
“La herida nunca va a cicatrizar”. El conmovedor relato de un soldado que resistió el ataque del MTP en La Tablada
El soldado conscripto Acuña tuvo la oportunidad de irse a su casa en medio del combate, pero decidió quedarse hasta el día siguiente, cuando los militantes del Movimiento Todos por la Patria se rindieron
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Manuel Acuña, soldado conscripto clase 88, tenía apenas 18 años cuando se vio inesperadamente enredado en uno de los episodios más dramáticos de la historia contemporánea argentina. Se estaba duchando en el balcón de la compañía A, junto a sus camaradas, una hora antes de que sonara la diana, cuando un camión “distribuidor de Coca-Cola”, que en rigor era robado, rompió la barrera de entrada.
Atrás suyo, una caravana de vehículos. Y decenas de personas de identidad desconocida que desataron un fuego infernal contra la guardia. El silencio de la madrugada se convirtió en una balacera ensordecedora. Más tarde se supo que los atacantes eran 47 militantes del Movimiento Todos por la Patria.
Los hechos ocurrieron hace exactamente 35 años, un 23 de enero de 1989. A Manuel le restaban tan solo 4 meses para completar su Servicio Militar Obligatorio. Ya había pasado por los tres meses de “instrucción” en un campo militar cercano a Ezeiza. Sin embargo, desde marzo de 1988, se encontraba destinado en el cuartel militar de La Tablada. Integraba la sección de morteros pesados de la Compañía A, donde, si bien recibía entrenamiento militar diario, también realizaba tareas de mantenimiento, como cuidar caballos y cortar el pasto.
No se considera una “víctima” de la conscripción. Por el contrario, estaba entusiasmado con la idea de atravesar esa experiencia. Sin embargo, cuando se produjo la invasión, ya ansiaba regresar a su hogar en Isidro Casanova, a escasas cuadras del regimiento.


A continuación, el testimonio de un soldado que resistió el último ataque guerrillero en tiempos de democracia. Sus memorias reflejan todo lo que vio, lo que escuchó y lo que sintió un joven que no tuvo más opción que luchar por su vida.
-¿Qué recuerda del 23 de enero de 1989?
-Yo llegué ese mismo día, por la madrugada, estaba de licencia. Llegué más o menos a las 5.15 de la mañana. Hacía un calor terrible ya. Veo al soldado Morales en la puerta. Sigo caminando y saludo en la barrera al soldado Roberto Tadeo Taddía. Sigo para los baños, me saco el uniforme y me pego una ducha.
Tipo 5.55 cierro el agua, me cambio y me pongo el uniforme. Y en eso empieza a sentirse un pum-pum, tiros, explosiones. Se despertaron todos. Lo primero que sentí fue la curiosidad de mirar qué pasaba. Había unas ventanas al fondo del cuarto. Me subí a una cama y miré. Se veía la balacera.

-¿Qué fue lo primero que pensó?
-Mi mente se puso en blanco, era raro escuchar tiros. Y tan seguidos... Entonces descarté que fuera un simulacro.
-¿Qué veía a través de la ventana?
-Vi los autos atravesados en la puerta de la barrera, no me acuerdo si era un Renault 12 o un Falcon... Luego el tanque del ejército los pasa por arriba. Se veían los fogonazos detrás, había hombres y mujeres, vestidos de azul, tirando. Y del otro lado se veía la policía, los patrulleros estaban disparándoles desde cerca del portón que ellos habían roto. Vi al soldado Tadeo tirado en el piso, y a los miembros del escuadrón Isidoro Suárez también, boca abajo. Nos hicimos la película de que estaban todos muertos. De ahí, los guerrilleros me vieron a mí y nos empezaron a disparar. Entre todos nos vemos y decimos: “Nos van a hacer mierda”. Todos lloraban, gritaban. En el momento lo veo al soldado Sosa y le propongo romper la puerta de la sala de armas, como para buscar armamento, porque no teníamos nada. Pero no había nada para romper la puerta y era dura, de quebracho. Empezamos a patearla, hasta que logramos doblarla. Y entramos. Agarramos fusiles, cargadores... para mí y para los demás.
-¿Pudieron disparar?
-Hemos tirado, yo disparé unos 5 cargadores.
-¿Había un superior a cargo?
-Estaba el cabo primero Fernández. Pero él no sé si se bloqueó o qué. A nosotros en particular no nos dieron una orden. Fuimos un grupo de 6 o 7 soldados que obramos por propia voluntad y porque vimos que nos iban a matar.

-¿Cómo planearon su defensa?
-Nos repartimos entre todas las ventanas y tiramos. Me acuerdo que vinieron los tanques y me asusté mucho. Se movía el piso. Pensé que nos salvábamos, porque abrieron fuego contra los guerrilleros, pero después giraron y empezaron a tirar hacia nosotros. ¡No sabían que nosotros éramos soldados! Un cañonazo pegó cerca y llenó todo el ambiente de polvo.
-¿Intentó escapar, salir de esa barraca?
-No, todavía. No se veía nada. Tenía un zumbido en el oído y no podía ver a los soldados que estaban conmigo. No sabía si estaban vivos o muertos. No sabía si estaba solo o con ellos. Ya era mediodía, aproximadamente. Algunos de mis compañeros habían salido, pero yo no sabía. Me entero porque de la nada me encuentro con un periodista que había entrado con los policías y estaba sacando fotos. Justo en ese momento unos soldados le dispararon a uno de los policías. No se veía nada. Habremos estado unos 15 minutos en ese lugar y con el periodista nos fuimos para la guardia de entrada. Estaba prendida fuego, en ruinas. Nos quedamos ahí, refugiados detrás de unos árboles. Estábamos al lado de Avenida Crovara; es decir, en la salida del regimiento.

