La Mac cumple hoy 40 años, y su legado sigue vigente
Tras un tortuoso y caótico proceso de creación, Apple presentó el 24 de enero de 1984 la primera computadora personal con interfaz gráfica que estaba al alcance del usuario de a pie; lo increíble es que si encendieras una de esas máquinas hoy podrías usarla sin ninguna dificultad
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El 24 de enero de 1984 Apple lanzó al mercado una computadora personal llamada Macintosh y universalmente conocida como La Mac. Con una costosa campaña de márketing y publicidad (30 millones de dólares de 1984; 87 millones de hoy) coronada por un magnífico corto dirigido nada menos que por Ridley Scott (que venía del ámbito publicitario, pero que ya había hecho historia con Alien y Blade Runner), la compañía ponía fin así a un caótico, desprolijo, tortuoso y genial proceso que cambió la computación para siempre. Se cumplen hoy 40 años.

Para los que vivimos en primera persona aquellos días, el nacimiento de la Mac parece haber ocurrido ayer. Pero hay un primer dato que me gustaría poner sobre la mesa en este aniversario redondito y significativo, para dar una dimensión del tiempo que ha pasado: la Macintosh, la primera computadora simpática de la historia, la niña mimada de Steve Jobs, la cosa electrónica más bella que habíamos visto hasta entonces, tan bella que parecía venir del futuro, esa máquina disruptiva usaba un monitor de tubo de rayos catódicos en blanco y negro. Reitero, dentro del gabinete había un pesado tubo de rayos catódicos. La Mac acusaba en la balanza siete kilos y medio.
El hardware de la Macintosh, aparte los pormenores de su gestación, que retratan a Jobs en la cima de su arrogancia, era mediocre. Pero encarnaba una idea extraordinaria. Lo dijo bien el gran Douglas Adams, autor de The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy: “Lo que me enamoró (y creo que les pasó lo mismo a todos los que compraron la Macintosh en aquellos primeros días) no fue la máquina en sí, que era ridículamente lenta y tenía poca potencia, sino una idea romántica de la máquina.” La Mac había dejado de ser una computadora, tal como se las concebía en esa época, y se había convertido en algo diferente, más cercano, algo más humano, incluso con un poco de alma, como la que les atribuimos a los coches y las motos de diseño (no porque sí Jobs hizo poner una moto BMW en las oficinas donde trabajaban, como recordatorio, y en esa época manejaba un Porsche).

La Macintosh tenía una pantalla monocromática con la característica curvatura de los televisores de rayos catódicos y una resolución (la historia de esta resolución es bien larga) de 512 x 342 pixeles (tu celular está en el orden de los 2340 x 1080 pixeles), 128 KB de RAM (tu celular tiene 31.000 veces más memoria), un sistema operativo que no podía hacer multitarea (salvo la calculadora, que corría desde la memoria ROM) y venía sin disco duro; su única unidad de almacenamiento era una diskettera de 3,5 pulgadas, que originalmente iba a ser de 5,25 pulgadas –los enormes floppy de las primeras PC–, pero ese componente andaba tan mal que a último momento obligó a Jobs a viajar a Japón a conseguir otra cosa. La Mac original venía con un conector para el teclado (en el frente), y puertos traseros para el mouse, impresora, módem, diskettera externa y una salida de audio (cómo lograron que el sonido pudiera emitir hasta 4 voces es también una larga historia). En la caja venían además el mouse, el teclado, un diskette del sistema operativo (el System Software 1.0) y otro con un procesador de texto (MacWrite) y un programa de dibujo (MacPaint), aparte de un casete de audio con un tour por la máquina y sus posibilidades. Usaba un microprocesador llamado Motorola 68000, a 6 MHz efectivos (7,8 nominales), y 68.000 transistores; el de tu celular tiene unos 10.000 millones de transistores y funciona a entre 1000 y 2000 millones de ciclos por segundo (o GHz). El 68000 no era capaz de hacer multitarea (o sea, solo podía ejecutar una aplicación por vez) ni tenía modo protegido. El teclado, adrede, por orden de Jobs, no tenía flechas de cursor; quería obligar al usuario a usar solo el mouse.
Bienvenidos al futuro
Pero incluso con sus limitaciones, la Mac tenía tres cosas que la convirtieron en el emblema de una era y el principio de la verdadera revolución digital.
Primero, era un equipo hermoso. Jobs estaba, como lo estuvo hasta el final, completamente obsesionado con el diseño. Viajó a congresos, contrató mentes brillantes, mandó a hacer una maqueta tras otra, discutió filetes y biseles con un nivel de detallismo paroxístico, incluso con componentes de la Mac que nunca se iban a ver (salvo que fueras un técnico de Apple). El resultado es la computadora más linda y simpática de la historia, por lejos.

