La culpa y la auto-exigencia: “Las emociones pueden ser pésimas cuando les damos el poder de nuestras vidas”
Las personas autoexigentes tienden a centrar su atención en todo aquello que les falta sin considerar el precio a pagar por un esfuerzo excesivo. Y la auto-exigencia, por lo general, no suele ser sinónimo de la excelencia.
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La culpa es una emoción y como todas las emociones (el miedo, los celos, la envidia, entre otras) pueden ser pésimas dueñas cuando les damos el poder sobre nuestras vidas (nos desbordan, las descargamos en otros que a veces nada tienen que ver con nuestra reacción, las bloqueamos o nos enfermamos), explica la Licenciada en Sociología Liliana Llamas.
Pero también pueden ser grandes mensajeras y aliadas. El desafío es interpretar el mensaje que nos traen para poder elegir y actuar de una manera más consciente y coherente con nuestros valores, necesidades y deseos.
Puedo culpar a otro, el otro puede culparme o puedo culparme severamente a mí mismo. En todos los casos la culpa me indica que hice algo que no debería haber hecho porque afecta algo valioso para mí (mis afectos, mi salud, el respeto, etc.).

¿Qué relación existe entre la culpa y no cumplir con las normas que nos instalaron desde la infancia?
Algunos ejemplos de normas pueden ser la Constitución de un país, el reglamento de un club y dentro de mí: “Está mal cometer errores”, “No tenés que mostrarte vulnerable”, “La salud es lo más importante”, “Las necesidades de los demás son más importantes que las tuyas”, “Tenés que salvarte vos”, “Tenés que hacer felices a los demás”, “Primero el deber, después el placer” o su opuesto “Primero el placer, después el deber”.
Cuando no honro esa norma se activa en mí una señal de alerta (el sentimiento de culpa) que me informa que transgredí algo importante o valioso para mí. Supongamos que en mis últimos análisis el colesterol estaba muy alto. El médico dejó en claro que debía suspender las grasas, pero el fin de semana comí una picada que rematé con chocolates. Me siento culpable. La luz de alarma de la culpa me dirá: “No tendrías que haber comido eso, te hace mal”. Esa voz me ayuda a corregir esa conducta y volver a un equilibrio. Es la culpa funcional, útil. Si no existiera esta culpa que repara, la vida sería un caos: golpearía, robaría, mentiría, lastimaría a los demás sin sentir el más mínimo remordimiento.
“Si no cumplís nadie te querrá”
La culpa disfuncional condena, descalifica, castiga y debilita la autoestima. “Si no cumplís esta norma nadie te querrá, te quedarás solo…”, “Siempre el mismo, sos un desastre”. O a mí mismo: “Rompí la norma porque soy malo, egoísta, inútil: nunca voy a estar en paz”, “No merezco comprensión ni perdón”.
Estos mensajes de la culpa disfuncional provocan más culpa, sufrimiento, paralizan y no resuelven nada.
¿Cómo se sale de este círculo vicioso?
Recordando que esas normas se incorporaron en el pasado, no son rígidas ni eternas y puedo cuestionarlas. Tengo derecho a cambiarlas o flexibilizarlas si ya no son coherentes con mis circunstancias actuales ni con la persona que soy hoy. En gran medida cuestionar, contextualizar, flexibilizar y dar más precisión a la norma.
¿Cómo se relaciona la culpa con la exigencia y la excelencia?
Si soy exigente y/o autoexigente, suelo dar por sentado que debería hacer todo bien, no equivocarme, resolver mis problemas y los ajenos, ser una persona omnipotente que debería poder, hacer y saber todo de una manera excelente. Y cada vez que no logro mis altísimos y, a veces, inalcanzables ideales me culpo severamente.
Hay dos grandes creencias relacionadas: “Si querés lograr la excelencia tenés que ser exigente”, y “si soy muy autoexigente lograré la excelencia”.
Ante todo, no es lo mismo motivar que exigir. Cuando motivo a otra persona la estimulo a creer en sí misma, a desarrollar su potencial y a crecer.
Cuando exijo, por lo general, el otro cumple con ese pedido u orden. Sin embargo, y en especial cuando la exigencia perdura en el tiempo, hay una obediencia superficial pero en un nivel más profundo se acumulan resentimiento y rencor por no sentirme comprendido, respetado o tenido en cuenta. En este caso, la exigencia no es efectiva ya que deteriora el vínculo, la autoestima y no ayuda a crecer.
Centrar la atención en lo que nos falta y la ansiedad
Las personas autoexigentes tienden a centrar su atención en todo aquello que les falta, deberían hacer o haber hecho mejor y de manera “perfecta”, y suelen focalizarse casi exclusivamente en su meta, sin considerar el precio que deberán pagar por su sacrificio o un esfuerzo excesivo.
Esos altísimos propósitos los llenan de ansiedad y de miedo a equivocarse, a arrepentirse, a no cumplir con las expectativas propias y ajenas y a “fracasar” en sus metas y frente a la mirada de otros. Las consecuencias suelen ser: autocastigo, estrés crónico, insomnio, tensión, insatisfacción, agobio, enojo, frustración y angustia.
Una cosa es querer auto superarme y lograr mis objetivos, y otra es agotar mi energía y deteriorar mi calidad de vida, mi salud o mis vínculos para alcanzarlos.
Entonces, ser exigente o autoexigente no conducen necesariamente a la excelencia. En la exigencia no hay disfrute, sino presión, tensión, rigidez y dureza. En la búsqueda de una excelencia sana hay entusiasmo, gozo y crecimiento.

Consejos para personas autoexigentes
- Recordá que también podés lograr excelentes resultados con menor agobio y sacrificio.
- Evaluá el precio que estás dispuesto a pagar por lograr tus metas.
- Convertite en tu mejor amigo y aliado, en lugar de tu peor fiscal.
- Recordá que no podés mejorar ni controlar todo en la vida, y que siempre habrá cosas, metas, personas o situaciones que tendrás que dejar ir, soltar o aceptar que no pueden ser cambiadas.
- Sé más flexible con las personas que tengan ritmos más lentos o diferentes de los tuyos.
- Aprendé a pedir ayuda, a delegar tareas y a confiar en la capacidad de los demás para no cargarte excesivamente con responsabilidades innecesarias.
- En lugar de exigir y exigirte severamente, aprendé a consultar, proponer, sugerir, pedir y también a aceptar un no como respuesta.
- Recordá que no vinimos a esta vida a controlarla ni a administrarla, sino a aprender, a amar, a crecer, a ser felices y a contribuir para hacer de este mundo un mejor lugar para todos.
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