Un baño de sangre
En el intento de copamiento del cuartel de La Tablada, la última acción de una organización guerrillera en la Argentina, perdieron la vida 45 personas. Entre militares y policías murieron el mayor Horacio Fernández Cutiellos, el teniente Ricardo Alberto Rolón, el sargento ayudante Ricardo Raúl Esquivel, los sargentos Ramón Orue y José Manuel Soria, el cabo primero José Gustavo Albornoz, los soldados clase 69 Julio Grillo, Roberto Tadeo Taddía, Martín Leonardo Díaz, Héctor Cardozo y el comisario inspector Emilio García García. También murieron 32 atacantes (4 de ellos, aún desaparecidos) y 2 civiles.
Hay un dato insoslayable: el ataque guerrillero ocurrió durante un gobierno constitucional. El presidente, elegido en las urnas, era Raúl Alfonsín.

“No me quise ir”
-Estaba afuera. Podría haberse ido a su casa.
-Sí, pero no me quise ir. No sé, pudo haber sido el mismo miedo que me hacía quedarme ahí, pero en ningún momento se me cruzó irme. Luego viene un sargento y me dice “quedate conmigo”. Toda la noche nos quedamos dormidos debajo de un árbol. Ya en ese momento había militares por todos lados. La única parte tomada era el casino y la Compañía B. El ejército reprimía con cañones, con todo. Recuerdo que cuando le dan a la sala de armas de la compañía B, explota y se arma un hongo terrible. Ya para ese momento, yo estaba de espectador. No tuve más combate.
-¿Pudo presenciar el momento de la rendición de los guerrilleros?
-Sí, lo vi. Ya era martes 24, como a las 9 de la mañana. Yo estaba a unos 80 metros. Eran un grupito de 15, capaz. Salieron con trapos blancos. Algunos estaban en calzoncillos. Los llevaron para un costado y ahí no los vi más.

-¿Cuándo regresó a su casa?
-Tres horas más tarde, el 24 al mediodía, llegó Alfonsín. Nos hizo formar, saludó y se fue. Estaba con otra gente de traje, no sé quiénes eran [el edecán y los custodios; el ministro Jaunarena; el vocero presidencial, José Ignacio López, y el fiscal, Raúl Pleé]. Luego se fue porque se escucharon unos tiros aislados. A mi casa volví a eso de las 7 de la tarde, me fue a buscar mi papá.
-¿Cuándo tuvo que volver a presentarse?
A los dos días. Hubo que limpiar, sacar escombros. Mi servicio militar duró hasta el 14 de mayo, cuando me dieron la baja.
La Justicia aplicó penas de reclusión perpetua a 13 combatientes y de 10 a 20 años de prisión a otros siete participantes. Muchos de ellos habían sido capturados en las inmediaciones del cuartel. Sin embargo, el proceso judicial estuvo lejos de poner un punto final a la historia de La Tablada.
Diversos planteos llevaron a la Argentina ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), ante denuncias por ejecución sumaria de cuatro de los atacantes capturados, desapariciones de otras seis personas y torturas de los prisioneros en el cuartel y en dependencias policiales. Ello obligó a la realización de nuevos juicios, para los cuales llamaron como testigo a Manuel Acuña.
-¿Cómo siguió su vida después de la baja?
-Traté de hacer mi vida en silencio. Y me llamaron en varios momentos a declarar. Me preguntaban si había visto tortura, si había visto todo... “¿Mató o no mató?”, repetían. Pero nunca me preguntaron qué sentí después de tantos años de salir ahí, cómo estaba, si había conseguido trabajo... Además, si yo hubiese matado hubiese sido en defensa propia porque estaba en juego mi vida. Yo era soldado conscripto, no era soldado profesional.
En mayo de 2003, Eduardo Duhalde dictó un indulto a todos los condenados. La sensación de los conscriptos presentes en ese combate es retratada a la perfección en las palabras del soldado Miguel Barañao, que el año pasado, en una entrevista para LA NACION, dijo: “Esa injusticia hace que se sienta como si nuestros compañeros hubiesen sido asesinados dos veces. En este país donde se vive pidiendo ‘Memoria, Verdad y Justicia’... que estén libres es realmente indignante”.
“Cuando viene la fecha, me dan ganas de llorar”
-¿Qué es lo que más le duele de este recuerdo?
-El olvido. ¿Viste el regimiento? Era una estructura hermosa. Y ahora ver ese bosque inmenso que hay ahí, lleno de ratas, mugre... Eso por un lado. Y por el otro lado que nunca se les haya agradecido a los soldados que fallecieron ahí, es una desidia total. Y de parte del ejército, nunca nos dieron un papelito, nada...
-¿Se mantuvo en contacto con los otros conscriptos que estuvieron ahí?
-Por mucho tiempo, no. Recién 32 años después, en una publicación de Facebook vi un comentario de Eduardo Navascués. Y de Eduardo me acordaba, él estaba ahí. Le mando un mensaje diciendo “soy el negro Acuña, no sé si te acordás de mí...”. Y se acordó.


-Hoy, a 35 años, ¿cómo maneja este recuerdo a nivel personal?
-Cuando me acuerdo, cuando viene la fecha, me vienen ganas de llorar... Pero después lo manejo bien. Lo difícil para muchos de nosotros es que estuvimos mucho tiempo sin hablar del tema. Ahora, creo que la herida nunca va a cicatrizar del todo. Te voy a decir la verdad, con el que más me llevaba era con Tadeo Taddía y con Julio Grillo, y a los dos los mataron.
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