Segundo, cuarenta años después, cualquiera de nosotros podría usarla. Puesto que se basa en los mismos paradigmas y reglas de las Mac actuales, de Windows o de tu celular, si tenés 10 años o 70, es igual: podrías entender una Macintosh original en menos de 30 segundos. Tendrías que armarte de paciencia para usarla, porque tardaba mucho para hacer cualquier cosa, desde abrir un programa hasta aplicar una tipografía, pero podrías entenderla.

Viceversa, si hoy te sentara frente al prompt de un Unix o un DOS, no sabrías ni por dónde empezar. Incluso si usaste la interfaz basada en caracteres hace muchos años, ya te habrías olvidado la mayoría de los comandos. Ni hablemos de las opciones de esos comandos (que en una interfaz gráfica se despliegan como menús fáciles de navegar y entender). La Macintosh era bella, pero también era universal. No era la primera en ofrecer una interfaz gráfica de usuario basada en una metáfora de escritorio, con íconos, menús, ventanas y un mouse. Pero esta era de verdad personal. (Tuvo dos antecedentes, la Apple Lisa, de 1983, y la Xerox Star, de 1982, una máquina orientada a oficinas y cuya instalación podía costar unos 350.000 dólares de hoy.)
En cambio, la Macintosh, con un precio de 2495 dólares (7300 de hoy; unos 700 dólares más que la IBM/PC que había salido tres años antes) era cara, para lo que ofrecía, pero no tan cara como Lisa, la computadora de Apple que la precedió y que fracasó no solo por su precio exorbitante, sino también porque Jobs, que había sido expulsado del equipo de Lisa, se ocupó de difundir, cuando la máquina fue lanzada al mercado, en enero de 1983, que en un año Apple sacaría un equipo genial llamado Macintosh, y que sería más accesible. Literalmente, tiró a Lisa, que costaba 10.000 dólares (30.000 de ahora), debajo de un camión.

La Mac era universal y bella, y la podías pagar. Y había algo más en esa máquina, de lo que se habla poco, cuando se cuenta su historia, pero para los que estuvimos ahí fue una divisoria de aguas. La Macintosh era además una computadora que enchufabas a la corriente, le conectabas el teclado y el mouse y en cinco minutos estabas usándola. No había nada que instalar, configurar, ensamblar, soldar, atornillar o acoplar. Parece elemental hoy. Pero en 1984, las computadoras eran cosas serias, para expertos. No eran algo que te comprabas y estabas usando en 15 minutos, como un microondas. La Mac derribó esta barrera de entrada, que era tan odiosa y piantavotos como las pantallas negras con comandos herméticos. Hasta manija para trasladarla tenía, elegantemente integrada al gabinete.
El origen
La Macintosh había nacido dentro de Apple como un proyecto autónomo y experimental de Jef Raskin en 1979. Raskin le puso el nombre, inspirado en su variedad de manzanas preferida, llamada McIntosh (descubierta por el agricultor John McIntosh en 1811 en Canadáa), que luego, para no entrar en conflicto con el fabricante de equipos de alta fidelidad McIntosh Laboratory, cambiaron por Macintosh (aunque el conflicto de todos modos continuó, incluso hasta semanas antes del lanzamiento, y solo en 1986 Apple consiguió el uso exclusivo de la marca Macintosh a cambio de mucho dinero). El nombre Macintosh era genial, pero posiblemente era lo único genial de la idea de Raskin.
Raskin estaba en lo cierto en otra cosa, sin embargo: las computadoras tenían que ser más económicas. También más fáciles de usar, pero él no creía en el mouse ni en las interfaces gráficas, y de su concepto original (que al final fue fabricado por Canon y fracasó por completo) solo quedó la idea de que fuera accesible (aunque no tan accesible como Raskin quería) y que el monitor y la diskettera estuvieran integrados en una sola unidad compacta. Durante más o menos un año, y con luz verde de Apple, Raskin avanzó con sus ideas. Hasta que a Jobs lo echaron del proyecto Lisa y puso los ojos en el grupo de la Macintosh.

Raskin no tenía un carácter fácil. Y Jobs era imposible. Así que los chispazos saltaron de inmediato. Muy poco después, y tras una reunión con el CEO de Apple, Mike Scott (que poco después, en 1981, sería expulsado de Apple mientras estaba de vacaciones en Hawai), Jobs quedó al frente del equipo Macintosh y Raskin se fue dando un portazo y dejando un mail histórico en el que despedazaba a Jobs como jefe; remataba diciendo que Steve “podría haber sido un buen rey de Francia”. Lapidario.

Los siguientes años fueron simplemente una locura. Jobs no solo se robó ingenieros y tomó prestado software del proyecto Lisa, sino que enajenó a todo el mundo pidiendo cosas imposibles con su característico estilo despótico-mesiánico. En ocasiones, la desobediencia de sus subordinados salvó a la Mac del desastre. Por ejemplo, cuando pidió que se movieran de lugar los bancos de memoria en el motherboard “porque así, tan juntos se veían feos”. Walter Isaacson cuenta esta anécdota en su biografía de Jobs. Lo que no dice, pero que puede leerse en la crónica del IEEE (Instituto de Ingenieros Eléctricos y Electrónicos), es que al final hubo que volver a poner los chips donde estaban antes, porque separados causaban muchos errores.

