Celulares, efectos secundarios
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Las redes sociales y la publicidad nos devuelven una imagen de la realidad que muchas veces está lejos de ser verdadera. Los filtros y las técnicas de edición son herramientas digitales al servicio de disfrazar lo que vemos, pero también los usuarios somos rehenes de una maquinaria mucho más compleja y sutil con múltiples actores que contribuyen a construir ese otro universo de felicidad e idealización que millones de personas consumen con asiduidad.
Preocupa, y mucho, el tiempo dedicado diariamente a las redes en los dispositivos. Se acuñan términos como “nomofobia” (del inglés, no mobile phone) y se reflexiona respecto de que la pospandemia vio incrementado el uso de celulares comparando con el período anterior, un fenómeno que se dio en todos los rangos etarios y que afecta también la atención en las aulas. El uso excesivo es hoy una constante que se da en muchos jóvenes que generan nuevas formas de adicción.
Un reciente estudio entre 517 alumnos de nivel secundario, de entre 15 y 17 años, evaluó síntomas como ansiedad, depresión y calidad de sueño, entre otros, para asociarlos a la anhedonia, la incapacidad para sentir placer. La investigación realizada por la Red Itínere y el Conicet, por parte de un equipo de educadores e investigadores en neurociencias, reveló que más de las mitad (51,26%) experimentaba un significativo nivel de anhedonia, un porcentaje que estiman podría extrapolarse también al mundo adulto.
El lapso dedicado a interactuar en las redes es tiempo que se resta a otras actividades. Esta interacción quita tiempo efectivo para la vinculación con los otros en términos reales. Más allá del chat grupal de WhatsApp o el like a un video de TikTok, se restringen los ámbitos en los que expresar emociones o encontrar placer real. Con un cálculo estimado de 5 horas diarias dedicadas al celular, unas 35 horas semanales, pocos son conscientes del tiempo consumido delante de las pantallas. Sí registran dolores de cuello o muñeca como consecuencia.
La encuesta ubicó a TikTok primero en el ranking de preferencias juveniles (50%), seguido por WhatsApp (22%), Instagram (14%), YouTube (5%), entre otras. Muchas veces, con tantas horas de conexión, no queda lugar para otras opciones de entretenimiento, deporte, música o interacción con amigos. Además, el inicio en el uso de smartphones es cada vez más temprano y, por ende, las problemáticas también se adelantan.
La prohibición ya no es una opción. Sería caer en un anacronismo. Los adultos, que tantas veces son también devorados por las redes y que quedan incapacitados para brindar el ejemplo, deben alertar sobre los problemas que acarrean estas tecnodependencias. Talleres escolares y charlas familiares sobre los peligros del abuso y la conveniencia de un uso racional no pueden faltar. Desde edades tempranas se recomienda trabajar en la prevención de conductas problemáticas y ayudar a niños y jóvenes a plantarse frente a dolorosos fenómenos como el grooming.
El valor de lo vincular es insustituible y creer que un dispositivo puede reemplazar una mirada, un abrazo o una charla es equivocar el camino. Hay que estimular la reducción voluntaria del uso de celulares, proponiendo alternativas más saludables para el bienestar emocional.

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