Enfermedad, fanatismo y muerte: “La montaña mágica” cumple cien años
Doce años le demandó al Nobel alemán Thomas Mann escribir una de sus obras más emblemáticas; la conmemoración tendrá un calendario de celebraciones en las cinco casas donde vivió el autor, que conforman una red de museos y archivos con su legado
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La montaña mágica, la monumental obra de Thomas Mann, cumple 100 años. El autor, ganador del Premio Nobel de Literatura publicó esta novela-ensayo sobre la enfermedad, la muerte y el tiempo tras 12 años de escritura disciplinada y ascética, mientras, como tantos de sus personajes, luchaba por conciliar la vida del artista con su faceta pública y social. La montaña mágica es además una novela sobre la intolerancia, la colisión de ideas políticas contrapuestas y la violencia retórica y física de los fanatismos, una narración que anticipa el escenario de los regímenes totalitarismos más férreos del siglo XX.

Hans Castorp viaja, poco antes de culminar sus estudios de ingeniería, desde Hamburgo hacia la clínica suiza donde se encuentra internado su primo Joachim Ziemssen, que padece tuberculosis. La estancia de tres semanas se irá extendiendo, como si aquel sitio ejerciese un efecto narcótico sobre el joven de 23 años. Castorp, al comienzo de la novela, se jacta de tener una salud plena, salvo por una anemia que controla desde pequeño, sin embargo permanecerá allí varios años, a pesar de estar rodeado de tanta muerte y sufrimiento. ¿Por qué no abandona la clínica y da inicio a su vida adulta? ¿Qué mal padece? ¿De qué se esconde? ¿Qué enfermedad padecía por entonces Europa? Thomas Mann (1875-1955) escribía en 1924 la más ambiciosa de sus novelas, La montaña mágica, una clínica ubicada en un sitio de evasión, lejos del mundanal ruido, un limbo habitado por seres frágiles y ridículos. Aunque nunca se menciona a Davos en la novela, es probable que Mann se inspirase en la clínica Wald que visitó en estas coordenadas suizas cuando acudió a acompañar a su esposa Katia durante una internación a causa de un mal que ella padecía.
En Lübeck, donde nació Mann, en la hoy llamada Casa Buddenbrook (el hogar de los abuelos del autor, hoy reconvertido en un centro de estudios de la obra y el legado de Heinrich y Thomas Mann) se llevarán a cabo una serie de conferencias y conciertos en los próximos meses para revisitar el célebre texto. El próximo viernes la actriz Meike Rötzer llevará a cabo una actuación narrativa en 90 minutos de la novela. Los eventos se celebrarán en las cinco casas donde vivió Mann, todas ellas activas y coordinadas en una red que las ha convertido en museos o centros de archivo. Además de la mencionada vivienda alemana, integran esta red la casa de Los Ángeles, donde habitó durante una década en su exilio, los edificios se encuentran en Nida, en Lituania, Munich y Zurich, donde se atesora el archivo de Thomas Mann.
La montaña mágica, junto con Los Buddenbrook, la historia de la decadencia de una familia burguesa, y La muerte en Venecia, lo catapultaron hacia el Premio Nobel de Literatura, galardón que obtuvo en 1929. Mann comenzó la escritura de La montaña mágica poco después de publicar la tragedia sobre el ocaso de Gustav von Aschenbach e incluso debió reescribirla tras el estallido de la Primera Guerra Mundial para incorporar el conflicto en el texto.
La novela ofrece múltiples vías de acceso a este universo tan particular que Mann concibió primigeniamente como una comedia. La montaña mágica es una novela de formación, una Bildungsroman donde Hans Castorp, huérfano desde niño, tendrá a dos maestros o guías: por un lado, el italiano Settembrini, humanista, masón y liberal, defensor de las ideas democráticas; por el otro, Naphta, un hombre de fe que adhiere que al nacionalismo y al totalitarismo, cuyo discurso oscila proféticamente entre las ideas estalinistas y la doctrina hitleriana. Settembrini reprende a Naphta por defender ideas que ejercen influencia sobre “jóvenes almas titubeantes”. Hans Castorp se sincera y dice que él no participa de las discusiones políticas porque no entiende ni le interesa la materia ni ha leído el periódico desde que llegó a la clínica: “Renuncio voluntariamente [a las discusiones sobre política] porque no entiendo de ello una sola palabra”, dice el protagonista, alejado en esa montaña del mundo real. “Settembrini, como ya había manifestado otras veces, consideró censurable esta indiferencia”, asegura el narrador omnisciente. Esta retórica furibunda se convertirá en un enfrentamiento físico con nefastas consecuencias.
