil, lo móvil y versátil, lo que no se detiene ni deja espacio para la reflexión es lo fomentado, mejoría obligatoria que impide que los procesos sean completados sin premura. Pero el deseo surge de la falta, de la ausencia, de la oquedad del "otro" que se muestra incompleto y nos reclama como objeto que sabemos no se puede colmar, lo que no impide que sea llevado a cabo el intento, siempre fallido en algún grado.
En este estado de cosas, el amor, la procreación, en suma, todas aquellas cuestiones relativas a lo humano que impliquen un cierto grado de confianza, de posposición del goce, son aspectos que tienden a ser relegados o neutralizados en la actualidad. La imperiosa necesidad de que el exterior nos retorne aquello que hemos donado sin la menor dilación, impide que sean experimentadas algunas satisfacciones que irremediablemente precisan del paso del tiempo. Si sólo lo inmediato es preferible, qué importancia se puede otorgar a los desastres naturales como consecuencia del efecto invernadero que reflejarán su destructividad en un futuro incierto; qué importancia puede tener que nuestros rostros sean registrados en una big data si así nos ahorramos el tedioso proceso de tener que identificarnos mediante otros métodos más artesanales, a pesar de consentir la intromisión en nuestra privacidad. El uso de la moneda corriente empieza a ser signo de involución: llevar dinero en el bolsillo es muestra de la renegación del progreso. Negarnos a que el pago de las sesiones se haga telemáticamente genera en nuestros consultantes un sentimiento de extrañeza, cuando no de lástima. Quizá la reciente moda de salir a la calle en pijama pueda denotar de manera actuada el adormecimiento generalizado de que hace gala el sujeto de la posmodernidad. ¿Para qué llevar a cabo la transición del sueño a la vigilia si podemos establecernos a perpetuidad en el espacio intermedio? Las dependencias emocionales, el consumo de sustancias indican una dificultad para tolerar la ausencia, lo que falta, cuestión crucial en la que se asienta el deseo. Intentar anular la escasez o cualquier tipo de incomodidad nos arroja a la búsqueda incesante de sensaciones presentes. Dicha extrema necesidad de presentación fuerza a un continuo hacerse ver, puesto que únicamente lo que está presente existe. La compulsión a fotografiar o grabar cada suceso por más nimio que sea, indica la precariedad actual de no poder resistir el anonimato de la ausencia. La asunción del tiempo como operador implica tener en cuenta el futuro. Si la descatalogación del sujeto formalizado por el discurso capitalista amputa el pasado así como toda historiación, borrando toda narración que diga del sujeto, el futuro cae en una irrelevancia como consecuencia del imperativo de la mejoría. Puesto que dicha mejoría ha quedado subyugada a la inmediatez, no se podrán llevar a cabo los procesos de puesta en marcha de objetivos futuros que impliquen espera, sinónimo de gasto y derroche, lo cual hace perder credibilidad en la carrera por la excelencia obligatoria. Desperdiciar el tiempo es algo que el multitask anula, estando nuestros jóvenes acostumbrados a llevar a cabo, en múltiples pantallas, tareas que a la generación anterior le parecen imposibles; no sin el desembolso sintomático de agotamiento, insomnio y desconcentración. Dotar de tiempo, ofrecer espacio para la deceleración, son cuestiones que caracterizan al método psicoanalítico. Creer en la posibilidad de que el inconsciente aparezca, a pesar de su indefinición y de lo encriptado de su mensaje, ofrecer un espacio al surgimiento de una diferencia, favorecer lo no dicho desde un lugar de nula exigencia, auténtico bastión contra los intereses mercantiles que potencian el arrasamiento del sujeto, son algunas de las bondades que los planteamientos psicoanalíticos procuran. Método que se caracteriza por espacializar aquello censurado o excluido, cuyo surgimiento ha de brotar de la fuente del lenguaje. Procrastinar, término derivado del idioma inglés, quizá sea el pequeño intento de no rendirse a la hiperproductividad. Dejar para mañana, poder perder, soltarse de los arneses socioeconómicos, abrir la posibilidad a lo diferente, despresurizar el rendimiento. Algunas de las demandas que los consultantes osan verbalizar entre las insonorizadas paredes de nuestros consultorios, pueden ser consideradas como verdaderas afrentas a la obediencia ciega que el sistema impone.
Luis Miguel Rodrigo González
Psicoanalista en Madrid