El otro caso en el que la desobediencia del equipo los salvó del desastre fue con la dichosa diskettera. Jobs se fue con el jefe de ingenieros de la Mac, Bob Belleville, y el jefe de ingenieros de la Apple II, Rod Holt, a Japón a ver alternativas. Eligió, contra toda lógica, a Alps, una compañía pequeña que a todas luces no podía llegar con los pedidos en tiempo y forma. En el proceso despreció a Sony, una compañía con la que sus ingenieros no obstante siguieron en contacto y que al final fabricó la diskettera de 3,5“ para la primera Mac.
La misión
Una vez al año, sin embargo, Jobs reunía a los del equipo de la Macintosh en algún resort y entre diatribas iluminadas, música y champagne celebraban el participar del proyecto que, según Steve, era lo más importante de la industria. Exageraba, fiel a su estilo. Pero 40 años después uno se da cuenta de que no exageraba tanto.
Terminadas las celebraciones, volvía a sus prácticas despóticas, discrecionales, descalificadores e intensamente emocionales (podía incluso llegar a las lágrimas), con lo que le ponía los nervios de punta a casi todo el mundo, pero en más de una ocasión conseguía lo que parecía irrealizable. Algunos de sus caprichos, sin embargo, causaron mucho perjuicio al resultado final. Fue el caso de la solución térmica. La Macintosh no tenía ventiladores. Jobs los odiaba. Siempre los odió. Y aparte de una serie de maniobras extra que hubo que hacer en el diseño interno del equipo, que de por sí ofrecía un espacio exiguo (vuelvo a decirlo: más o menos un tercio del gabinete estaba ocupada por el tubo de rayos catódicos de la pantalla), terminó causando un defecto previsible: dadas ciertas condiciones la Macintosh recalentaba, producía errores y se colgaba.
Pero a las personas en general y a los personajes históricos en particular hay que entenderlos como un todo, o hay que renunciar a entenderlos. El frenesí de Jobs lo llevó tanto a cometer errores como a crear varios productos que cambiaron el rumbo de la industria, y, con eso, el rumbo de la civilización. El primero de esos productos fue la Macintosh, a la que quiso rebautizar (el nombre era simplemente perfecto, pero no era suyo) como La Bicicleta. Se le rieron en la cara.

Pero ese Jobs mesiánico, caprichoso y temperamental cumpliría 28 años durante la creación de la Mac. Es obvio que tenía que aprender todavía muchas lecciones. La primera la recibió como una bofetada, cuando al año siguiente del lanzamiento de su proyecto “absolutamente genial” (“insanely great”, en sus palabras) lo echaron de Apple. Cuando volvió, unos doce años después, su estilo de gestión había madurado mucho, con NeXT y Pixar de por medio. Nacerían entonces el iPod y su tienda iTunes Store, que cambiaron para siempre el mercado de la música en Occidente. Luego, en 2007, presentó el iPhone. Tres gigantes de apariencia inexpugnable (Motorola, Nokia y BlackBerry) se derrumbaron bajo el peso del teléfono de Apple que, en realidad, no era un teléfono. Era otra cosa. Era, de cierto modo, lo que alguna vez le había prometido a la diseñadora Maya Lin, que le había preguntado por qué las computadoras eran tan aparatosas, por qué no hacer un dispositivo delgado, todo pantalla, portátil. Jobs le respondió que ese era el plan, cuando la tecnología lo permitiera.
La oportunidad llegaría en 2010, es decir casi 30 años después de esa conversación, bajo la forma de la iPad. Al final la iPad no fue ni por asomo tan disruptiva como el iPhone, pero Steve logró ver su sueño realizado poco más de un año antes de fallecer de cáncer de páncreas, el 5 de octubre de 2011.
Epílogo
Por ahí suena un poco raro, pero la Macintosh fue como encender la luz en una habitación oscura. No era solo una computadora, sino también un lugar (el Escritorio, el área de trabajo visible, con tachito de basura y todo). No era solo cómputo y código, sino también tus cosas, tus archivos, tus fuentes, tus carpetas, tus íconos. Commodore presentó algo semejante (la Amiga 500), mucho más rudimentario, en 1985, pero no estuvo disponible hasta 1986. Los usuarios de Microsoft no tuvieron ventanas e íconos más o menos viables hasta 1992, con Windows 3.1. La metáfora de escritorio, el tachito de basura y otras cosas de la Macintosh llegarían once años después, con Windows 95. Es cierto que para entonces Apple languidecía en un laberinto que no parecía tener salida y que Windows 95 era multitarea, en color y todo lo demás. Pero 11 años en tecnología equivalen a 100 en cualquier otra industria.
La Macintosh fue la primera máquina que nos dio la bienvenida con una sonrisa y encendió la luz del cómputo para que el resto de nosotros pudiera ver lo que se podía hacer con estas tecnologías. Se cumplen hoy 40 años.
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