Tu zona de confort y otras falacias
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Me fascina que haya frases que se siguen repitiendo desde hace décadas simplemente porque ponerlas en duda es políticamente incorrecto. O poco civilizado. O no lo bastante moderno. O no muy proactivo. O algo. Un ejemplo es la que nos insta a salir de nuestra zona de confort. Asentimos obedientes, sin confesar una serie de reparos. El primero, y disculpen el prurito léxico, es que la palabra confort es demasiado vaga. ¿Se refiere a la comodidad? Al parecer, sí. Supongo que los gurús de la evolución personal no están en contra del bienestar (es uno de sus sinónimos, según el DRAE), el lujo, el desahogo o la holgura. Así que, al parecer, nuestro obstáculo para progresar es la comodidad. Lo que me lleva al segundo reparo: ¿cómo se mide la superación personal y en qué momento debemos dejar de vivir incómodos para pasarla un poco bien? Personalmente, me siento más a gusto con el concepto del ikigai.
Pero esperen, no se ofusquen todavía. Soy un convencido de que algunas trampas están revestidas de confort. Pero sería una falacia asegurar que toda zona confort es una trampa. Una falacia del tipo “todos los gatos son felinos; por lo tanto, todos los felinos son gatos”. Con una vuelta de tuerca. Se supone que fuera de nuestra zona de confort están aquellas cosas que nos dan miedo.
OK, ¿qué hacer con los que sufrimos vértigo? Les aseguro que el vértigo no se arregla manejando por un camino de cornisa. Pongo el vértigo como ejemplo, pero hay condiciones todavía más extremas, desde el estrés postraumático hasta experiencias tempranas que todavía nos afligen y que evitamos no ya por timoratos, sino porque de otro modo nos enfermamos. Es decir, hay zonas de confort que son áreas de supervivencia psíquica cuya salida se encuentra (acaso) luego de años de terapia. La terapia que sea, pero no es serio andar propalando la idea de que si salimos de nuestra zona de confort y enfrentamos nuestros miedos, listo, problema resuelto y seremos felices y nos realizaremos. ¿Y si la felicidad y la realización son formas del confort? Ay.
En todo caso, cuidado con recetar el mismo medicamento para todos los males. Cuando entré a trabajar en este diario, hace más de 30 años, sentía pánico de no estar a la altura. Podría haberme quedado en una zona que no sé si era de confort (no, no lo era), pero era conocida. “Mejor malo conocido que bueno por conocer”, dicen. Ese sí que me parece un consejo detestable. Así que me vine y puse todo. Con los años aprendí que era cuestión de trabajar muy duro, no bajar los brazos y capear los temporales; en ocasiones, varios a la vez. Ni tiempo para ocuparme del miedo tuve.
Pero, en el fondo, el factor común en todas estas escenas no es el confort, sino el miedo. La clave de estas bondadosas pero muchas veces falaces recomendaciones es vencer el miedo, no rehuir la comodidad.
Desafortunadamente, el miedo no solo cumple una función importante en la supervivencia, sino que se siente igual en todos los casos. El miedo es miedo. Si tenés vértigo te van a transpirar las manos y vas a sentir que no te podés mover igual que si sufrís pánico escénico o si te encontrás en una situación laboral compleja que nunca enfrentaste antes. Algunos miedos se superan con solo enfrentarlos, cierto. Pero otros requieren un largo y en general doloroso trabajo personal con ayuda de los que saben. Y todavía hay otros miedos que es muy improbable que logremos doblegar.
Cuando tomo todo en consideración, creo que la naturaleza vuelve a darnos una lección aquí. Hay días buenos y días malos, ahí afuera, en el mundo donde todo vive y respira. Hay también comodidad y hay miedo. Insisto, el miedo cumple una función. Huir o luchar. Esa es la cuestión. Se supera y evoluciona el que mejor se adapta a cada situación. No el que siempre huye ni el que siempre se lanza a las llamas. A fin de cuentas, no hay zona de confort más peligrosa que un dogma.
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