
Revolución liberal o corporativismo, la pulseada clave
Durante las últimas décadas, la política argentina se movió bajo una óptica de “grandes consensos” e incluso “corporativista”, donde existían ciertos aspectos del statu quo que se consideraban intocables. Sin embargo, para analizar lo que está sucediendo en Argentina, debemos pensar en otros términos.
Lo que plantea el presidente Javier Milei es una “revolución”, lo cual implica un cambio radical y profundo en la estructura económica, social, política y cultural de la sociedad argentina en un corto período de tiempo. Este cambio implica una transformación significativa de las instituciones existentes, de las relaciones de poder y de la forma en que la sociedad está organizada. El origen de esta revolución es la insatisfacción con la situación económica de las últimas décadas y el deseo de gran parte de la población de instaurar un nuevo orden.
Cuando se viene de 80 años de corporativismo, no funciona el “gran acuerdo nacional” o “buscar consensos en el Congreso”, porque por definición el corporativismo está diseñado para resistir, para que nada cambie, para extorsionar y mantener los beneficios de unos pocos. Es por eso que parte de la oposición está tan enfurecida con el presidente: saben que si no lo frenan ahora, no podrán hacerlo más adelante. Saben que su plan para la Argentina puede funcionar: que le puede ir bien. Si aprueba la ley ómnibus, será un “jaque”, y si la economía vuelve a crecer en abril-mayo, es “jaque mate” para el kirchnerismo, la izquierda y 80 años de corporativismo.
Las revoluciones dependen de un factor clave, que es el apoyo popular. Propio de una revolución es que el giro hacia las ideas liberales en nuestro país no provino de las élites, sino de los jóvenes y las clases medias bajas trabajadoras, para luego extenderse a gran parte de la sociedad. Las revoluciones no son necesariamente sangrientas o conflictivas; pueden ser relativamente pacíficas y dentro del marco de la Constitución. Puede no gustar el DNU, pero es un mecanismo contemplado en la Constitución que todos los gobiernos han utilizado.
De tener éxito con las reformas, Milei podría consolidar un ciclo de crecimiento a largo plazo y sobre bases sólidas: superávits gemelos, exportaciones e inversión. La inflación del 2024 podría ser mucho más baja de lo estimado por los analistas, lo que le permitirá cumplir con su principal promesa de campaña. Por otro lado, la solidez fiscal es la base de la solidez política; un gobierno fiscalmente sólido es difícil de extorsionar: podrá haber paros, marchas o protestas, pero eso frenará las medidas. Es por eso que hoy, la esencia de todo el programa, tanto desde lo monetario como lo político, es fiscal.
Si la situación se complicara en el Congreso, Milei anticipó una consulta popular no vinculante por la ley ómnibus. Hay un antecedente de Alfonsín en 1983, cuando por el conflicto del Beagle llamó a una consulta “no vinculante” sobre el Tratado de Paz y Amistad con Chile. El voto afirmativo se impuso con casi el 83% de los votos, y el Congreso terminó aprobando. Era no vinculante porque el Congreso no estaba obligado a votar en función del resultado. Menem presionó a Alfonsín en 1994 con un decreto en el que llamaba a una consulta popular, para que lo acompañara en la reforma constitucional.
Milei se ve a sí mismo como un espécimen liberal no visto en el mundo desde Margaret Thatcher o Ronald Reagan. Si logra revertir 80 años de decadencia, habrá ganado no solo la batalla económica, sino también la cultural. Los próximos meses definirán si las fuerzas del ciclo son más poderosas que la resistencia corporativista.
Asesor financiero, licenciado Administración de Empresas, Universidad de Belgrano, Master en Finanzas, Universidad Torcuato Di Tella
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