Cada 28 de diciembre la Iglesia Católica conmemora la fiesta de los Santos Inocentes. Se trata de la matanza de los recién nacidos, por orden del Rey Herodes. "Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado” (Mt 2,13-18). Su intención era eliminar a Jesús, el Mesías esperado. De algo estaba seguro, no compartiría el poder. 

Sin límites

Una primera reflexión me viene a la mente: ¿Cuáles son nuestros límites para conseguir, mantener o aumentar el poder? Lamentablemente, vemos que en estas lides los límites se vuelven difusos o desaparecen en un torbellino de ambición desmedida. Hay muchas formas de matar y no siempre se usa un arma letal, blanca o de fuego. También mata la calumnia, las campañas de desprestigio y la cancelación de un eventual competidor. "Todo vale” parece ser el lema de estas despiadadas luchas. Olvidamos así que el mal es como un boomerang, lanzado para alcanzar un objetivo regresa a su punto de origen. Propongo reemplazar el lema por "Todo vuelve”, como pensamiento que nos haga reflexionar sobre el mal que deseamos o hacemos. Cuando la conciencia moral está adormecida o relajada, bien podría ayudarnos a discernir correctamente y pensar en las consecuencias de nuestros actos. El mal nunca es inocuo, ni para el destinatario ni para quien lo ejecuta.

Otros Santos Inocentes

Una segunda reflexión. Este trágico hecho del que da cuenta esta fecha, también incluye la muerte de otros inocentes, como es el caso de los niños abortados. Una ley no borra la injusticia ni la crueldad del hecho. Claro que las motivaciones son distintas. Aquí no hay ambición desmedida por el poder, sino un eclipse del valor de la vida humana. Repasemos algunos argumentos.

La legalización del aborto violenta el principio bioético de defensa de la vida física. La vida física o corpórea es un valor fundante para la persona, porque no puede existir sino es en un cuerpo. Tampoco la libertad puede darse sin vida física. Para ser libres es necesario ser viviente. La vida llega anteriormente a la libertad, por eso cuando la libertad suprime la vida es una libertad que se suprime a sí misma.

Pero también violenta otro Principio bioético: el de Libertad – Responsabilidad. Según este Principio la persona es libre para conseguir el bien de sí mismo y el de otras personas. Contraponer el derecho a la vida con el derecho a decidir de la madre, es una comparación desproporcionada, porque la vida es presupuesto de la libertad. Sin olvidar que el derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, expresión del principio de autonomía anglosajón, encuentra un límite: y es que el niño por nacer no forma parte del cuerpo de la madre. Sino que es una realidad individual genéticamente distinta a sus padres. He leído mucho sobre los argumentos a favor de la legalización del aborto, pero nunca comprendí cómo se puede celebrar la libertad cuando el precio es la vida del hijo por nacer. He aquí una gran contradicción: celebro lo que quito a otro. Y lo digo con una gran pena en el corazón por las dos víctimas. Por el niño que no vio la luz y como mujer, también me duele la madre que no pudo ver otra salida.

 

Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo