Más allá de Un’estate italiana
Pregunta al lector: ¿cuál es la primera canción italiana que le viene a la mente?
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Pregunta al lector: ¿cuál es la primera canción italiana que le viene a la mente? El sondeo informal de la noche de año nuevo (también para estas encuestas sirven esas reuniones) dio un resultado casi unánime: la gran mayoría nombró “Un’estate italiana” (“Un verano italiano”), aquel tema cantado por Gianna Nannini y Edoardo Bennato (compuesto por el inoxidable Giorgio Moroder) para la Copa del Mundo de 1990. Hubo algún hit mal tarareado de Eros Ramazzotti. Por suerte un memorioso agregó “Volare” (aunque se llama, digamos la verdad, “Nel blu, dipinto di blue”).

Hace décadas la música italiana tenía tanta presencia como la brasileña. Es lo que al menos me sugería en la infancia la cantidad de LPs de la península que sobrepoblaban la discoteca de mi casa. Muchos eran compilaciones de grandes festivales de la canción. Esos álbumes para mí viejos sabían cómo llamar la atención. Las cubiertas, ilustradas con jóvenes mediterráneas de los sesenta, en bikini, sexies y elegantes, eran una coartada para escucharlos.
Que hoy frecuente de tanto en tanto la música popular italiana no se lo debo, sin embargo, a aquellos discos. Ni siquiera a Verdi o a Puccini, aunque el talento de melodista del último en sus arias se refleje en sordina hasta detrás de los temas contemporáneos menos recomendables. Volví a prestarle atención, en realidad, gracias a Equilibro distante (1995), el último álbum del carioca Renato Russo. Fue una colección de covers de aquel momento (ante la cercanía de la muerte Russo se había acercado a sus raíces italianas) que iban de temas de Claudio Baglioni a La solitudine, que en la voz de Russo cambia de signo.

En todo caso, prometí distribuir entre los participantes de aquella encuesta de resultado monótono una playlist para que el verano del hemisferio sur pueda convertirse en una estate italiana enriquecida. Comparto algunos de esas canciones. A las miniaturas fílmicas instrumentales (Nino Rota o Ennio Morricone son también la banda sonora de una vida), se les puede contraponer algunos temas de Mina, una de las cantantes más excepcionales de cualquier lengua y tiempo. Por un lado, “Parole, parole” (con Alberto Lupo como el amante poco confiable), la versión original del tema que después popularizarían en francés Dalida y Alain Delon. Mina, que dejó de cantar temprano y pasó a vivir en su casa como reclusa, siguió de todas maneras grabando. Uno de sus discos, N°0, de 1999, tiene “I migliori anni della nostra vita”, que demuestra que su voz seguía a pleno.
Si se quiere alegría todavía funciona “Tu vuo fà l’americano”, de Renato Carosone, que hace no tanto algún DJ sampleó como “Panamericano”. Y por qué no la Gloria verdadera, de Umberto Tozzi, en vez de la sosías en inglés de Laura Branigan. También en esa línea de cantautor popular figuran en la playlist un par de Toto Cotugno: “L’italiano” o “Solo noi”. “Caruso”, el tema de Lucio Dalla inspirado en la muerte del famoso tenor, es un clásico. Hay demasiadas candidatas de Paolo Conte. Me decidí por “Via con me” y “Gelato al limone”, que juntas combinan el aire de cantante de variedades con la voz rasposa, irónica, siempre reconocible.

No se puede nombrar cada tema, pero reservo el último párrafo para el más inclasificable de los músicos: Franco Battiato. Son tres las canciones suyas que les recomendé a los encuestados a su pesar: “Centro di gravità permanente”, “Voglio vederte danzare” a “E ti vengo a cercare”. Battiato (que murió en 2021) es uno de esos satélites musicales sobre los que conviene menos escribir que seguir escuchando. Su obra tiene el sello del pop, de la música progresiva y también de una electrónica de entrecasa. Pero lo más notable es la combinación de esos sonidos con las letras, infiltradas por una poesía extraña, la mirada filosófica y los ecos tan italianamente religiosos. Si un lector llega a él por el desvío de esta playlist verbal, la nota ya habrá tenido su razón de ser.

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