Una mirada borgeana a la realidad
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Si tener una mirada borgeana es mirar de forma lateral, microscópica, no quedarse en aquello que se nos ofrece en el centro, sino en el detalle, podemos ejercer el anacronismo deliberado y observar los sucesos de este mundo –reales e imaginarios– desde sus textos. Esta miopía fértil permite el acto delicado y civilizado de detenerse en el decorado de nuestro destino.
Podemos recordar el cuento, aunque solo su personaje usa con precisión este verbo, Funes el memorioso que nos permite resistir a la inteligencia artificial de estos días. Cuando disentimos con estos chats, que seguramente suponen un gran avance en varios campos, comprendemos por qué Funes, que no conocía el olvido del más nimio detalle, era incapaz de pensar. Borges, que fue un escritor preinternético, profetizó la red y sus funcionamientos. A pesar del acceso que tenía su conciencia a todos los datos de la realidad, su hiperrealismo insoportable, ese chat que nos dice las cosas más inverosímiles, le faltaba aquello que pedía Borges a un maestro: una forma de estar en el mundo. ¿Aprenderá con el tiempo la inteligencia artificial a olvidar para estilizar su memoria y afinar el pensamiento? Más que citar a Borges como un acto mecánico o como lo haría Funes, el desafío está en internalizarlo, en hacerlo parte de nuestro metabolismo para que, sin que lo sepamos, forme parte de nuestra percepción: forzar el ojo a la miopía que acerca la palabra al ojo y capta el detalle que nos sustrae el montaje de la realidad. Fue Chesterton –otro escritor borgeano sin saberlo porque nació antes que su precursor– quien dijo que la realidad produce cosas que no se parecen a nada. Tal vez por esto, los escritores de ficciones como Borges son los realistas más exquisitos.
En la velocidad y en la inundación de signos superpuestos a la que estamos expuestos, hay que acercarse a este universo de una manera agónica. Cuando nuestro barco está por naufragar quedan dos opciones: escuchar a Beethoven o volver a Borges. Entonces descubrimos que no estamos tan solos, que no todo es fealdad e imperfección. Incluso si estamos en la época de la posliteratura –donde supuestamente la literatura ya no tiene una función formativa–. En los ritmos diversos y en la infinitud de rumores y de pasos hay unos pocos que están concebidos para nuestra afinidad. Hay que poner el oído contra la tierra y hacer como el mago Mogreb, en un esfuerzo casi titánico descartar y olvidar todos los ruidos que nos alejan de aquello ínitmo que nos espera. Tal vez desarrollar ese arte sea una de las aristas del “sistema operativo” borgeano.
¿Cómo se escribe después de Borges? Él pedía que lo olvidáramos y nos dedicáramos a otros escritores. Una elegancia más de sus salidas orales, pero no ignoraba que había cambiado o dividido la literatura en diferentes tiempos. ¿Se ha dicho todo sobre sus escritos? Es probable que las generaciones de lectores hayan recorrido cada una de sus líneas con el fervor y la lealtad que él imaginaba que se tenía con los clásicos. Sin embargo, lo que sí sigue operando y no se detiene, es lo que sus textos nos dicen sobre lo que está sucediendo y sobre lo que sucederá. A su vez, la relectura de Borges reconfigura el pasado. Si lo internalizamos en lugar de citarlo de manera mecánica, puede ser que se produzca una modalización de la percepción. Las “borgeanas” son momentos de epifanía que podemos tener sus lectores para ver aquello que estaba ahí, oblicuo e invisible a nuestros ojos abiertos.

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