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Individualismo y sociedad: una visión de actualidad

El bien común es un valor moral porque apunta al bienestar general, a la preocupación por el prójimo y su suerte, a su calidad de vida en definitiva.

Redacción

Por Víctor D. Medina

La llegada al gobierno de Milei nos obliga a retrotraernos al siglo de las luces (s. XVIII) y reflexionar acerca de las ideas del pensamiento liberal que comenzaron a consolidarse a partir de esa época. Pensar en estas ideas, que dieron origen y justificación filosófica a las posturas individualistas que defiende el primer mandatario (en la figura del “anarco capitalismo”), y que en mayor o menor medida critican la intervención del Estado en la economía, son muy útiles para comprender el contexto cultural de los procesos históricos que derivarían en el fin del poder real de las monarquías europeas.

En efecto, se puede rastrear en los principios filosóficos de estas doctrinas una concepción moderna que otorga un protagonismo central al individuo como heredero del desarrollo histórico: no el grupo, no el Estado ni la clase social o la tradición, sino la razón individual (Nisbet, 2009: 67) 1. El ethos individualista, muy básicamente, el valor y la centralidad del individuo en la vida social, floreció a la par del resquebrajamiento del antiguo régimen monárquico que contribuyó a socavar. Resquebrajamiento que, a su vez, no dejaba de responder a la crisis de un orden mayor, el de la sociedad medieval que había sostenido los pilares de legitimidad del antiguo régimen.

Siguiendo esta línea, la Sociología nació bajo la emergencia de pensar en el orden social, más particularmente en la reconstrucción del lazo social que permitiera reconstituirlo. Si bien el antiguo orden medieval representaba un mundo opaco y estancado, económicamente atrasado y religiosamente opresivo, constituía el ejemplo, temporalmente más cercano, de que “el todo”, es decir la sociedad, era algo más que la suma de las partes: las creencias y tradiciones compartidas que habían contribuido a la formación de identidades comunes durante tanto tiempo sugerían algo más que un simple agregado de individuos. Pero también la naciente ciencia social reconocía que este viejo orden ya había cumplido su ciclo histórico y que las nuevas condiciones (económicas, políticas, culturales) de la temprana modernidad representaban otros desafíos. En esta dirección, las bases en las que ese orden social iba a ser recompuesto nutrirían buena parte de la temprana literatura sociológica del siglo XIX.

Durkheim, uno de los sociólogos de la tríada clásica de la sociología, junto a Marx y Weber, sería de los primeros autores en atender esta problemática. En contraposición a la idea del individuo abstractamente solo y aislado, Durkheim resaltaba la importancia de la cohesión social como factor inherente al establecimiento de todo orden medianamente armónico. Apelaba así a la cohesión emocional, a la profundidad de las relaciones y los sentimientos que se producen y reproducen continuamente en comunidad, y que son preexistentes al individuo. En esto había una motivación que respondía, al igual que otros sociólogos, a un juicio moral: vivir en sociedad, a contrapelo del individualismo liberal, comportaba en sí mismo un acuerdo moral contrapuesto a la concepción del individuo aislado que solo actúa racionalmente maximizando sus opciones.

En efecto, la moral, es decir, básicamente los criterios que tenemos acerca de lo que es bueno o es malo, suponía la existencia de la sociedad, así como la sociedad supone la existencia de solidaridad para poder seguir manteniéndonos unidos. Ahora bien, ¿cuál es el propósito de referir los orígenes del pensamiento liberal moderno, dentro del cual incluimos oportunamente la rama anarco capitalista que profesa el primer mandatario, y el origen de la Sociología? Pues el propósito es reflotar algo, a todas luces muy simple, pero que parece ir perdiéndose de vista en el presente y que nos atraviesa directamente: la solidaridad social.

Lo que nos permite seguir constituyéndonos como sociedad, como un “todo” cohesivo, es la solidaridad entre las partes que componen ese todo. La moral es dependencia, es sujeción al otro (nos comportamos bien para que el otro se comporte bien y no nos comportamos mal para que el otro no se comporte mal), lo que nos mantiene cohesivos, y en ello es importante la solidaridad social como eje estructurante del lazo social. Pero es una sujeción que asumimos porque priorizamos el bien común como sostén básico de nuestra vida en sociedad.

Solo quien postula la absoluta libertad individual y cree en el mercado como absoluto eje regulador de nuestra existencia, no solo la material, puede creer en la mercantilización de todas las necesidades, o de la mayoría de ellas en el mejor de los casos, y considerar al otro u otra más un medio para la obtención de determinadas cosas que un fin en sí mismo.

Entonces, si la sociedad, y por tanto la convivencia entre las personas, comporta un valor moral es porque el bien común es un valor moral per se. Y el bien común es un valor moral porque apunta al bienestar general, a la preocupación por el prójimo y su suerte, a su calidad de vida en definitiva.

Es por ello que, lejos de ser un fin que empieza y termina en cada individuo, la preocupación por el prójimo comporta un interés que lo trasciende, un interés por incluirlo a un orden de cosas (material, educativo, sanitario) que hace al fortalecimiento del lazo social como tal y, por ende, a la sociedad toda, que es lo que deberíamos procurar, parafraseando al presidente, como “personas de bien”.

Sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. CIHaM/FADU (UBA)

( 1) Nisbet, R. (2009). La formación del pensamiento sociológico (2° edición). Tomo1. Buenos Aires: Amorrortu editores.


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La llegada al gobierno de Milei nos obliga a retrotraernos al siglo de las luces (s. XVIII) y reflexionar acerca de las ideas del pensamiento liberal que comenzaron a consolidarse a partir de esa época. Pensar en estas ideas, que dieron origen y justificación filosófica a las posturas individualistas que defiende el primer mandatario (en la figura del “anarco capitalismo”), y que en mayor o menor medida critican la intervención del Estado en la economía, son muy útiles para comprender el contexto cultural de los procesos históricos que derivarían en el fin del poder real de las monarquías europeas.

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