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Alex Mirkhan
El reloj marcaba las 14:33 del 8 de enero. La asonada golpista contra el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva empezaba en Brasilia. Fueron cinco horas de descontrol. Las sedes de los tres poderes acabaron destrozadas. Un año después, las cicatrices siguen abiertas para los testigos de la insurrección.
Ya casi no son visibles las marcas de destrucción que dejó el intento frustrado de golpe de Estado promovido por seguidores radicales del expresidente ultraderechista Jair Bolsonaro en las sedes del Congreso, la Corte Suprema y la Presidencia.
“Fue una batalla hasta que tomamos el control de la situación”, relata Gilvan Viana Xavier, coordinador de la Secretaría de Policía del Senado.
A la fotógrafa Rafaela Silva le cambió la vida. Como otras decenas de periodistas, fue agredida, insultada y robada mientras inmortalizaba el asalto de Brasilia. Hoy vive en Irlanda.
“Siempre fui racional, incluso dura, pero esto me rompió, hasta tal punto que dejé el fotoperiodismo. Una parte de mí duele todavía”, confiesa.
Aquel domingo después de almorzar, afirma que vio una multitud verde y amarilla caminando desde el cuartel general del Ejército hacia la plaza de los Tres Poderes, donde están las sedes del Ejecutivo, Legislativo y de la Justicia, pero nada parecía anormal.
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Escoltados por un reducido número de policías militares, los manifestantes avanzaron pacíficamente hasta encontrarse con la primera línea de contención frente al Parlamento.
A las 14:33 pasaron sin ninguna dificultad por un bloqueo. Según Silva, a los agentes les faltó decir: “Pueden pasar”.
“A partir de ahí, la gente empezó a correr, a romper los cristales del Congreso y a forzar la entrada”, describe.
A pocos metros de ahí, Xavier ya sabía que su guarnición sería desafiada al máximo. Inmediatamente, ordenó a los pocos oficiales presentes que se equiparan con cascos, chalecos antibalas, escudos y todas las armas letales y no letales disponibles, y formaran líneas de contención en las entradas.
“Rompieron nuestro vallado y vinieron hacia nosotros. Fuimos retrocediendo y desde ese momento convocamos a todo el personal disponible en la ciudad para que nos apoyara. Comenzamos con 16 policías y terminamos con 68”, narra. El desenlace no fue ni rápido, ni simple. A las 14:44, la turba invadió el Salón Negro, que conduce al pleno de la Cámara de Diputados. La insurgencia se mostraría más organizada a medida que avanzaba hacia el interior del Congreso.
“Desde el momento en que uno apagaba la luz, otro rompía las cañerías, otro lanzaba agua contra la tropa. Estaban divididos como si hubiera una organización detrás”, evalúa Xavier, refiriéndose a las dificultades que enfrentó la Policía del Senado, que días antes tuvo dos veces el refuerzo negado por el Gobierno regional de Brasilia.
Las imágenes de las cámaras de seguridad expusieron la tensión vivida durante aproximadamente una hora.
“Tres o cuatro policías resultaron heridos. Los ánimos eran muy violentos, encontramos canicas, palos, piedras, hachas, cuchillos. Todo se incautó. Realmente vinieron para el todo o nada”, expone.
La resistencia de la tropa ayudó a preservar dependencias importantes, como las oficinas de los senadores, las salas de comisiones y el pleno.
Pero, al mismo tiempo, otra parte de los manifestantes ya ocupaba la Cámara Baja y lo transmitía en directo mientras pedía una intervención militar. Afuera, otro bloque avanzaba sobre el palacio de Planalto y el Supremo.
A las 15:05, un grupo reducido de policías que custodiaba el palacio presidencial se retiró a su interior, sin poder reaccionar ante la multitud que se aproximaba.
Allí, los vándalos encontraron mayor facilidad para dominar el espacio, intensificando la destrucción de bienes históricos. Una furia similar se dirigía, simultáneamente, al Supremo.
En medio del salvajismo, Rafaela fotografiaba desde la plaza de los Tres Poderes, sin acercarse demasiado a una turba “cada vez más hostil”. Su cobertura acabó por la fuerza, justo en el momento en que bajó la cabeza para enviar las fotos.
“Varios hombres me rodearon, me acusaron de ser de la ‘prensa golpista’”, recuerda la fotoperiodista, que recibió golpes en el estómago y patadas en la pierna.
“Me devolvieron la cámara dañada. Las fotos no las tengo, me las robaron y ahí fue exactamente cuando pensé: ‘Se acabó para mí’”, completa.
Al menos 14 periodistas fueron agredidos o tuvieron sus equipos dañados o robados el 8 de enero, según el sindicato de la categoría.
Se estima que 44 policías resultaron heridos en los ataques, que solo comenzaron a ser controlados a partir de las 16:40, cuando llegaron los refuerzos. Los edificios de las sedes de los tres poderes solo serían totalmente evacuados a las 20:00. (EFE)
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