Cabe destacar que estos personajes, aunque secundarios, son cruciales para la novela y para la importancia que ha tenido con el devenir de las décadas. Estas criaturas fueron interpretadas por grandes actores: en la breve y libre versión cinematográfica española de 1974, Settembrini es encarnado por Narciso Ibáñez Menta; en la posterior versión alemana, dirigida por Hans W. Geissendörfer, Charles Aznavour compone a Naptha.
Mann escribe Consideraciones de un apolítico (1918), un ensayo (o panfleto) donde critica la democracia y pondera los valores del pueblo alemán a través de ideas nacionalistas. Se arrepiente luego de aquella posición, se convierte en republicano y en uno de los primeros intelectuales en denunciar los abusos del nacionalsocialismo. En la conferencia “Sufrimientos y grandeza de Richard Wagner”, pronunciada en Munich en 1933 denuncia cómo Hitler se ha apropiado del compositor Wagner como estandarte del genio y espíritu alemán: “Es absolutamente inadmisible atribuir un sentido contemporáneo a las acciones y discursos nacionalistas de Wagner. Hacerlo supone falsearlos y profanarlos, mancillar su pureza romántica”. Este encendido discurso lo obliga a marchar al exilio.
Mann, gran erudito de la música clásica (como Hans Cartorp, quien “amaba la música con todo su corazón”), concebía la literatura bajo algunos principios de composición orquestal como el leitmotiv. Los temas se repiten constante dentro de sus novelas, así como también de modo transversal entre ellas. La montaña mágica y La muerte en Venecia indagan en el modo en el que actúan las personas cuando se alejan de su hábitat, lejos de su rutina y de las miradas escrutadoras de su rol en la sociedad. Ambas abordan también la muerte y la enfermedad. En La muerte en Venecia, Gustav Von Aschenbach, un escritor adulto, queda hechizado ante la presencia de un adolescente llamado Tadzio a quien contempla de modo obsesivo. Surge en la actualidad un tema que parecía ya sepultado o superado tras la lucha de grandes creadores que se animaron a romper los corsets de distintas épocas, sorteando la censura y los cánones: la moralidad en el arte. Mario Vargas Llosa escribe en “El llamado del abismo”, contenido en La verdad de las mentiras, sobre la experiencia límite, dionisíaca, que vivencia el protagonista: “El ángel que habita en el hombre nunca consigue derrotar totalmente al demonio con el que comparte la condición humana, aun cuando en las sociedades avanzadas esto parezca logrado. La historia de Gustav von Aschenbach nos muestra que ni siquiera esos soberbios ejemplares de sanidad ciudadana cuya inteligencia y disciplina moral creen haber domesticado todas las fuerzas destructivas de la personalidad, está a salvo de sucumbir una mañana cualquiera a la tentación del abismo”. En La montaña mágica, existe también un candoroso deseo, aquel que siente Hans Castorp hacia la misteriosa y seductora Nadia Chauchat.
La novela además presenta algunas innovaciones científicas, como el uso de las radiografías y también de aquellas primeras ideas sobre lo que se conocería como psicoanálisis. Mann era un gran admirador de la obra de Friedrich Nietszche, uno de los primeros pensadores en incurrir en métodos científicos para estudiar su psiquis, su “enfermedad del alma” y su temperamento (tal como aparece retratado en la novela El día que Nietszche lloró, de Irving Yalom). En la clínica donde transcurre La montaña mágica a los enfermos se los trata físicamente, pero también se lleva a cabo un perfil psicológico (lo que el personaje llamado Krikovsky llama “disección psíquica”).
La montaña mágica es, por momentos, un ejercicio de escalada intelectual, una lectura no siempre diáfana, que contiene reparadores espacios para el deleite y desde donde se puede contemplar, a la distancia, en este caso del tiempo, la llegada de un alud.
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